Lo importante es que la vuelta se tiene que hacer con el perfil alto, con el lujo, así que decido hacerlo con uno de los mejores vinos con los que me he encontrado este verano. Un vino italiano del Etna, de Sicilia, de esa zona famosa por un montón de cosas que no tiene que ver con el vino y de las que me olvido. Me quedo con lo italiano del vino. Suena raro. No tengo mucho aprecio por el invento italiano, me parece que nos han tomado el pelo a la humanidad durante muchos años, que nos han sabido vender las cosas de su tierra porque han sido los que más han tenido que emigrar por pobreza y, al mismo tiempo, esa pobreza la han trasladado y la han sabido alimentar bajo la palabra solidaridad con los suyos. Y hasta aquí puedo leer.
Pero de los italianos me quedo con otro concepto, el de la elegancia, el lujo, el escándalo de lo bueno. Con este vino te encuentras con todo eso en la primera entrada en boca, fruta potente pero con un final de chocolate y tostados que convierten el vino en un bombón y te imaginas al italiano que te convence para que te creas que es lo mejor que has probado nunca y probablemente lo sea. Este vino te seduce hasta el punto que al día siguiente aún lo recuerdas, te queda el poso de lo inteligente, no es una comedia que pasa desapercibida.
Son uvas tintas raras (Nerello Mascalese and Nerello Cappuccio) a los pies del Etna, aunque primas hermanas de la sangiovese. La bodega es Firriato. Carillo sí, pero este Cavanera es para las ocasiones más especiales y se encuentra en Lukas en San Sebastián. Distincción, elegancia y experiencia en el amor, usted ya me entiende.
Blog escrito escuchando: Nada – que para eso he estado sin hacer nada.