Si yo escribiera una obra como la de Proust mi magdalena sería la tarta de queso de Zuberoa.
Nunca escribiré una obra como la de Proust, ni paciencia ni ganas y porqué no decirlo, sin ninguna capacidad. Pero al menos queda el derecho al recuerdo de la tarta de queso de Zuberoa, esa tarta de queso que me lleva directamente a lo que fueron los comienzos de una vida en que empecé a querer y a respetar a los buenos hosteleros.
Hace más de 25 años de esto, podría ser la segunda vez que nos asomábamos a Zuberoa, lo hicimos porque nos gustó mucho el trato de Eusebio con un vino que nos recomendó, “si no os gusta os lo retiro y en paz” no nos gustó, lo retiró y en paz. Así que esta segunda vez llegó el postre, no me gustan las tartas de queso, estaban de moda esas tartas con esa horrible confitura de fresa por encima, “esta es especial” nos dijo. No es que fuera especial, es que es única. La he vuelto a probar esta semana y me traído todos los recuerdos de esa noche, una tarta que se saborea en cada bocado y que siempre te apetece más, ligera donde tiene que ser pero con un sabor contundente como debe ser y el concepto, cómo se funde en la boca, sería lo más parecido a dar un bocado a una nube. Nos emocionó tanto que pedimos una ración para llevar a casa y nos pusieron dos, el día siguiente era domingo, creo que no dormimos esa noche esperando a la mañana siguiente para comernos el rozo de tarta de queso.
Claro que tiene muchas cosas Zuberoa, pero es que esa tarta de queso ya es un clásico en el libro de la gastronomía vasca.
Y para rematar esta historia pongamos que tanto Hilario como Eusebio serían mi tía Leoncia.
Blog escrito escuchando: Dawes – Nothing is Wrong