Si el verdel fuese una mujer me casaría con ella. Probablemente no, porque acabaría por comérmela. Aunque también pienso que podría ser como ese chico que quiso demostrar su amor comiéndose a su novia, creo que la dejó en la nevera.
El verdel es ese pescado que te hace ser amigo de todos los pescados porque es muy rico, graso, porque se come cosas grasas, ¿qué se puede esperar de un bicho que sólo come agua? Pues eso, que esté sosito, como el caso ese de la merluza. Sin embargo el verdel, cómo se pone el verdel de grasas como luego la anchoa y, al final del ciclo, el que acaba por comérselos a todos, nuestro amigo el atún.
Pero yo venía a elogiar al verdel, la xarda, la caballa, the mackarel, ese que encima de tan barato que está que hay algún pescatero que no lo quiere vender por el poco margen de beneficio que tiene, que lo sé yo, “tanto trabajo pa ná” dicen que dice. ¿Se encuentra un producto bueno, bonito y barato a diario? En pleno invierno como lo es ahora, anunciando que llega la primavera y poder comer un bicho así, sin congelar y tan rico.
Encima le robo al cocinero Rubén Trincado una receta tan fácil y tan perfecta que no tiene perdón de quien sea el no hacerla alguna vez:
Se cogen los lomos limpios del verdel. Se les cubre completamente por arriba y por abajo de una capa enorme de sal y azúcar (3 partes de sal por una de azúcar a las que se le puede mezclar diversas hierbas aromáticas si se quiere), una hora después sacas los lomos, los limpias con agua les pones un poco de aceite y el aditamento que te plazca y ¡a comer!
Y para acabar termino la oda del título:
¡Oh playas, alegraos! ¡Sonad campanas!
Mas yo, con tristes pasos,
recorro el puente donde mi verdel yace,
frío y muerto.
Pero su sacrficio ha merecido la pena (que no acabó de escribir Walt Whitman).
En twitter: @guiabuenamesa