Lo dijo alguien en una cata de rosados: “los hombres de verdad beben rosado.” Vale, es probable que lo dijera por aquello del compadreo de una serie de canallas en torno a una barbacoa, pero yo prefiero pensar que lo decía porque los hombres de verdad son unos románticos que saben escoger el vino perfecto para una cena a dos y saben disfrutar del vino elegido.
Y si encima estamos en la fecha en la que estamos mejor aún. Porque se trata del día ese en que se regala un libro y una rosa (o al menos de eso nos han convencido) y este vino debe ser el complemento perfecto, porque todos/as hacemos el mismo gesto cuando nos regalan una rosa: meter la nariz para olerla y no es un secreto saber que hoy en día las rosas no huelen a nada. Y ese es el momento en que entra este vino. Porque te has sentado en el restaurante, regalas el libro y la rosa y, en el momento en que va a oler la flor vas tu y le acercas la copa de vino y le llega todo el aroma de rosa, de un rosal. Y luego le entra la fruta, esas fresas, cerezas, fresones, estás entre la floristería y la frutería que no sabes lo que más prefiere tu amor. Estás de suerte porque le gusta y vas a quedar bien siempre y da igual que el libro sea uno de autoayuda.
Te recuerdo que este vino es el Vinea de Finca Museum, la bodega que los señores de Barón de Ley montaron en Cigales y que este vino no deja de ser la tradición, aquello por lo que conocíamos la zona y es lo que nos gustaba. Tempranillo en su más alta, mejor y joven expresión y encima económico.
Visto lo que hay de rosados y porque creo que son grandes vinos que merecen su respeto creo que me voy a ocupar de su cuidado durante unas cuantas semanas. Nacidos para beber.
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