El otro día, una madre me comentaba que se sentía una petarda por tener que repetirles constantemente a sus hijos lo que tenían que hacer. Que ella misma se cansaba de escucharse, y se sentía mal por su constante discurso. Es verdad que en muchas ocasiones las madres o padres podemos ser unos pelmas por repetir sin cesar las mismas cosas, pero ¿seríamos buenos padres si no lo hiciéramos? Es decir, todos somos conscientes de que no podemos aprender por las equivocaciones ajenas, que más nos gustaría, pero ¿es mejor no decirlo?
Hoy en día, en donde hay estudios de todo tipo, está constatado, que a pesar de que los jóvenes consideren muy importantes a sus amigos y las opiniones de estos, hasta los veintitantos, está confirmado, que los más influyentes en la vida de una persona siguen siendo sus padres. Sabemos que cuando les decimos algo a nuestros hijos, van a hacer lo que quieran, incluso, en muchas situaciones van a hacer lo contrario, pero no implica que se vaya formando un poso en ellos, que en algún momento vaya tomando forma.
Por lo tanto, considero que el deber de una madre es seguir diciendo lo que opina, intentando enseñar y alertar de los posibles peligros a sus hijos, porque de un modo u otro, va a hacer mella en un futuro en su criterio y va a ayudarles a formase como personas, aunque sea para terminar pensando lo contario.
Sobre todo, cuando estamos educando a nuestros hijos, advirtiéndoles de las consecuencias que pueden tener sus actos y que teniendo en cuenta nuestra experiencia de años, lo que creemos que tienen que hacer. Por supuesto, los padres no tenemos la verdad absoluta, no sabemos todo sobre la vida de nuestros hijos y cómo estos quieren desarrollar la suya, pero lo que hacemos y decimos, es con nuestra mejor voluntad, esperando que ellos no cometan nuestros mismos errores. Y, aunque casi nunca lo consigamos, también es verdad, que a partir de cierta edad, la mayoría de nosotros estamos agradecidos a todo aquello que nuestros padres nos repitieron sin cesar, que lo recordamos y además agradecemos que lo hayan hecho.
Consecuentemente, aunque nos sintamos pesados, creamos que les estamos aburriendo, o que, incluso podamos alejarles en un momento dado de tener un acercamiento con ellos, tengamos claro, que nuestro rol de padres nos lleva a decirles lo que pensamos, a animarles a que hagan aquello por lo que sienten pereza o que les parece una tontería, ya que dentro de unos años, nos lo agradecerán, y no sólo por el hecho de hacerlo, sino porque creo que es nuestro deber para hacerles mejor personas, y sobre todo, para hacerles sentirse seguros en unos valores familiares.