Aunque llevamos ya unas semanas en primavera, el tiempo sigue siendo bastante inestable y frío, y los pronósticos para los próximos días parece que no muestran ningún cambio favorable. Soy consciente que este es un blog sobre el coaching, y no sobre la climatología, y entonces, ¿por qué comienzo hoy hablando del tiempo? A parte de ser un desahogo personal y mi derecho a la pataleta, ya que este invierno ha resultado muy largo y muy duro y en ocasiones me ha costado mantener el ánimo alto ante tanta lluvia y frío, también es porque quiero compartir una cosa que me dijo el otro día una niña de cuatro años, y que me recordó que la vida es mucho más importante y especial que el tiempo que hace, y que no merece la pena sentirse mal por la climatología.
Andábamos por las calles juntas de la mano, siguiendo a sus padres debajo de un paraguas y sorteando charcos y los demás paraguas de los otros paseantes. En ese momento llovía como si el cielo se hubiera roto sobre nuestra ciudad, y en mi propósito de querer animar un poco la situación le dije que a lo mejor debíamos cantarle al sol para que saliera. Ella se rió, creo que más por compromiso que porque le pareciera buena idea o le hiciera gracia, pero luego muy seria me dijo que porque hiciera mal tiempo no debíamos estar tristes, y reconozco que en ese momento me dio una lección. Muchas veces he repetido esto mismo a otras personas, que no debemos dejarnos llevar por la climatología para determinar nuestro humor, sobre todo aquellos que vivimos en regiones en las que el cielo muchas veces está gris, sin embargo, a veces se me olvida, y no sólo esto, sino que prejuzgo que a los demás también les pasa lo mismo que a mi, y que al final, se desesperan con el mal tiempo.
Reconozco que me sentí un poco avergonzada por el hecho de que una niña de cuatro años tuviera que recordarme que hay cosas mucho más importantes que el tiempo para determinar nuestra disposición ante la vida, sobre todo cuando era ella la que estaba acompañándome a mi a hacer un encargo y además tenía que hacerme ver que podía estar contenta a pesar de la lluvia. Porque desde luego, ¿Qué más podía pedir? Había conseguido hacer mi recado y además en buena compañía, ¿qué importaba que cayeran unas gotas sobre nosotras si podíamos cobijarnos en cualquier lugar y tomarnos algo juntas?