Leyendo sobre la importancia del salario emocional frente al salario económico me encontraba con la afirmación de que una empresa no debe comprar el compromiso del trabajador mediante dinero, igual que un padre no compra el cariño de sus hijos con este. Entiendo lo que se quiere decir con esta afirmación, y entiendo que el cariño de los niños se debe conseguir gracias al amor que se les ofrece incondicionalmente, pero también me ha hecho reflexionar, hasta que punto nos interesa un tipo de salario, y dónde comenzamos a valorar el otro. Es verdad que el compromiso con el trabajo y la empresa se adquiere por factores que van más allá que el puramente económico, pero si tenemos este también cubierto.
Casualidades de la vida, hace poco me he visto involucrada en la contratación de una persona que cuenta con muy poco para empezar, justo tiene los papeles para poder trabajar, pero aún no tiene ni donde alojarse para poder vivir mientras trabaja aquí. Por supuesto, para esta persona poder pagar sus facturas con las que mantenerse es la prioridad que busca a la hora de elegir un trabajo, mejor dicho, en este momento, no tiene ni la posibilidad de elegir, sino de quedarse con lo que le ofrecen para poder pagar su manutención y poder seguir buscando algo más interesante. Aún y todo, y teniendo en cuenta que le ha salido una oportunidad para trabajar que puede resultarle interesante económicamente y respecto a las condiciones, no está muy segura de cogerlo, precisamente por el aspecto emocional que este trabajo le implica. No se trata de nada turbio ni complicado, simplemente debe tratar con una persona con un carácter difícil, y no se siente capacitada para poder gestionar las situaciones que se puedan dar, a la vez que consigue realizar bien sus tareas. Cuando he leído sobre la importancia del salario emocional me he acordado de esta persona, ya que, a pesar de estar en una situación crítica, prevalece en ella el poder sentirse bien para trabajar, ya que considera que si no es así no va a poder hacer bien su trabajo.
Habrá quien piense que primero hay que satisfacer las necesidades económicas para poder pasar a las emocionales, pero no siempre es así, y en muchas ocasiones van de la mano unas y otras. Al final, todos trabajamos para pagar las facturas, pero también queremos sentirnos bien desarrollando nuestro trabajo.