En el post anterior mostraba el peligro de acercarnos a los demás desde nuestras debilidades e inseguridades, haciendo que esto fuera el punto de unión con aquellos que nos rodean, y lo que podía conllevar para los más pequeños y jóvenes. En un principio, parece que un emprendedor huiría de esta conducta ya que uno de los principales valores que le motiva al emprendimiento es el de la confianza en lo que uno hace. Sin esta fortaleza difícilmente se puede entender que una persona sea capaz de convencer a otras para poner en marcha su idea de negocio, ya que normalmente en la formación de una empresa está implicada más de una persona, aunque este sea el del banco. Sin embargo, no es raro encontrarte con personas muy válidas que lideran empresas de éxito, y que, sin embargo, muestran inseguridades o tienen dudas a la hora de mostrar su éxito. Bien porque no quieren parecer arrogantes, porque temen a la competencia, o simplemente porque consideran que no deben contar todo lo bueno que ocurre dentro de sus empresas, cuando se trata de hacer llegar sus servicios a los clientes, les cuesta compartir todo lo que les pueden ofrecer a estos.
Y aquí radica el aspecto fundamental de lo peligroso que resulta la humildad en el plano empresarial, ya que no sólo se limita la propia empresa en captar nuevos clientes por no transmitir sus éxitos, sino que impiden que otras empresas se beneficien del buen hacer de sus servicios, no beneficiando a nadie la ocultación de este hecho. Y, además, hay que atreverse a poner en valor el servicio en la medida que le corresponde, sabiendo en qué mercado y sector se mueve la empresa, pero dándole su precio justo, sin que la humildad subestime el precio del mismo. Aunque parezca algo lógico, no siempre resulta tan fácil hacerlo, y uno de los mayores escollos suele ser precisamente salvar las inseguridades personales de quienes han logrado esos éxitos.