Siempre he defendido que el que nuestros hijos realicen algún deporte es una muy buena forma de transmitir ciertos valores y de favorecer sus relaciones con otras personas. Por una parte, tienen que aprender a acatar las órdenes de sus entrenadores, a convivir con sus compañeros, respetar la estrategia del equipo,… aparte de favorecer su gestión emocional hacia ciertas situaciones como saber ganar y saber perder.
Cómo realizar un deporte determinado les va a enseñar su entrenador o los diferentes instructores que tengan relacionados con el deporte que practiquen, pero somos los padres quienes debemos seguir de cerca el aprendizaje de los valores, y no permitir ni favorecer que actúen en omisión a estos. Es decir, hay veces, que los entrenadores les dan órdenes que no les gusta cumplir, y al igual que ocurre con los profesores, debemos ayudarles a acatar esas órdenes, sin dejarles que hagan lo que ellos quieran, ya que aunque no nos guste o incluso nos parezca injusto, es importante que aprendan a acatar las órdenes. Tenemos que ser conscientes, que si no lo hacen, no estamos yendo en contra del entrenador en cuestión, sino de nuestros hijos, ya que estos van a quedarse con la idea de que pueden hacer lo que quieran, prevaleciendo su interés individual y no el del equipo, por lo que no estamos contribuyendo a transmitirles los valores que se aprenden en el juego de equipo.
Dicho de esta forma, sé que la mayoría estará de acuerdo conmigo, pero cuando nos metemos en materia, a veces no vemos las cosas tan claras. Hace unos días, me comentaban de un caso en el que a un niño se le decía que tenía que jugar con un compañero, el cual era un poco “chupón” y no le pasaba. El niño se quejó, y como el entrenador no le hizo caso, ha decidido seguir yendo a entrenar, pero no va a jugar los partidos, y sus padres lo permiten y le respaldan en esta decisión. Imagino que ahora puede haber muchas opiniones diferentes, pero considero que si se le permite no cumplir con las órdenes del entrenador, difícilmente va a aprender a jugar en equipo, con todo lo bueno que conlleva, y mucho menos a seguir decisiones que no le gustan, algo que tarde o temprano deberá hacer, tanto en su vida laboral como personal, además de que no va a aprender a valorar otras opiniones y puntos de vista diferentes a los suyos. A la hora de apoyar a los hijos debemos tener en cuenta si les hacemos un favor en el momento o se lo hacemos a largo plazo.