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Carlos Rilova

El correo de la historia

De gladiadores y gladiadoras

Por Carlos Rilova Jericó

Ahora que en la Real Academia de la Lengua y sitios así empiezan a preocuparse por borrar todo rastro de sexismo en diccionarios y otras publicaciones, quizás no estará de más hablar este lunes en este correo de la Historia de una cuestión curiosa sobre esto que ahora llaman “igualdad de género”.


La verdad es que es un tema de esos que uno, personalmente, se resiste a tratar. Y es que la palabra “gladiadores” se ha convertido en sinónimo de rechifla general desde que una de esas películas de risa graciosa -como decía un humorista-, “Aterriza como puedas” -primera de una larga serie del terceto Zucker-Abrahams-Zucker-, la convirtió en un  chiste que no les voy a repetir porque seguro que ya lo conocerán.

Ciertamente ese de servir de chiste equívoco no es un destino histórico demasiado extraño para esa profesión, la de gladiador, -que lo era- porque, de hecho, como ya ha señalado un especialista en Historia Antigua, Paul Veyne, los gladiadores, esclavos o libres, que de ambas clases los había, tenían en Roma una consideración social similar a la que hoy tienen los actores, y actrices, del cine Porno. Es decir, gente por la que se sentía una cierta admiración mezclada con una cierta repulsión y rechazo social de esos tipo “no me gustaría que mi hijo -y menos mi hija- acabase así”.

En cualquier caso, una vez más la tentación es demasiado fuerte y, también una vez más, voy a arrostrar los peligros de hablar en este correo de la Historia de un tema resbaladizo. Voy a pensar que, a lo mejor, puede que así ayude a dignificar un tanto esa parte de la Historia -bastante indigna incluso para los aficionados romanos a esos espectáculos- como lo consiguieron, por ejemplo, el “Espartaco” de Kubrick sacando el asunto de la marginalidad histórica al mismo tiempo que a Howard Fast, autor del libro en el que se basó la película, perseguido por la caza de brujas de McCarthy, o bien la magnífica serie “Roma”, que supo mostrar el asunto de los gladiadores en toda su mezquina cotidianeidad, enfrentando en un épico y realista duelo a Lucio Voreno y su inseparable amigo de la guerra Tito Pulo. Por no decir nada del “Gladiator” de Ridley Scott en el que, seguro, estarán pensando muchos de ustedes.

De los gladiadores, en contra de lo que les pueda parecer por las innumerables películas “péplum” de los años 50 del siglo pasado, es más bien poco lo que sabemos. De las gladiadoras, mucho más escasas en número, menos aún.

Resulta curioso a ese respecto comparar lo que nos dice un artículo escrito para una revista de gran difusión de la primera mitad del siglo XIX, “Le Magasin Pittoresque” -que ya ha servido para ilustrar alguna que otra página de este correo de la Historia- en uno de sus números para el año 1835 y lo que han ido publicando recientemente los especialistas en la materia.

Caso, por ejemplo, del artículo incluido en la Enciclopedia Romana avalada nada menos que por la Universidad de Chicago titulado “Female gladiators” (http://penelope.uchicago.edu/~grout/encyclopaedia_romana/gladiators/amazones.html).

El primero de ambos, que hacía en su número de octubre de 1835 un repaso muy a fondo de los que llamaba “espectáculos sangrientos”, esos que los romanos de todo sexo y condición aplaudían, hablaba, entre otros, de los combates de gladiadores a pie o a caballo.

Considera como origen de los mismos ese redactor del año 1835 que el origen de ese espectáculo pudo estar en los sacrificios humanos ofrecidos a los dioses, reconvertidos en juegos fúnebres en los que las víctimas a ofrecer a los dioses en honor a los difuntos tenían la oportunidad de batirse y de no ser sacrificados inermes. Una costumbre que, como muchas otras, los primitivos romanos habrían tomado de los etruscos.

Popular en la Roma republicana bajo ese aspecto de juegos fúnebres, nos dice el redactor de “Le Magasin Pittoresque” que será durante el Imperio cuando ese tipo de combates hagan verdadero furor, llegando a ser necesario prohibir a los más ardientes seguidores de ese espectáculo que se sumasen como protagonistas a él si pertenecían a familias patricias. El segundo emperador, César Augusto, sobrino del primer y más celebre romano detentador de ese título, Julio César, lanza varios edictos que prohíben a los romanos patricios combatir en la arena. Algo que Nerón no sólo permitirá sino alentará, haciendo combatir en una ocasión a 400 senadores contra 600 hombres con rango de “equites” (caballeros).

De Marco Aurelio, convertido en protagonista de la ya mencionada “Gladiator”, nos dice el redactor de “Le Magasin Pittoresque” que devolverá el sentido común a estos espectáculos y tratará incluso de mitigarlos prohibiendo que los gladiadores combatan con armas mortales, siendo sustituidas por otras de punta y filo embotado. Algo que su hijo Cómodo, también convertido en protagonista de “Gladiator”, se encargará de anular reviviendo, como nos dice el redactor de “Le Magasin Pittoresque”, toda la antigua crueldad de esos juegos, cosa que dejaba bien clara también la película de Ridley Scott.

De mujeres gladiadoras, sin embargo, “Le Magasin Pittoresque” prefiere no decir nada, restringiendo aún más un recuerdo que no ha dejado -ni siquiera en el caso de los gladiadores masculinos- muchos indicios visuales, reduciéndose la mayor parte de lo que se sabe sobre ellos a fuentes escritas, siempre más escasas para ese período histórico que para los posteriores.

El artículo publicado en la Enciclopedia Romana mantenido por la Universidad de Chicago, abunda más sobre de dónde salen las escasas gladiadoras. Nos dice así que eran una verdadera rareza vista con malos ojos por autores tan diversos como Dion Casio, Tácito y Juvenal. Juegos como los ya aludidos organizados por Nerón, de hecho, obligan a mujeres patricias a combatir en la arena, algo que para esos hombres de letras romanos es escandaloso. Así, la conclusión general del artículo es que las gladiadoras existieron en la Roma antigua y sus colonias, en efecto, pero fueron una viciosa rareza.

Una que, de hecho, carece hasta de nombre, ya que “gladiatrix” sería, según ese documentado artículo, una construcción moderna para distinguir a esas mujeres que combaten en la arena de los circos romanos de su contraparte masculina, los “gladiatores” propiamente dichos.

Sin embargo nada de eso, ni la escasez de fuentes gráficas o escritas sobre ellas, significa que esas mujeres no existiesen, no fuesen parte de una Historia en femenino que aquí hemos tratado, por lo menos, de dejar esbozada, apartada, un poco más, del olvido.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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