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Carlos Rilova

El correo de la historia

¿O un largo puente o una conmemoración histórica? Lo que va del 2 de mayo de 1808 al 2 de mayo de 2016

Por Carlos Rilova Jericó

Hoy es 2 de mayo de 2016. Eso significa que ahora mismo, hace 208 años, en Madrid, había estallado una insurrección popular que estaba siendo sangrientamente reprimida por las mejores tropas que había en Europa en aquel momento.

Es decir, las de un personaje tan flamante como el duque de Berg, más conocido como Joachim Murat. Un aventurero francés que, en las convulsiones provocadas por las guerras desencadenadas a causa de la revolución francesa de 1789, ascendió, como un rayo, hacia los puestos más altos de la nueva escala social. De ser el hijo de un posadero que estaba estudiando para sacerdote a soldado de la revolución, oficial, general, mariscal, rey, cuñado del emperador Napoleón Bonaparte…

De hecho, rey de España en mayo de 1808, aunque Napoleón prefiere que, finalmente, no ciña esa corona del país cuya capital acaba de bañar en sangre, entregándole, en cambio, la de Nápoles.

Supongo que, para la mayoría, esos hechos carecen de significado, que lo importante del 2 de mayo es que es puente en Madrid y varias comunidades más y eso alarga el fin de semana casi cuatro días.

Pero, claro, yo aquí vengo a hablar de Historia, no de Turismo de primer y segundo nivel. Así que algo tengo que decir sobre el recuerdo histórico de lo ocurrido hace hoy 208 años.

¿Y qué podría decir?. Pues varias cosas, pero entre todas ellas -por no variar- voy a aprovechar la ocasión para quejarme de lo torreznero y panderetero que puede llegar a ser el recuerdo de la Historia en España (de estudiarla seriamente ya ni hablamos) cuando se trata de ocasiones como éstas.

Me ha extrañado extraordinariamente que este 2 de mayo de 2016 no haya aparecido, al menos a la hora en la que subo este nuevo correo de la Historia, ninguna campaña, ni a favor ni en contra, de que el 2 de mayo siga siendo la Fiesta de la Comunidad de Madrid.

No sé, cosas como por ejemplo una troleada estilo la que se dio en torno a Blas de Lezo hace unas cuantas semanas y con la que él que esto escribe y quienes leen esta página pudieron paladear -ese es el verbo correcto- en qué clase de harapos se está convirtiendo, en España, el conocimiento de la propia Historia. Reducida a pedrusco a lanzar contra la crisma del primer “guiri” que ose asomar su fina cara de persona leída por la piel de toro (y olé).

También me ha extrañado no ver aparecer ninguna polémica sobre el 2 de mayo desde el extremo contrario. No sé, alguna declaración de alguna marea ciudadana antimilitarista, pacifista, morada o púrpura, ecologista, altermundista, etc., etc… que protestase porque esa fiesta, el 2 de mayo, conmemora -cuando no celebra, vayan ustedes a saber, hay mucho desgraciado y desgraciada por ahí, capaces de eso y más- unos hechos en los que hubo muertos, cargas de Caballería, combate de línea en orden cerrado y otras feas acciones propias de una guerra abierta que, como suele ser habitual en esos medios políticos, se consideran nefastas, aborrecibles, como algo cuya existencia hay que negar, barrer bajo una alfombra de nubes de algodón y ese buenismo -un poco memo- que considera que no debería haber ni siquiera museos militares y la Historia se tendría que reducir a estudiar únicamente a esos pueblos  imaginados por Voltaire -uno de sus días malos- que bailan felices al son del tamboril y el caramillo en alguna Arcadia tan feliz como, por desgracia, rara en la, para nosotros, ya larga Historia de la Humanidad.

Pues no, el caso es que cuando este artículo ya estaba terminado nada se había dicho, respecto al 2 de mayo, por parte de los que creen que la Historia de España se reduce a una versión digital de los tebeos del Guerrero del Antifaz, ni tampoco por parte de sus contrarios políticos.

Acaso el daño ya esté hecho y quizás todo se ha quedado en que unos y otros se limitan a aprovechar el 2 de mayo como un largo puente y nada más, sin entretenerse ya en convertirlo en bandera de un color o de otro.

No tendría nada de raro porque, salvo las honrosas excepciones de rigor, del bicentenario de las guerras napoleónicas en España (2008-2014) me da la impresión de que hemos salido, en general, sabiendo menos de lo que sabíamos cuando comenzó.

Probablemente muchos siguen creyendo que lo del 2 de mayo fue un grave error histórico porque un pueblo salvaje e inculto (el español), lleno de un oscurantismo alimentado por un clero sólo algo menos ignorante, se opuso a la ilustrada Europa representada por las legiones imperiales de Murat.

A más y más, que dicen en Cataluña, es muy probable que, a ras de calle, se siga creyendo a pies juntillas que la Historia de la Guerra peninsular (como la llaman los británicos) la ganaron “los guerrilleros”. Es decir, tipos vestidos con traje de montar andaluz, sombrero castoreño y trabuco…

No tiene nada de raro que esto sea así. Si repasamos la verdaderamente paupérrima colección de novelas históricas -no voy a hacer la lista porque es breve y fácil de recomponer gracias a Internet- a las que dio lugar el bicentenario, descubriremos que el mito del retrogrado guerrillero, del español cruel y salvaje, sumergido y macerado en siglos de oscurantismo y casticismo de la escuela filosófica (es un decir) de Roberto Alcázar y Pedrín, apenas es contestado en esas publicaciones.

Si aparecía en ellas otra versión de los hechos distinta a esa tan pinturera, la conclusión, de rigor, era que, bueno, sí, en España había habido algo parecido a un Ejército organizado, puede que incluso parecido al napoleónico, pero, vamos, pura casualidad y que sirvió de muy poco y que, sí, bueno, aunque ganó alguna batalla en Bailén -o por ahí- todo se debió, sobre todo, a unos heroicos muchachos con mucha patilla y mucho trabuco y mucha guitarra andaluza, que diezmaron al Ejército napoleónico emboscada a emboscada -después de molestar infinitamente a los incómodos y traicioneros aliados británicos con su racial olor a ajo- y echaron a los franceses al otro lado de la frontera de los Pirineos, la cerraron a cal y canto y se volvieron, felices, a su país de pandereta para seguir bailando la cachucha y el fandango mientras los del otro lado inventaban tranvías aéreos, autogiros, submarinos, dispositivos de rayos infrarrojos y cosas así…

Sé que lo dicho es caricaturesco pero, desgraciadamente, si hacen la prueba, verán que, una vez más, la caricatura refleja un 90% de verdad.

Pregunten y verán qué escasa parte de la actual ciudadanía española sabe responder a preguntas sobre lo que pasa tras el 2 de mayo de 1808, qué regimientos españoles lucharon en las más de 300 batallas que se combatieron tras la victoria de Bailén, quienes eran sus generales, dónde estaban en abril de 1814 o en junio de 1815.

Hechas esas preguntas, verán que muy pocos saben responder, que muy pocos han leído los escasos libros que -a costa de no pocos esfuerzos- han intentado contrarrestar esa ignorancia embrutecida que jamás ha visto ni un sólo documento de, por ejemplo, un oficial de Intendencia del Cuarto Ejército español que barrió, con los mismos -pero mejorados- métodos del orden de combate imperial francés, a los regimientos napoleónicos del territorio que habían invadido en 1808 y los persiguieron nada menos que hasta Toulouse en abril de 1814. Hasta que llegaron noticias de que Napoleón, rodeado por ejércitos como ese, desde el Norte y el Sur, no tenía más remedio que abdicar.

Hazaña que, por cierto, se repitió en el verano de 1815, con más Ejércitos -tres para ser exactos- que, desde siempre, desde antes y desde después de la supuesta rebelión “popular” de 2 de mayo de 1808, nunca habían sido muy distintos, ni en lo malo ni en lo bueno, a los del resto de la Europa napoleónica.

Esa desidia, ese desconocimiento histórico es tan lamentable como peligroso. Por tanto les pido que, desde este 2 de mayo, digan lo que digan desde una tribuna política u otra, hagan un esfuerzo: busquen libros de Historia sobre las guerras napoleónicas como el firmado por el que estas líneas escribe o por otros autores, como el del libro que ilustra esta página, y dejen de (des)informarse por medio de novelistas iletrados, y transidos de rancias obsesiones antihistóricas, o de libros de presuntos historiadores de allende los Pirineos -Gordon Corrigan, Bernard Cornwell…- que sólo han logrado ver convertida en éxito su sesgada, incompleta y parcial versión de las guerras napoleónicas (que excluye o minimiza la participación española) gracias al papanatismo y cobardía paralizante de un paupérrimo mundo editorial español que, en algunos casos, que sepamos, lo mismo pontifica sobre “el ser histórico de España”, y otras rimbonbancias, que, en sus ratos libres, funda -vía Panamá- una empresa offshore en un paraíso fiscal y, en general -con ese “adorno” o sin él-, hace buena la caricatura del español, ignorante, oscurantista y peores cosas aún.

A larga, si siguen este consejo, saldremos ganando todos y los puentes del 2 de mayo, además de entretenidos, también podrán ser instructivos. Incluso edificantes.

 

 

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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