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Carlos Rilova

El correo de la historia

A 80 años de la Guerra Civil española, en busca de la paz perdida, “En busca del Arca perdida”. Cine, Historia y mitos (1936-2016)

Por Carlos Rilova Jericó

Hoy se cumplen exactamente 80 años del comienzo de la Guerra Civil española. Podría parecer frívolo meter en esa solemne efeméride histórica nada menos que a Indiana Jones y su celebérrima “En busca del Arca perdida”.

Yo, obviamente, creo que no. Por varias razones. La primera, y quizás más importante, es que esa película, independientemente de aumentar el número de vocaciones en el campo de esa ciencia auxiliar de la Historia que es la Arqueología, marcó toda una época en la Historia del Cine y se convirtió -guste más o menos- en un referente que sigue siendo influyente aún hoy día.

La segunda razón por la que creo que no es frívolo mezclar la famosa “Indiana Jones: en busca del Arca perdida”  con el aniversario del comienzo de la Guerra Civil, es por la fecha en la que transcurren los hechos en esa película. Por si no se han fijado, el famoso científico aventurero está en Sudamérica, buscando un preciado ídolo precolombino, en el año 1936…

La aventura en cuestión parece transcurrir en los meses de verano, justo cuando en España se provoca la Guerra Civil por medio del golpe de estado del 18 de julio, porque tras su escapada “in extremis” de su némesis, el arqueólogo y cazatesoros Belloq -al parecer vagamente  inspirado en un historiador anglofrancés de esa época, Hilaire Belloc-, el doctor Jones regresa a los brazos de su Universidad y sigue allí impartiendo clase y rompiendo el corazón de alguna que otra entusiasta alumna en lo que parece ser el comienzo del primer “term” habitual en las universidades anglosajonas, que coincide, más o menos, con nuestro primer trimestre, de septiembre a diciembre.

Así pues, ya tenemos la información histórica básica que ha transmitido, se puede decir que durante generaciones, “En busca del Arca perdida”.

El arriscado doctor Jones se mueve en un proceloso mundo en el que, como vemos de inmediato, tras su regreso a la Universidad, los perversos nazis campan a sus anchas, preocupando mucho al gobierno de Estados Unidos, dos de cuyos funcionarios se ponen en contacto con el ínclito arqueólogo para ver si les aclara qué es eso del Arca perdida de Israel y la razón por la que interesa tanto a Hitler.

Con eso las premisas para la magnética aventura, quedan servidas. Indiana se pone en marcha, seguido muy de cerca por un siniestro miembro de la Gestapo nazi que, naturalmente, quiere dar con el Arca sirviéndose de lo que averigüe el doctor Jones.

Pese a esa clara aparición de un notorio miembro de la Alemania nazi, en “En busca del Arca perdida” no hay mayor referencia a qué está haciendo ese inquietante país en esos momentos.

Por lo tanto no hay referencia alguna en esa película, que transcurre en el año 1936, a que en España, en esas fechas, se está librando una guerra civil. Una que sólo llegó a tener lugar por el decidido apoyo que prestaron al bando de los militares sublevados los nazis que tanto odia el doctor Jones. Facilitando a los golpistas, sólo para empezar, aviones con los que cruzar el estrecho de Gibraltar pasando tropas marroquíes para, paradójicamente, iniciar lo que la propaganda de ese bando rebelde llamó “Cruzada”…

Por supuesto la gran virtud de “En busca del Arca perdida” es que es eso que llaman una película “de aventuras”, de esas que en los años 30 y 40 se pasaban en sesión doble. Títulos como “Al Sur de Pago Pago” y similares.

En otras palabras:  no se puede pedir mucho más en cuestiones de exactitud histórica a una película que es, ante todo, un gran homenaje a ese Cine “de aventuras” rendido por un cineasta que, será cuestionable por otras razones, pero no desde luego por su conocimiento de la fórmula magistral del Cine en estado puro.

Y sin embargo, “En busca del Arca perdida”, con sus olvidos, despistes sobre la Historia de España (que, por lo general, importa un comino a los anglosajones) y exageraciones, acierta, más o menos, en la descripción histórica del Mundo en 1936.

En efecto, puede parecer chocante ver cómo centenares de soldados nazis de lo que parece una especie de borrador del aún inexistente Afrika Korps se pasean, a sus anchas, pegando tiros, por un Protectorado británico como lo era, en la práctica, Egipto en el año 1936.

Sin embargo, pese a que eso no ocurrió históricamente, refleja con bastante exactitud cuál era la actitud de Gran Bretaña en 1936, cuando ya ha comenzado la Guerra Civil española.

Si los nazis hubieran exigido a la Gran Bretaña de Chamberlain que dejase entrar en territorios administrados por la Corona británica a fuerzas armadas alemanas para hacer… bueno, en fin, para hacer lo que les diera la gana… la Gran Bretaña de Neville Chamberlain les hubiera dejado hacer tranquilamente.

Es algo que ese gobierno británico estuvo demostrando constantemente desde 1936 en adelante. Bastaba con que Hitler pidiera algo, para que Chamberlain mirase para otro lado y obligase a la otra gran potencia europea aún democrática -Francia- a hacer otro tanto.

Así se hizo con Checoslovaquia, a la que los nazis pudieron invadir sin pegar un tiro. O con Austria, a la que se anexionaron por aquello de las afinidades de “Cultura y Raza”, tan caras al régimen nazi, no sin antes amenazar a sus autoridades, como nos cuenta Hugh Thomas en “La Guerra Civil española”, con que, si no se aceptaba ese “Anschluss”, Austria se convertiría en otra España. Es decir, se provocaría en ella otra guerra civil en la que uno de los dos bandos -no precisamente el más democrático- tendría a la apisonadora militar alemana detrás…

El querido -sobre todo en Berlín- Neville Chamberlain dejó hacer. Todo con tal de evitar otra guerra que, por supuesto, Hitler no pensaba evitar de ningún modo.

La España gubernamental (la hoy llamada “republicana”) cayó víctima de esa política contra la que advirtieron incluso los miembros más conscientes del Partido Conservador de Chamberlain: el ministro de Exteriores Anthony Eden, que acabó dimitiendo, Lady Atholl que conocía de primera mano lo que estaba en juego en España, o el mismísimo Winston Churchill, que, tras sus comprensibles recelos ante el caos rampante en las áreas bajo control del Gobierno en España (prefiriendo a Franco antes que a una democracia que no hubiera garantizado su seguridad personal) cambió de idea viendo cómo los republicanos reconducían la situación a partir de 1937 y considerando el notorio peligro para Gran Bretaña si se permitía asentarse a Hitler en España. Justo a espaldas de Francia. El único aliado natural que, tras la caída de la República española, le quedaría a Gran Bretaña en Europa…

Chamberlain permaneció indiferente -acaso acobardado- ante tales argumentos tan lógicos: no permitió que la República recibiese armas ni apoyo, toleró la farsa de la No Intervención que principalmente sirvió para que los nazis abasteciesen al bando sublevado, permitiéndole así machacar a placer al bando gubernamental (hasta 10.000 proyectiles de Artillería pudieron lanzar en un sólo ataque durante la última ofensiva, como nos cuenta un libro escrito por el mejor estratega republicano, Vicente Rojo). Por supuesto Chamberlain también prohibió a Francia ayudar a la República, siquiera fuera abriendo la frontera para que pasase material de guerra con el que la Batalla del Ebro -una verdadera maravilla estratégica diseñada por el general Rojo- se hubiera, sin duda, decantado a favor del bando gubernamental y no de los sublevados.

Chamberlain, de hecho, también impidió una salida negociada a la guerra, con mediación de Estados Unidos, en la que incluso estaban de acuerdo generales sublevados como Yagüe, como también nos cuenta Hugh Thomas…

Así pues, como ven, “En busca del Arca perdida”, con sus nazis haciendo lo que les daba la gana en territorio bajo supuesto control británico -incluso tratar de llevarse el Arca de la Alianza- no está tan lejos de la realidad histórica de aquel año 1936 en el que, hoy hace 80 años, empezó una guerra cuyas funestas consecuencias aún arrastramos. En gran medida gracias a la cobardía y estúpida ceguera de supuestos hombres de estado como Neville Chamberlain que, no se extrañen, perdió el poder estrepitosamente -debiendo cederlo a su amigo y compañero de partido Winston Churchill- poco después de que la República que le había tendido la mano fuera masacrada por los aliados españoles de Hitler en abril de 1939.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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