Alberto Moyano

A estas horas ya estará haciendo la digestión. Tom Cruise y Katie
Holmes han sido padres de una niña de 3.370 kilos y 50,8 centímetros.
Estos dos datos, siempre importantes en caso de nacimiento, cobran
especial relevancia en esta ocasión ya que el padre había anunciado en
una entrevista a la cadena estadounidense ABC que se comería la
placenta de la recién nacida en el mismo paritorio. Remataría la orgía
gastronómica con un postre a base de cordón umbilical.
Que el actor cienciólogo está un poco enajenado es algo que se sospecha
hace tiempo. Su caso es el mejor argumento para los partidarios de una
vuelta al sistema de los viejos estudios de Hollywood, que controlaban
en tiempos hasta el parpadeo de sus estrellas. La prueba de que Cruise
está hecho una pena no es ya que se zampe la placenta y los excedentes
del bebé, sino que sienta la imperiosa necesidad de contárselo al
mundo. Y el amor será ciego y hasta sordo, pero tiene que ser duro
vivir y dormir cada día y cada noche con un señor al que has visto
cometer tamaña inmundicia, y encima sin poder gritar porque lo prohíbe
esa especie de religión rocambolesca –valga la redundancia– que profesa
la pareja.