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Alberto Moyano

El jukebox

Felipitis

Alberto Moyano

Un repaso a los catorce años (1982-1996) de Felipismo permitiría hablar
de la guerra sucia, del cuartel de Intxaurrondo, del «no hay pruebas ni
las habrá», del «me he enterado por la prensa», de la salvaje
reconversión industrial, del caso Filesa, de la cultura del pelotazo,
de la Expo de Sevilla (y su correspondiente sartenazo económico), de la
construcción del AVE (y el suyo), del caso Roldán, de los Juegos
Olímpicos de Barcelona y del auge de las sevillanas entre los vip
madrileños a finales de los ochenta.
Todo esto serviría para que el ex presidente González se presentara a
sí mismo como la reencarnación de El príncipe de Maquiavelo o,
simplemente, como un experto en los manejos del poder. Pues no. El
poder por el poder nunca le interesó. Él, cómo decirlo, más bien se
considera poseedor de «una cierta autoridad moral».
Subido en su gran vanidad, el ex presidente González se plantó anoche
ante Jesús Quintero, quien visto el plan en el que llegaba su
invitado,  optó por hacerse el loco, con colina o sin ella. Con
aire de medio aburrido y ese aspecto de encargado de Ikea que tantos
éxitos le dio en la primera transición e incluso posteriormente,
González  tuvo un recuerdo para los bonsais que donó al Botánico,
ejercitó la falsa modestia para restar importancia a sus chucherías en
piedra –tipo pendientes de la Sonsoles– y se felicitó porque ahora, más
o menos, es el dueño de su agenda y no al revés, aunque admitió no
tener muy claro si tenía muchas ganas de estar en esos momentos
haciendo esa entrevista.
Luego, se fue, relajado, con la satisfacción que da vender una vez más el mismo coche usado. Y el Quintero, encantadísimo.


abril 2006
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