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Alberto Moyano

El jukebox

Una tumba para Kapuscinski

Alberto Moyano

El periodista polaco Ryszard Kapuscinski falleció ayer en Varsovia a
los 74 años. Es el momento de recalcar que, al menos en lo profesional,
fue un hombre afortunado. Vivió la que parece que vaya a ser la última
época dorada del reporterismo bélico –o del reporterismo en general– y
acertó al describir las aventuras del insecto humano en esta piedra
giratoria que llamamos Tierra.
Atado a las viejas prácticas de la profesión, Kapuscinski capturó la
esencia del siglo XX al relatar la guerra que se desató entre Honduras
y El Salvador en 1969 a causa de una eliminatoria futbolística, los
delirios del emperador etíope Halie Selassie, la conversión de la
utopía comunista en chatarra para la industria pesada o el lado oscuro
de un Sha de Persia, agasajado con deleite por la prensa rosa de la
época.
Y mientras hizo todo esto, supo evitar pudorosamente las enfermedades
del enviado especial, significativamente manifestadas en esa ridícula
necesidad de aparecer ante las cámaras ataviado con chaleco antibalas y
ropa de camuflaje. Lógicamente y como consecuencia de lo anterior, se
centró en deshuesar las historias y ahorró a sus lectores los fatigosos
sermones sobre ‘la tribu’ de reporteros, su lerdo sistema de valores y
sus tremendistas historias de amistad viril.
En el colmo de la fortuna, consiguió eludir ese Premio Nobel que le
rondó hasta el último momento. Sí le cayó encima el Príncipe de
Asturias, cerrando así una especie de círculo que se abrió cuando
impartió clases a la entonces periodista Letizia Ortiz. Eso sí, a la
luz de los resultados visibles, no resulta fácil dilucidar las
hipotéticas virtudes del profesor Kapuscinski.
Goian Bego, Ryszard.


enero 2007
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