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Alberto Moyano

El jukebox

Monta y doma de prejuicios

Cualquier comunidad de vecinos, por reducida que sea, tiene empadronados a un racista y a varios machistas en su portar. Dado que cada uno de nosotros es un bloque de viviendas de seis alturas, se entenderá que mantener a raya nuestras peores tendencias es casi siempre un combate interior.


De acuerdo con el signo de los tiempos, las discriminaciones basadas en el aspecto -y en último término, todas lo son-requieren adaptarse a las nuevas realidades para resultar sostenibles en el tiempo. Así, hemos pasado del abominable “¿Machista, yo? Pero si para mí la mujer es la reina de la creación” a otras formulaciones mucho más sibilinas, pero que permiten idénticas descargas de responsabilidad. “Creo que las mujeres están mucho más dotadas para la gestión”, “la mujer es más flexible y dada a llegar a acuerdos” o incluso “el mundo será mejor el día en el que esté gobernado por mujeres”.


Todas estas construcciones sintácticas pertenecen a esa gran familia cuyo patriarca es “los negros tienen el ritmo en la sangre”. Precisamente, la experiencia llevada a cabo en la noche del sábado por SOS Racismo en varios locales de copas de Vizcaya sirvió para certificar que si moros, negros, suramericanos y cualquier otra variedad cromática tiene problemas para acceder al interior del local obedece a que el prejuicio es un requisito profesional indispensable para ejercer de portero de noche.


Alegar que son los clientes los que no desean compartir pista de baile con otras variedades cromáticas constituye un argumento inatacable por veraz. Al fin y al cabo, cualquier empresario hostelero carece de prejuicios raciales respecto a los euros, sean éstos del color que sean. También Vasile prefiriría ofrecer una programación educadora y formativa, pero por desgracia debe rendir cuentas ante sus accionistas y es comprensible que desee seguir haciéndolo por muchos años. Y ya sabemos que el resultado de esta encrucijada implacable es Belén Esteban.


Excepto en el caso de individuos exóticos, nuestro racismo está tonto, pero no loco. El mismo que se niega a compartir pista de baile con una sudamericana no dudaría en compartir cama con ella, incluso previo pago de la tarifa en vigor, y por supuesto, llegado el caso, depositará los cuidados de su propia madre en la bailarina ocho horas al día, seis días a la semana.


Por lo demás, nunca se insistirá lo suficiente en que el odio está sobrevalorado y el desprecio, subestimado. Nuestro desambulear por el mundo consiste, entre otras cosas, en hallar gentes a las que denostar con la misma intensidad con la que otros aplican la misma actitud sobre nosotros mismos porque, por increíble que te parezca, siempre hay alguien mucho más blanco y macho que tú.


marzo 2011
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