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Ricardo Aldarondo

Mon Oncle

Desde Cannes (6): mendigar invitaciones con pajarita

 

Lo hemos explicado en alguna ocasión, pero muchos no se hacen a la idea de que Cannes no es un festival como los demás: no se puede ir a una taquilla a comprar entradas. La gente de la calle no puede ir al cine, por mucho que esté dispuesta a pagar o hacer cola. A las sesiones del Festival de Cannes se entra con acreditación de periodista o de mercado, o a través de las invitaciones que se adjudican a la gente de la industria: productores, distribuidores, agencias, equipos de las películas programadas, etcétera.

De manera que el fervoroso cinéfilo de a pie, o el turista que se piensa que va a estar en el cogollo de Cannes, solo tiene una opción: mendigar invitaciones en las inmediaciones del Palais. Y así ocurre. Desde las 7.30 de la mañana, muchos metros antes de llegar a la puerta del Palais vas viendo a los sufridos aspirantes con su cartel, esperando que se produzca el milagro: que a alguno de los que se dirigen al cine les sobre una invitación; aunque la mayoría son periodistas, y no tienen. Lo único bueno es que los que reciben las invitaciones son penalizados si no las usan (y tienen muy controlado si se han usado o no), así que deben deshacerse de las que les sobran. Huelga decir que la mayoría de la gente, de todas las edades porque hay desde jovencitos a señoras de más de 70 años, ve cómo llega el comienzo de la sesión y se queda sin película, después de pegarse el madrugón. Cuando lo logran, saltan de alegría, o casi no se lo creen.

Y durante todo el día hay decenas de personas así con su cartel alrededor del Palais y preguntando a cada uno que pasa. Dado que a las sesiones de gala es obligatorio asistir con traje y pajarita (en el caso de los caballeros; vestido elegante y zapato adecuado las señoras), muchos van preparados con el atuendo desde casa, sin saber si llegarán a entrar o no. Todo eso por ver una película que, en algunas ocasiones, se estrena al día siguiente en los cines franceses. Pero así es Cannes.

Luego está lo de los periodistas. Tener una acreditación de periodista no te garantiza nada. Todo depende de la clase a la que pertenezcas y el tesón que tengas. La cosa va por colas y colores: hay acreditaciones blancas, rosas, azules, amarillas y naranjas, de mejor a peor. Cada cual tiene que hacer cola en su sitio, a la intemperie (sea el sol que pega fuerte normalmente, o bajo la lluvia como este año), al menos durante media hora. Si eres de los azules, y sobre todo de los amarillos, es probable que te quedes en la calle cuando llega el fatídico anuncio de “complet”, si no has ido con tiempo. Primero entran los blancos y rosas, luego los azules y, si queda sitio, cosa improbable, los amarillos. Pero estas reglas y el lugar donde se tienen que colocar los de tu color, cambian según las sesiones, con lo cual la confusión en aún mayor. El otro día un desesperado le gritaba al portero “¡que llevo aquí una hora!”, viendo que no iban a dar paso a ninguno de los amarillos; pero solo obtuvo una sonrisa compasiva. “Desolé” es la palabra que más usan los porteros, que por otra parte en los últimos años están especialmente amables y pacientes: bonjour a cada uno que entra, y a veces, cuando ven de qué país eres, te lo dicen en tu idioma. Pero las reglas son implacables. Además, al entrar en cada sala o en las instalaciones de prensa, hay que pasar un detector y mostrar los bolsos. Es duro, más de lo que pueda parecer desde fuera. Pero es Cannes, lo más deseado, y todo el mundo quiere estar ahí.

 

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Sobre el autor

Periodista de Cultura y crítico de Cine de El Diario Vasco. Colaborador de Rock De Lux, Fotogramas y Dirigido Por...


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