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Cecilia Casado

A partir de los 50

Haciendo el tonto con mi perro

 

La verdad es que últimamente estoy que no me reconozco. No sé dónde se ha quedado la racionalidad que me adornaba la frente, con cada día que pasa se me cae un prejuicio –junto con los anillos-, me abandona el sentido del ridículo, hay un invitado nuevo en mi vida que no sé cómo llamarlo pero que me cae muy bien.

Igual es que estoy ya en la frontera del país de “no retorno”, un lugar al que nunca pensé que viajaría y al que he llegado casi sin darme cuenta, donde los cuartos de hora tienen más de quince minutos, donde el abrazo de un peluche revuelve toda la poesía que me quedaba dentro, donde recupero los juegos que se me abortaron cuando fui niña de verdad.


Mi perrillo Elur ha cumplido siete años y había que celebrarlo.

Si a mí me hubiera dicho alguien alguna vez que iba a hacer tonterías de este tipo habría sonreído de medio lado, irónicamente, despojando de todo valor  la palabra de quien tan mal pretendía conocer mi andadura.

Sin embargo, heme aquí, tirada en el suelo de la cocina con mi hija, ofreciendo a Elur su tarta de cumpleaños especial a base de pan de molde y forrada de paté del rico, con adornos de galletas perrunas y su vela en la mitad. Al lado, un par de juguetes nuevos –a los que no ha hecho ni caso- y en su testa una corona de cartón que nos salió en el roscón de Reyes y que vaya usted a saber por qué había yo guardado.

Al encender la vela, sin esperar a que le cantáramos una mezcla de Zorionak zuri y Pintxo-pintxo, se ha abalanzado sobre la “tarta” y en un pispás, su blanco flequillo ha prendido fuego de la vela colorada. Ha sido un visto y no visto; obviamente, la “bombera” Alki ha subsanado el desaguisado sin mayor dolor para el perro, excepto un olor a “pollo quemado” que se ha quedado en la cocina…¡qué risas!

Luego, sin solución de continuidad, el bichón maltés llamado Elur, se ha comido TODA la tarta, desperdigando alrededor migas, pegotes y los restos de su banquete. Una vez terminada la pantagruélica ingesta, se ha tumbado en su sitio a hacer la siesta –que ha durado tres horas de reloj.

La gracia de todo esto estriba en que Elur fue desahuciado de la vida por un veterinario visionario (y de mucho pago) hace casi dos años con un diagnóstico terrible: meningoencefalitis de origen desconocido, presumiblemente vírica o tumoral. El consejo de sacrificarlo lo archivé en el mismo sitio de donde hoy nos han salido las ganas de festejar su séptimo aniversario.

 

En la vida –sea canina o humana- no siempre hay que tirar la toalla a las primeras de cambio; ni siquiera cuando pintan bastos y todo está de color panza de burro… ¿Qué haría yo sin la esperanza de que el amor y la cortisona son mágicos? ¿Qué habría sido de mí si cada vez que la buena suerte me volvió la espalda hubiera “sacrificado” mis ilusiones? ¿Qué tipo de vida habría llevado si hubiera hecho caso de todos los malos augurios que “malos doctores” me diagnosticaron?

 

La realidad nos la inventamos cada mañana y la pintamos del color que tenemos más a mano. Por eso, para no equivocarme eligiendo mal el tono positivo con el que quiero “pintar mi lienzo”, voy despabilando a esa niña que sigue viviendo dentro de mí y le dejo que se exprese con más libertad que nunca. Hoy ha querido –hemos querido- celebrar la participación de Elur en la vida, en nuestra vida.

 

En fin.

Fotos: Amanda Arruti

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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