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Cecilia Casado

A partir de los 50

Cuatro apellidos vascos no son suficientes

 

Mi nombre es Cecilia Casado Mendiluce y sólo tengo cuatro apellidos vascos. Nací en Donostia –cuando todavía se llamaba San Sebastián a secas- y nunca he cambiado mi padrón de lugar. Cuando yo nací todavía imperaba la ley que prohibía hablar en público (y su enseñanza en las escuelas) el Vascuence, la lengua de mi familia materna. Las circunstancias me llevaron a verme privada de conocer esta lengua hasta la nada desdeñable edad de veintidós años, que fue cuando se murió el dictador y el Euskara comenzó su difícil y nueva andadura de la mano de los Euskaltegis.

Yo ya estaba casada, había terminado mis estudios, -incluyendo el aprendizaje del francés y el inglés- y trabajaba en una empresa de nombre vasco. Mi sueldo me lo ingresaron siempre (y todavía hoy) a través de la pionera de las cajas de ahorro vascas y cumplí con el sentir de mi corazón haciendo que mis hijas aprendieran la lengua que yo no pude aprender además de regalarle a una de ellas un nombre inequívocamente euskaldún.

Amo a mi tierra con la misma intensidad que amo a las personas y a la naturaleza; con un amor fuerte y sencillo, sin apegos neuróticos y con discernimiento en lo político y en lo moral.

Pero todo esto no es suficiente…y me explico.

Como soy amante irredenta e incondicional de la buena literatura, no suelo dejar pasar los acontecimientos literarios que en nuestra pequeña y cultivada ciudad tienen lugar. Y dentro del marco del programa “Literaktum” me llamó la atención la posibilidad de “tomar un café” con uno de mis autores favoritos, Bernardo Atxaga. Esta posibilidad venía marcada por el azar, previa inscripción y sorteo, y tuve la buena suerte de salir agraciada junto con otras catorce personas.

Allí estaba yo, ayer mismo, a las cinco de la tarde, en la bonita –y ruidosa- cafetería del Hotel de Londres y allí estaba él, Bernardo, amable, sonriente y bien dispuesto a compartirse con sus seguidores.

Me pasó algo parecido que lo que me ocurría en mis tiempos jóvenes en algunos enamoramientos: que la emoción del momento, la expectativa del sueño, la ilusión atolondrada, no me dejaban ver la realidad de lo que las personas eran. Eso, y el gran defecto de “hacer suposiciones”. Porque yo “supuse” que el amigable encuentro literario tendría lugar en la lengua en que yo leo a este gran autor: el español.

Porque yo me emocioné y no vi más que lo quería ver.

Comprendo el Euskara un poco nada más y lo hablo justo lo suficiente para, en otra época, apoyar a mis hijas en su aprendizaje de una lengua de la que siempre me sentí “apartada”. Pero ayer, mi buena voluntad y mis parcos conocimientos del idioma no fueron suficientes para poder seguir –y mucho menos disfrutar- de la tertulia literaria ofrecida.

Así que, con harto dolor de mi corazón, al cabo de unos diez minutos, en una pausa, levanté la mano, pedí permiso y expliqué (en castellano) que sólo tenía cuatro apellidos vascos… e insuficientes. Lo expliqué en público porque no quería levantarme y abandonar el lugar de la tertulia y que pareciera que era una desconsideración o falta de educación por mi parte (algo que no me permitiría nunca).

El señor Atxaga me escuchó, me sonrió, dijo que me comprendía perfectamente y que agradecía mi delicadeza al dar la explicación.

Luego me fui con el rabo entre las piernas.

Detrás de mí salió un responsable de la organización de la tertulia ofreciéndome amablemente asistir a otra de las previstas…en castellano. Lo agradecí desde el corazón porque no andaba yo en ese momento muy sobrada de orgullo para nada.

Y esto es lo que hay y esto es lo que me pasa a mis sesenta años de vasca a medias. Ya sé que la culpa no es de nadie y ni siquiera mía, que este es un caso de risa por no llorar, que “entre todos la mataron y ella sola se murió” y que mi madre me explicó –por enésima vez ayer mismo- que ella hablaba Euskera en casa, que lo aprendió de su padre –que tenía tropecientos apellidos vascos- que fue a un colegio en Euskera que fue cerrado a cal y canto, que su padre dejó de hablarlo porque ostentaba un cargo reconocido en la ciudad –y no era cosa de jugarse el tipo- y que creía que yo había aprendido la lección de que, para ser feliz en esta vida, hay que serlo desde el corazón … y poco importa en qué idioma lo contemos mientras sepamos vivirlo.

No me estoy quejando, tan sólo manifestándome. Ni siquiera tengo pena alguna y mucho menos enfado. Reflexiono sobre lo que me ocurrió ayer con la tranquilidad de haber dormido ocho horas plácidamente y haberme despertado hoy sin el menor atisbo de acritud en mi alma. Soy hija de mi tiempo, qué duda cabe.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

 * Dibujo. Carlos Ashley

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


mayo 2014
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