Como todos los años por estas fechas ya se ha abierto la veda de la “operación bikini”, esa perla cultivada de la mercadotecnia que hace que millones de personas occidentales, en su mayoría mujeres y mayores de cuarenta años, se sientan de la noche a la mañana –o con el paso del mes de abril al de mayo- como auténticas focas impresentables y decidan, cual si les fuera la vida en ello, acometer la empresa de adelgazar los kilos acumulados durante el invierno o recuperar la talla y el porte de antes de empezar a engordar.
Aunque no únicamente son quienes realmente han aumentado de talla y peso los que se preocupan y obsesionan con sus carnes sino incluso jovencitas se neurotizan a toque de corneta porque tienen “algo de celulitis” o unas cartucheras que han heredado de su madre y se empeñan en eliminar. Los varones tampoco se libran: saben que en la playa no hay trampa ni cartón y que lo mismo que ellos observan con ojo crítico a las chicas ellos son también medidos por el mismo rasero.
Lo curioso de la publicidad al efecto es que las modelos suelen superar la mayoría de edad por muy poco mientras que las auténticas consumidoras de los productos mágicos son en su mayoría mujeres adultas o muy adultas que son las que de verdad han visto su cuerpo “engrandecido” por la maternidad o una dieta sabrosamente inadecuada. Es decir, como si los crecepelos los anunciasen melenudos en vez de calvos. Absurdo. Pero funciona…vaya que si funciona.
No digamos que nos engañan con publicidad que promete imposibles, digamos más bien que nos dejamos engañar porque nos interesa. Tampoco es que creamos mucho en las promesas de reducir el contorno de muslo en 3cms. en dos semanas –cosa ridícula e improbable-, pero por si acaso las cremas (carísimas) se venden como churros y las consultas de dietistas hacen su agosto en pleno mayo riéndose para sus adentros (digo yo) cuando les llega la típica persona que se ha pasado el invierno hibernando junto a la despensa y ahora quiere el milagro de comer alpiste durante un mes para verse bien en las vacaciones playeras.
Porque ahí está el intríngulis de la cosa, se quiere adelgazar, estar de buen ver, para que nos vean los de fuera, en la playa, en el paseo, en el chiringuito a la hora del mojito durante el tiempo que dura el veranito…y luego volver a empezar con las alubias con chorizo y morcilla, el pollo en salsa con patatas panadera y las magdalenas rellenas de chocolate.
Pues conmigo que no cuenten porque yo me veo guapísima, la verdad. Con mis kilos de más y mis complejos de menos, con las arrugas en su sitio y las penas volando lejos, pero con la misma sonrisa de hace cuarenta años.
No quiero que nadie me intente convencer de que es anormal tener más de cincuenta años y un cuerpo que se corresponde fielmente a la edad. No quiero que atropellen emocionalmente mi autoestima haciéndome creer que después de haber tenido dos hijos (y dos maridos que también desgastan lo suyo) debería seguir con el “tipín” de los veinticinco y con la talla 38 que una vez tuve.
Soy una mujer normal, que me he levantado durante treinta y seis años a las siete de la mañana para ir a trabajar la jornada completa, que he conciliado familia y profesión dejándome los higadillos, que el tiempo libre para el gimnasio, el deporte, los masajitos y la dieta de lechuga y alcachofa se quedó reducido a la salida del sábado por la noche y al día de campo de los domingos.
Me gusto como soy porque estoy viva y soy moderadamente feliz; acepto la celulitis como parte de mi sabiduría y las bolsas bajo mis ojos llevan el recuerdo de noches de biberón y pasión. Mi cuerpo ha respondido a todas mis exigencias –que no han sido pocas- y aquí lo tengo, incapaz de guarecerse en un bikini pero orgulloso de lucir un bañador nuevo cada temporada.
No necesito lucir tipo ni un body inventado para mi edad. Me basta con lo de siempre: cuarto y mitad de paz interior y la sonrisa feliz de quien se acepta tal y como es a cualquier edad. ¡Rarita que es una!
En fin.
LaAlquimista
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* “Venus de Urbino”. Tiziano