La costumbre de "dar gato por liebre" | A partir de los 50 >

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Cecilia Casado

A partir de los 50

La costumbre de “dar gato por liebre”

 

 Cada año por estas fechas, vacío mis armarios, guardo lo de invierno, saco lo de verano y miro cada prenda con ojo crítico para determinar si la voy a seguir usando un año más. Muchas de ellas no pasan la prueba porque “si no me lo puse el año pasado, este año tampoco me lo voy a poner”. Con el calzado hago lo mismo y así consigo tener el “fondo de armario” justo y necesario para afrontar con “el mínimo común múltiplo” la temporada en ciernes. Y esto puedo hacerlo porque no tengo apego a la ropa, no me da “pena” alguna desprenderme de los Levi’s de tiro alto ni del abrigo bueno de hace cinco años que “está como nuevo”.

Decidí que tan sólo me hacían falta cuatro cosas, entre ellas unas chancletas de goma, de esas que los americanos llaman “flip flop” y los pijos de aquí “jaguayanas” (por no hacer publicidad descarada de una marca). Así que, aprovechando mi paseo matutino, me acerqué a una zapatería de la calle Garibay en la que, en plan mercadillo, hay de todo. En un expositor de mi marca favorita de calzado había chancletas de goma de todos los colores, así que me demoré en elegir las que más me gustaban. Como el precio no estaba puesto pensé que valdrían a tenor del fabricante que es de Elche de toda la vida, pero cuando fui a pagar y me dijeron que costaban 6.99€ me quedé pensativa. ¿Tan baratas? Y como hay cosas que no pueden ser por pura lógica pregunté de qué marca eran las chancletas que tenía en la mano a lo que me contestaron que “no tenían marca”, que eran “chinas”, pero que daban muy buen resultado.

Entonces le dije a la señorita encargada de la tienda que me parecía que era una oferta engañosa colocar unas chanclas vulgares en el expositor de una reconocida marca a lo que me contestó, muy en su papel ella, que aprovechaban el expositor de cuando habían tenido a la venta las sandalias españolas. Tuvo que deshacer la operación registrada en la caja porque le devolví la mercancía y le pedí, amablemente, que me reintegrara mi dinero. Ni qué decir tiene que intentó explicarme que ellos tenían razón y que no engañaban a nadie ni tenían intención de hacerlo. Es decir, que es el cliente el que tiene que darse cuenta de lo que está comprando y no confiar en el vendedor que está a lo suyo, a darte gato por liebre en cuanto te descuidas.

Luego me quedé pensando que quizás sea esta una costumbre muy arraigada en algunos seres humanos, eso de ponernos etiquetas de categoría para encubrir lo que no es más que normalidad vulgar y corriente al fin y al cabo.

Decir que se ha estudiado en la Universidad de xxx para que parezca que se tiene una Licenciatura cuando sólo fueron dos cursos y sin aprobar nada. Comentar que los hijos estudian en el extranjero cuando están de trabajando de au pair. O que se vive “en el Centro” y resulta que es un estudio interior a patio que nunca abren a los amigos. Que se habla Inglés y es un curso online con los deberes a medio hacer. Cosas así.

Otros hay que “tienen una empresa” y son autónomos facturando mínimos, los que ha cogido “un año sabático”  y resulta que están en el paro, quienes creen que “tienen una consulta privada” porque han puesto una placa en la puerta y los que se autodenominan “Filósofos” aunque no hayan pisado jamás un aula universitaria. Sin olvidar a los “expertos” en todo lo que se mueve: nutrición, terapia de pareja, masaje con piedras calientes, coaching emocional y las mil y una posibilidades que da el “emprendizaje” o el “emprendimiento” que es lo que en mis tiempos de hacer cosas se llamaba “ponerse a trabajar en algo que dé dinero”.

Cada vez me molesta más que ofrezcan “jamón ibérico” y te den paleta serrana, crêpes de cangrejo y lleven dentro esa cosa que se hace con surimi, vino de crianza con dos añitos justos de vida y pashminas de seda completamente acrílicas hechas en Bangladesh.

Por extensión, me voy fijando en quienes ostentan una sonrisa de oreja a oreja cuando me saludan y luego me entero de que me critican sañudamente. Tampoco dejo de percatarme de los que recurren a mí únicamente cuando necesitan que les haga un favor para luego quitarle el valor al acto y hacer como si yo les debiera algo a ellos.

Pero lo que más me preocupa soy yo misma, si también tendré colgada alguna etiqueta del cuello que llame a engaño a quien confíe en mí; si soy simpática y agradable en las ocasiones en que estoy hecha polvo por dentro; si me comporto como una buena madre, una buena hija o una buena amiga cuando en realidad lo único que quiero y necesito es comportarme con honestidad y coherencia. Poco más.

Espero no dar “gato por liebre” y poder calzar las chancletas que me corresponden.

En fin.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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