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Cecilia Casado

A partir de los 50

Lo que he traído en mi equipaje del viaje a Perú

En un lugar a cuarenta y cinco kilómetros de la ciudad de Lima abierto a las olas agresivas del Pacífico dejé la mitad de mi equipaje: ropa, calzado y un viejo trauma de la infancia. Necesitaba hacerlo, descargarme de este tipo de lastre, para volver a España con “la maleta vacía”.

Es una contradicción más de las que amparan mi camino, en demasiadas ocasiones mis extremos se dan la mano y lo que parecería una incongruencia acaba tomando su auténtica dimensión, justo la que yo necesito. Así que, una mañana frente al mar, sentí que no podría volver a mi tierra sin desembarazarme de lo que no necesito y con lo que he acarreado durante lustros de mi vida.

Nunca he ocultado que mi infancia fue infeliz, que me tocó habitar un cuerpo rebosante de energía para los parámetros educacionales que imperaban en mi familia. Nunca he ocultado la realidad con la que me fue impuesto crecer: más bofetadas que besos, palabras desaforadas y el sambenito de haber sido una niña “imposible” que “volvía loco a todo el mundo”. Y gracias a esa “no ocultación” ha sido más fácil desentrañar la madeja que enredó mi existencia hasta antesdeayer mismo como quien dice.

¿Cuántos años tuvieron que pasar para arrancar la etiqueta que me habían cosido a la personalidad? ¿Qué piedras tuve que levantar hasta encontrar, debajo de la última de ellas, cubierta de tierra y sabandijas, lo que quedaba de mi autoestima?

Cuando embarqué hacia el Perú llevaba en mi equipaje emocional (todavía) el peso de una culpa malévolamente atribuida a mi persona; una carga terrible que cayó sobre mis hombros y se me quedó amarrada al alma para que subiera una y otra vez a la montaña con ella a cuestas.

Por amor se aceptan no pocas ignominias; por cobardía, también. Por eso, cuando llega el discernimiento, claro y contundente como un rayo en la oscuridad de la noche, ya no es posible recoger las piedras esparcidas al pie del barranco y volverlas a guardar en la mochila para cargarlas y sufrirlas hasta el fin de los días.

Dejé mis ropas para que alguien las aprovechara a falta de algo mejor. Perú es un país pobre donde la ropa (incluso usada) de un europeo supone un obsequio irrenunciable aunque me diera vergüenza –como siempre me ha ocurrido en ciertos países- desprenderme de lo que me sobraba sin sacrificio alguno por mi parte.

A cambio, he recibido mucho más. Un ser lleno de luz y de espiritualidad, que no vio en mí ninguna miasma ni razón alguna para cargar con el peso de la infelicidad ajena, me ayudó a liberarme del otro peso que acarreaba en lo profundo de mí.

Intuía que algo así iba a pasar y por eso me lancé al viaje; medio a la aventura y algo circunspecta, con la intención de lavar, limpiar, arrancar, oxigenar, renovar y abrir mi espíritu a un aire nuevo, olvidando lo viejo y exorcizando cualquier energía negativa que viajara en mi equipaje emocional. Al fin y al cabo cada uno es sólo responsable de su felicidad o infelicidad.

En el check-in del aeropuerto de Lima me miraron sorprendidos. ¡Mis maletas iban casi vacías! Si hubieran sido capaces de ver en mi corazón se habrían dado cuenta de que éste sí llevaba una sobrecarga de peso…en amor, libertad y paz.

Y sé que tenía que ir a miles de kilómetros de casa para que esto ocurriera.

En fin.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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