Ayer madrugué porque tenía que hacerme una revisión rutinaria de esas que nos hacen a los que tenemos más de cincuenta años para prevenir futuros gastos al sistema sanitario.
Y como en los hospitales se sabe cuando se entra a las consultas –siempre vamos puntuales como británicos-, pero nunca cuando se sale, decidí sacar a pasear a mi perrillo para sus “asuntos matutinos” mucho antes de las ocho de la mañana.
Al doblar la esquina de casa, tuve que pegar un brinco de esos que se pegan en los dibujos animados para que no me alcanzara el chorro de agua de esa maquinita pilotada por un trabajador que se toma su trabajo muy en serio (¡a esas horas!) y que va formando charcos en las aceras con mil porquerías flotando. (Por cierto, si está previsto lluvia…¿por qué desperdician el agua?) ¡Vaya! Justo cuando me había puesto las deportivas de lona… Pero no pasa nada, subí a casa, me cambié de calzado y todo solucionado. Al hombre no le dije nada porque por las mañanas suelo estar en “modo Zen”…
Al volver a bajar a la calle decidí que mejor utilizar mi coche en vez del transporte público porque ya iba justa de tiempo y además para eso tengo coche y pago el seguro. Me acerqué con el mando a distancia en ristre y ni hizo clic ni se encendieron las luces…¡Uy qué mosqueo! Abrí metiendo la llave en la cerradura (un acto relegado al olvido) y enseguida me di cuenta de que algo pasaba; algo malo, muy malo. La batería había hecho “plof”. Pero…¡si sólo tiene dos años! Mmmm… lo que tenía tan sólo dos días era el préstamo del coche a un amigo que lo necesitaba y que me lo dejó aparcado en la calle, las llaves en el buzón y…¡Las luces encendidas! Tranquila, Alki, no pasa nada, no pasa nada…ommmmmmm
Me dirigí a trotecillo ligero a la parada de taxis que hay al doblar la esquina para descubrir con asombro que la acababan de suprimir para poner un parking para motos. Bien. Más “tranquila, Alki”, vamos a llamar a un taxi por el móvil y punto. El móvil…el móvil…¡me lo había dejado en casa!
Las 8 de la mañana y mi cita era para las 8 y cuarto.
Y ahora viene lo bueno.
Apareció un señor paseando a su perro y jugueteando con su smartphone (el señor). Me dirigí a él con sonrisa desesperada y le pedí –con esa angustia que se nos desborda a las mujeres cuando estamos a punto de ponernos a llorar- si podría llamar a un taxi desde su móvil. El buen ciudadano me sonrió a su vez y me dijo que: ¡Por supuesto! Y se ofreció a hacerlo él mismo.
En tres minutos de reloj apareció un taxi por la esquina, a cuyo conductor le conté mi pequeña odisea mañanera. Era un chico joven con un coche precioso -con todo el techo acristalado- que me dijo que llamara a los del Seguro para que vinieran con unas pinzas o una grúa, pero que si por casualidad no me cubría la póliza esa incidencia, me dejaba su tarjeta personal para que le llamase, que los taxistas llevan pinzas para arrancar en el coche y que él estaría encantado de ayudarme.
Llegué a la consulta con diez minutos de retraso y temblando de miedo por la bronca que imaginaba me esperaba. Pero…¡no! La doctora todavía no había abierto la consulta así que esperé aún otros cinco minutos con la conciencia tranquila y bendiciendo mi buena suerte.
Diagnóstico: todo está en orden, soy una sana campeona de sesenta años. ¡Hoy es mi día de suerte!
De vuelta a la ciudad –esta vez en bus, que dos taxis en el mismo día me descalabrarían el presupuesto- , ante un buen té con pan tostado y aceite, llamé a mi compañía de seguros…¡y me atendieron el teléfono a la primera, sin obligarme a ir pulsando teclas para elegir idioma, ni darles mi DNI, mi nombre, el número de póliza ni escuchar publicidad!
En veinticinco minutos llegó una grúa con un amable operario que puso el coche en marcha con las pinzas, y mientras el motor se calentaba, me contó –con todo lujo de detalles- que se iba de vacaciones a Benidorm la semana próxima y que estaba feliz como una lombriz. Me ofreció un cigarrillo,-no fumo-, me ofreció un caramelo de menta –no uso- y me dijo que iba a tomar el café de las 10 al bar de la esquina y que si quería acompañarle. Se lo agradecí pero no estaba yo para más emociones juntas…
Me subí al coche arrancado por electroshock y me fui a dar una vuelta de 20kms. por las carreteras aledañas a la ciudad. Subí y bajé un monte, me perdí en un camino desconocido, pasé de largo el centro comercial y cuando volví a casa, encontré aparcamiento en la puerta misma.
Al llegar hasta el ordenador había un email de mi banca on line comunicándome que Hacienda me hacía el gran favor de reintegrarme lo que me había descontado de más de mi misérrimo sueldo.
Así que dediqué el resto del día a agradecer al Universo los dones otorgados, a sonreir sin tregua a mis semejantes y a ser muy consciente de que cada día nos pueden ocurrir pequeñas menudencias e incidencias que nos dan la oportunidad de aprender a ejercitar la paciencia, desarrollar el buen humor, saber ser agradecidos y, lo que es más importante, al menos para mí, darnos cuenta de que el mundo sigue rodando a pesar de lo que nos pase a nosotros.
En fin.
La vie est belle!
LaAlquimista
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