Veinticuatro horas en Osaka han dado de sí lo suyo. Empezando por el centro neurálgico de la city, su zona cool y más
desprejuiciada alrededor de sus canales con algo parecido a los “bateaux mouches” parisinos.
Un barrio abigarrado en el que por primera vez he visto policías patrullando las calles peatonales- juro que parecían ninjas con táser-, mostrando a los viandantes fotografías plastificadas con la prohibición de fumar, la de andar en bici y un aviso de precaución contra los “descuideros”. A este respecto resaltar que en los comercios de ropa las prendas no llevan alarma; cada uno que saque sus propias conclusiones…
El pulpo y el cangrejo o centollo son muy populares en esta zona: yo me he puesto las botas de algo parecido a croquetas de pulpo que las había hasta en el bufé del desayuno… Son las dos de la tarde y el sol lo vuelve todo más amable a pesar del bullicio musical que invade las calles.
Me bajo al paseo de los canales y encuentro un banco – sol y sombra – entre flores rojas y amarillas ( de plástico, según compruebo al acercarme).
Saco mi bandeja de “bento” – menú completo para llevar- y doy cuenta de ella pensando en las musarañas. Luego, un helado de matcha al que me invitan amablemente unos “coleguis” de excursión.
Hoy también me he librado del shopping; a este paso tan sólo voy a llevar de regalo las “amenities” del hotel… (No tengo arreglo)
Osaka tiene mucho que ver pero ya llega un momento en que se me mezclan en la mente palacios con castillos y monasterios con pagodas y cuando me avisan de que hay hasta cinco pisos de escaleras para llegar arriba de un santuario que está vacío por dentro, opto por evitarme el tirón en el trocánter y me quedo tan ricamente sacando fotos desde la sombra.
Otro tanto me animo a hacer con la visita del edificio Kuchu Teien…( mal llamadas torres gemelas ) en el que hay que hacer un cola
Interminable para subir tropecientos pisos (40, tampoco hay que exagerar)y marearme de puro vértigo .
Opto por un rato solitario en el precioso jardín con cascadas que hay al pie de estas moles ultra modernas.
A la tarde toca otra vez “tren bala” -qué exageración pedante- de vuelta a Tokio y última noche en Japón.
El regreso de los viajes largos es siempre desagradecido. Acumulas cansancio y de repente salen las ganas de estar YA en casa. Entre pitos y flautas 24 horas hasta que vuelva a dormir en mi cama…pero muchas más para superar el “aterrizaje emocional”. Ya iremos viendo.
Felices los felices y luego vendrán las reflexiones.
LaAlquimista
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