El 23 de Abril de 1616 fallecieron William Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega (llamado Gómez Suárez de Figueroa y que no hay que confundir con el otro Garcilaso). Miguel de Cervantes se adelantó unas horas (falleció el 22) pero por “redondear” lo metieron en la efeméride literaria por excelencia. Esto lo cuento por ampliar un pelín la “sabiduría popular” que –casualmente- suele estar basada en la “ignorancia individual” y sin más apoyo académico que el que se le quiera dar a la nefanda Wikipedia.
Pero a lo que voy, que me disperso.
El “Día del Libro” es una fecha comercial y poco más. Sirve para vender libros –con rosa o sin ella- detrayendo un 10% del beneficio del librero –que no del de la Editorial ni del autor-. Una fecha comercial como casi cualquier “Día de” en que nos invitan/conminan a comprar algo para sentir que participamos en una fiesta a la que nunca seremos invitados.
Gracias al “Día del Libro” no se lee más, ni muchísimo menos, si acaso se venden más libros muchos de los cuales jamás serán leídos, ya que son acérrimos enemigos de la literatura los habituales adictos a otras formas de “cultura” más sencilla de digerir, “cultura-puré” que le digo yo, para no tener que triturarla con las neuronas…
Siempre somos los mismos los que compramos libros. O los que –en un afán ilusorio- los regalamos con una intención proselitista que se queda arrumbada en alguna estantería criando polvo por fuera y ácaros por dentro.
El “éxito” de la enésima “Fiesta del libro” se traduce en euros ganados y euros gastados, no en aumento de lectores, y lo digo mientras las estadísticas no me demuestren lo contrario. (Según el Ministerio de Cultura en 2022, un 52% de españoles son lectores habituales de “una vez por semana”).
Me río yo. ¿Y qué hacen los otros seis días de la semana esos “lectores habituales”? O sea que hacer algo “una vez a la semana” te convierte en “habitual”. (Me sobran los chistes). ¿Y qué hace el restante 48%? (Aquí ya me faltan chistes porque me duelen las carnes).
Pues eso. Que ni bombones por San Valentín, ni colonias por el Día de la Madre, ni libros por Sant Jordi, que eso es consumismo puro y duro y poco o nada tiene que ver con el afán de saber, de conocer, de experimentar e imaginar de las mentes inquietas.
Conocí a una pareja que amaba tanto los libros que pusieron una librería. El gran placer era leer todo lo que deseaban porque lo tenían al alcance de la mano. Al cabo de los años, la realidad superó la ficción, incluso la de los libros que vendían. Tuvieron que cerrar con gravísimo detrimento económico y frustración vital. Les hicieron la puñeta ese 48% de conciudadanos que jamás en su vida abren un libro.
Felices los felices y los que leemos casi todos los días del año.
LaAlquimista
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