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Cecilia Casado

A partir de los 50

“Excursión” a Catarroja. (2 Nov.2024)

Relato en primera persona de dos voluntarios valencianos.

“Mi marido y yo llevamos viviendo en Valencia capital unos pocos meses. Todavía estamos cogiéndole el pulso a la ciudad, su cultura y sus gentes cuando la terrible DANA ha sacudido toda la vida que nos rodea. Desde el martes 29 hemos asistido horrorizados al espectáculo televisivo de la devastación y el horror y, como tantos miles de personas, la inquietud por “hacer algo” nos tenía con el corazón encogido.

Guiándonos por los mensajes de las redes sociales supimos que en el pueblo de Catarroja –a 7,5 kms. de la capital- no habían recibido apenas ningún tipo de ayuda: ni profesional ni de voluntarios, así que decidimos ir por nuestra cuenta andando, pertrechados de lo elemental (material de limpieza y las mochilas llenas de comida y productos de higiene), con botas de agua, guantes, mascarillas y tanto miedo como esperanza de poder ayudar.

En el pequeño supermercado de nuestra calle no había apenas alimentos para comprar: ni fruta ni nada fresco o natural, así que compramos comida de fácil consumo y productos de higiene. En la panadería había una cola de tantísima gente que la sensación era de catastrofismo y tragedia latente. Después de una larga espera nos alcanza para unas pocas barras de pan, casi las últimas, menos mal.

Vivimos en una larga calle que es camino de salida hacia el sur de la ciudad y pronto nos hemos juntado con miles de personas que caminaban en la misma dirección y con las mismas intenciones: ayudar como fuera. Pero no ha sido una “excursión” de sábado con los colegas sino una odisea tristísima desde los primeros metros en los que la carretera se convierte en un puro camino de barro donde el primer peligro es el de resbalar y caer al suelo con todo el equipo. Lógicamente el avance es muy lento, hay que chapotear y tener cuidado con lo que se pisa; el sol se ha levantado hoy fuerte y va a castigar, eso ya se va viendo.

Las pedanías o pueblos más cercanos a la capital son los que antes han recibido la ayuda de los bomberos que achican agua de los sótanos y garajes y de los voluntarios que se han acercado en número de miles. Sin embargo, cuanto más lejos, menos ayuda; de hecho, fuimos hasta Catarroja por tener conocimiento de que nadie, cinco días después de la tragedia, había ido a ofrecerles ayuda y eran los propios vecinos los que estaban luchando contra el barro que anegaba sus viviendas e intentando subsistir con la mínima infraestructura de supervivencia.

Esas imágenes de filas de miles de voluntarios que se han visto en bucle en la televisión se convertían en no mucho más que una “fila de hormigas” al llegar a Catarroja. Los grupos de gente con la desesperación marcada en sus caras llenaban los espacios libres en las calles o frente a sus casas devastadas porque la mayoría del espacio lo ocupaban coches apelotonados y montañas de “basura” que no son otra cosa que sus vidas reducidas a los efectos personales embarrados, inservibles, expuestos al aire libre como pequeñas montañas de vida reducida a la nada. Hemos ofrecido la comida que llevábamos y unas mujeres desde un balcón nos dicen que no les hacía falta pero que “en las calles de más allá” probablemente sí la necesitarían. De muy mala manera, zigzagueando entre un escenario mitad distópico mitad apocalíptico, llegamos al otro lado del pueblo. Asustados, casi sin hablar entre nosotros, con los móviles guardados porque…¿qué necesidad teníamos de filmar la tragedia, el desastre?

Nadie dirigía, organizaba ni controlaba la situación. Allí no hemos visto ni policía, ni personas de ninguna organización de las conocidas. Así que ha sido tan sencillo como preguntar: -“¿Necesitan ayuda, qué podemos hacer”?

Nos paramos con una familia que llevan tres días intentando vaciar su casa, en un bajo, sin ninguna ayuda, de barro, muebles, enseres y todo lo destruido. Mi marido consiguió sacar a la calle el frigorífico, la lavadora, lo de más volumen mientras yo limpiaba a paletadas barro y más barro hacia afuera, a una alcantarilla que estaba abierta. Muchos más voluntarios han llegado también al pueblo y durante cinco horas sin parar se ha intentado “hacer algo”, parece que es mucho, pero sigue siendo poco porque las montañas de chatarra y de muebles y enseres apilados en las calles hay que retirarlos con vehículos especiales, palas cargadoras y grúas manejados por conductores profesionales. A las tres de la tarde la familia de la casa nos ofreció de comer, nos dijeron que descansáramos, que ya habíamos hecho suficiente, nos agradecían con miradas tan intensas que contenían todas las palabras.

Al desandar el camino hacia nuestra casa hemos vuelto con las mochilas vacías y el corazón cargado de pesadumbre. En silencio, apenas roto por la congoja que intenta salir a borbotones. Iba a decir que “no hay palabras para contar lo visto ni expresar lo sentido”, pero sí que las hay y se pueden resumir en lo que dijo por la noche la periodista María Casado que llegó con el equipo de Televisión Española al mismo pueblo de Catarroja: “Esto es un puto horror”. Así tal cual, lo resumió en directo y para todo el país.

Hoy, domingo, parece que va a llover y piden que los voluntarios no se acerquen a las zonas devastadas; que van a entrar con maquinaria pesada a desescombrar, que ya no hacemos falta, que gracias y a quedarse en casa viendo en la televisión la visita del Jefe del Estado y su señora esposa. Habrá que ver qué modelitos se ponen para la foto…”

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***Felices los felices, añado yo con la emoción en la punta de los dedos, que tan solo me he limitado a dar forma escrita a su testimonio verbal.

Gracias de todo corazón a ellos y a todos los que hacen algo por los demás en vez de criticar.

También aprovecho para recordar que TODOS PODEMOS AYUDAR.

Por el precio de un par de copas hagamos una DONACIÓN a cualquiera de las cuentas de asociaciones humanitarias honestas.

No nos quedemos en el “no se puede hacer nada”, porque sí se puede.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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