En Madrid, o en cualquier gran urbe, no hay ningún día que no tenga un afán superlativo a pesar de que la mayoría de los museos y restaurantes cierren porque algún día tienen que descansar sus trabajadores. Sin embargo, con poco esfuerzo se puede buscar el modo y manera de prodigarse una mirada diferente.
Me dejé guiar por mi “olfato verde” y encontré el jardín de la Basílica de San Francisco el Grande, por la puerta de Toledo un parque con muchos árboles y una grande y vieja chimenea, y perdiéndome un poco llegué de nuevo al “Rastro”, a recorrer sus caminos vacíos, silenciosos, limpios y como de otro planeta. Vi otras cosas, me fijé en otras personas que (mal)viven en ese entorno turístico-típico y muy poco auténtico a estas alturas de la película. Subí y bajé por varias calles y callejas, desentumecí mis piernas y sudé bastante por la buena temperatura y sol sol del otoño –así que supongo que cuenta como “cardio”-.
Cerrando el círculo de la víspera, volví a pasar por la Plaza de Cascorro y a los pies de la estatua de su tristemente famoso “héroe” –el soldado español Eloy Gonzalo- descubrí con gozo una terraza solitaria donde me regalé un aperitivo “de lunes” que no tiene por qué envidiar nada al de los domingos.
Fotografié un lugar recogido lleno de anticuarios de los de verdad, me reí recordando el “juego de la rana”, imaginé a mi abuela llena de espuma en una bañera de hojalata y no dije nada al pasar por el “campamento base” de los que tienen menos que cualquiera de los que leen estas líneas.
En el Mercado de la Cebada compré el yantar del día y lo disfruté en casa, a mi aire y con tranquilidad…
¿Y qué se hace una tarde de lunes en la gran ciudad? No encontré mejor plan que visitar la Fundación Mapfre en la calle Recoletos y sus tres exposiciones gratuitas ese día por la tarde y a cual más interesante. “Paul Durand-Ruel y los últimos destellos del impresionismo”,
“31 mujeres. Una exposición de Peggy Guggenheim” y las excéntricas fotografías de Weegee. “Autopsia del espectáculo.”
Visitar exposiciones en cultivada compañía –gracias, prima Valle- da mucho placer y algo de sed, así que al salir caímos de cabeza en el bar más cercano que resultó ser el viejo Café Gijón, donde bañamos el arte con sendas cervezas bien tiradas. Y resultó que había un recital de poesía de las “viejas glorias” del lugar –no seré yo quien diga que eran poetastros, aunque de todo había-, así que tras dos o tres recitaciones “sui generis”, nos fuimos corriendo a cenar a un sitio de esos donde todo está muy rico, bien preparado y mejor cobrado.
Para que no me dieran las uvas en la calle llamé a un Uber (benditos vehículos) que me llevó a mi lugar de descanso como en una alfombra voladora. Caí desplomada un día más, otro día bien disfrutado. Mañana más arte, más comida rica, más paseos, más amistad y cariño. Más Madrid. (Me ha salido un ripio político sin quererlo, sorry)
Felices los felices.´
LaAlquimista
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