Soy feliz cuando hago las maletas y también lo soy cuando las deshago a la vuelta de un viaje. La primera vez acicateada por la emoción de lo “desconocido” –siempre ocurren cosas novedosas aunque viajes a lugares ya visitados con anterioridad-, y al cerrar el círculo, al volver a usar las llaves que abren la puerta de la vida cotidiana, me embarga la emoción de seguridad que ofrece el espacio personal, más allá de “una habitación propia” como preconizaba la Sra. Woolf.
Antes de partir dejo la casa limpia, recogida y con las sábanas cambiadas de forma que, al regresar, la sensación de comodidad sea lo más intensa posible. Y comida cocinada en el congelador y un buen fondo de armario (en el de la cocina). Lo de deshacer maletas y poner lavadoras me ha parecido siempre una obsesión nada urgente porque… ¿qué más da, a fin de cuentas? ¡Ya he aprendido a procrastinar con éxito! Sobre todo cuando me di cuenta de que, al regreso de viajes y vacaciones, es siempre la mujer a la que parece que le entra una picazón corrosiva por vaciar la maleta y recolocar las cosas en su sitio. El hombre, que yo haya visto, se tira en el sofá a descansar del viaje…
Pero a mí lo que me apetece es tumbarme en la cama un rato para recuperar el hueco que dejé vacío; o sentarme en el sofá con luces indirectas y esa música que me emociona e ir repasando con la mirada estanterías y paredes, pasando lista a los libros y a los cuadros de mi decorado existencial. Lo único “urgente” es mirar si las plantas han resistido mi ausencia, aunque el vecino me hace el favor de alimentarlas cuando no estoy.
Al recuperar mi espacio vital necesito como mínimo veinticuatro horas para retomar la velocidad de crucero; dejo hueco en la agenda para pasear por la ciudad, saludar al mar y ver qué ha pasado en el barrio. Necesito un tiempo de readaptación a mi “zona de confort” -que ya no se le puede llamar así porque, en realidad, el verdadero lugar donde estoy “cómoda” es en mi interior, ya que lo de fuera sigue estando lleno de ruido, malas vibraciones y los horribles petardeos de las motos.-
Así que no llamo a nadie e incluso hago trampas sobre mi fecha de vuelta; vamos, que digo que vuelvo el lunes cuando en realidad tengo previsto regresar el domingo. La amígdala de la supervivencia que me sigue funcionando…
Nada ha cambiado aparentemente, pero en mi interior sé que no es así…
Felices los felices.
LaAlquimista
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**Compartimento-C-coche-293-Edward-Hopper. 1938