Situación: Domingo 24 de Noviembre, playa de la Concha, Donostia, mediodía ventoso. Paseando por la orilla del mar.
Protagonistas: Mujer de cuarenta y tantos, hombre con los cincuenta cumplidos. Un perrillo juguetón.
Planteamiento: Playa al sol a finales de otoño. Muchos paseantes y algún bañista. Gritos a lo lejos, alboroto.
Nudo: Un hombre permanece de pie, callado como una tumba mientras una mujer da vueltas alrededor y le insulta bárbaramente dando alaridos desaforados y haciendo aspavientos, sin importarle el nefasto espectáculo que está ofreciendo a los paseantes ni la humillación indigna que está arrojando sobre el hombre. Hace gestos histriónicos –ella-, arroja violentamente el móvil sobre la arena, le llama “cerdo”, “hijo de …” –y muchas otras “lindezas”- a la vez que vuelca sobre él un odio y una rabia superlativa.
Esto es una agresión en toda regla, que no llega a ser física, pero que está llena de injurias, gestos y gritos amenazantes. Él está abrumado. Es consciente de la agresión, pero calla. No mueve ni un músculo. Todo el mundo les mira. (Algún “buen ciudadano” saca su móvil)
Desenlace: A la vuelta del paseo, encontramos a la pareja sentada en la arena, juntos, jugando con el perrillo, como si nada hubiera ocurrido. Ella habla con voz normal y él no parece demasiado contrariado.
FIN.
Reflexión: ¿Qué habría pasado si la escena hubiera sido a la inversa? Es decir: si nos encontramos a un hombre chillando e insultando y amenazando a una mujer con violencia gestual y verbal en público…estoy bastante segura de que algunas personas, quizás yo también, le habrían afeado al tiparraco su actuación, en un intento humano de defender a la mujer que padecía la ofensa. Pero fue al revés: era ella la Gorgona, la bestia parda, (las razones se pierden todas en la vorágine del insulto y las faltas de respeto y los gritos) la ofensora. Y todos miramos, pero nadie amagó un gesto de defensa hacia el hombre o de recriminación hacia la mujer. Porca miseria.
Felices los felices que miramos hacia otro lado…
LaAlquimista
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