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Cecilia Casado

A partir de los 50

REFLEXIONES A LA ORILLA DEL MAR.- (VI) “La paz y la tranquilidad no tienen truco”

Quien me conoce bien ya sabe que no utilizo argucias para conseguir lo que necesito, que mis idas y venidas están movidas por la necesidad de escuchar voces que resuenan en mi interior y descifrar su –a veces, críptico- mensaje.

Un par de veces al año –fin de primavera y fin de verano- me escapo –literalmente- a “mi otro mar” de la manera más normal y corriente que se pueda imaginar. Alquilo a precio de temporada baja un apartamento con terraza, jardín y piscina, cerca de la playa, en una pequeña urbanización donde vive gente tranquilamente todo el año.

Voy ahorrando de aquí y de allá todo lo que no gasto en cuchipandas o comprando cosas que me quieren hacer creer que necesito pero que no necesito. La vida que más me gusta llevar es tranquila -la edad, ya se sabe-, sin alharacas sociales y con cero “postureo” en eventos de cualquier índole. Y además, no le debo nada a nadie, que quiere decir que no le debo nada a ningún banco porque nunca he tenido el brazo más largo que la manga. Así las cosas, cuando llega la fecha, agarro mi coche –eso sí, que no me falte la independencia- y me escapo del mundanal ruido donostiarra.

El silencio mental, unido al del entorno, es un auténtico bálsamo para mí. Los vecinos tienen un gallo que me despierta feliz en vez del ruido ronco de los ascensores. El lugar está a muchos metros de la vía pública más cercana así que no puedo escuchar el petardeo de las motos, los motores tuneados ni al camión de la basura. Excepción hecha del jardinero que ataca los lunes a las ocho de la mañana dejando ese maravilloso aroma a hierba cortada que en prosa poética se le llama “petricor”. Soy TAN afortunada de poder permitirme este tiempo de relajación dos veces al año…

Los apartamentos de lujo al borde del mar –el mío es básico, amueblado en esa tienda sueca de cosas que se rompen enseguida- estarán pronto a rebosar, así como ya lo están los hoteles que festonan la costa, abarrotados de jubilados venidos de otros países europeos; sí, esos hoteles de pulserita y todo incluido a toque de corneta desayuno, almuerzo, cena y tumbonas alrededor de la piscina. Felices ellos, que todos los dioses los bendigan.

¡Qué bonita está la buganvilla y qué regalo el aroma de la planta de jazmines!

¡Qué privilegio estar sola cuando más lo necesito y acompañada cuando los abrazos vuelven a  nacer!

La música que me endulza la tarde, los libros que despiertan mi mente, los abundantes paseos por la orilla del mar a esas horas en que las gaviotas son las reinas de la arena. Y el mar, fresco todavía, limpio aún de las basuras estivales, dejando que los pececillos serpenteen entre mis piernas.

Y dormir, dormir descansando, ocho horas cada noche, un buen rato en la siesta, sentir las piernas con ganas de caminar mucho y mirar al cielo nocturno para disfrutar de la “luna nueva visible”, al comienzo de uno nuevo de los ocho ciclos lunares. Vía libre para soñar porque estando atenta, las señales se manifiestan.

Felices los felices.

LaAlquimista

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Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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