A veces echo las cuentas de los años hipotéticos que me pueden quedar por delante. Si no como muchas porquerías y tengo cuidado al cruzar los pasos de cebra, igual son diez, veinte o incluso treinta. En realidad es una auténtica “boutade” hacer ese cálculo que es más de chiste de Jaimito que de una mujer con la azotea bien amueblada. Pido perdón. Pero el caso es que ahora mismo, miro alrededor y lo que veo me desagrada tanto que me revuelve las entrañas –o las tripas, que es menos lírico pero mucho más real-.
Dicen que “de siempre” ha habido corrupción, injusticia, desigualdad, maltrato, iniquidad y abusos de poder en este país, pero que “antes” se tapaba y ahora se retransmite “en vivo y en directo”. Puede ser, y triste consuelo me parece, sinceramente. Porque donde hace unos lustros existía “la esperanza de un mundo mejor”, ahora mismo estoy sin parpadear, con los dedos cruzados, rogando por que “no sea todavía peor”.
No me gusta mi país, -ni por supuesto, el mundo entero-, pero no tengo otro y me tengo que aguantar. El único desahogo que me puedo permitir es refunfuñar, poner los ojos en blanco y mesarme los cabellos. Y elevar a los dioses antiguos y modernos una plegaria desesperada para que el “ser humano” encuentre la paz, que es algo así como escribir a los sesenta la carta a los Reyes Magos.
Así que no sé qué hacer porque todo esto supera el entendimiento de una señora jubilada que no quiere meterse con nadie, aunque confieso que he mirado el mapamundi a ver si me hacía “tilín” exiliarme en algún otro territorio a mi alcance donde no me abochornaran las vergüenzas públicas ni las privadas, pero no he encontrado ninguno con mínimas garantías de honradez. Así que me quedo en mi sitio aunque se me revuelvan las tripas.
Leeré más libros y menos titulares que lo convulso no es amigo de lo pacífico…
LaAlquimista
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