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Cecilia Casado

A partir de los 50

El peor verano de mi vida

El día 20 de Junio regresé a mi hogar donostiarra después de un retiro de un mes en “mi otro mar”. Aparqué el coche frente al Eroski City de mi barrio, descargué los bártulos y volví a bajar, carrito de la compra en ristre, para quitar las telarañas del frigorífico con la típica compra básica de supervivencia estival: huevos, fruta, verduras, cervezas…esas cosas. Pero al salir del súper me quedé petrificada: bajo los arcos de la plaza, docenas de personas tiradas por el suelo me miraban haciendo como que no me querían mirar.

Personas de raza negra, negrísima.

Subí a casa y quise darle sentido al poco amable espectáculo mientras acomodaba las viandas en su sitio. Como me gusta más preguntar que imaginar, bajé de nuevo a la calle, me dirigí a los soportales en cuestión y con voz cautelosa, pregunté. Ellos hablaban francés y yo también, así que enseguida supe origen, causas, motivos y objetivos.

Sí, los migrantes huidos de la guerra de su país, Mali, a los que el Ayuntamiento ha “invitado” a acampar en la pura calle –saltándose sus propias normas y leyes- en la cercanía de la oficina del CEAR (Centro Español de Acogida al Refugiado) a la espera de poder conseguir una cita telefónica con Extranjería/Inmigración–en la Policía Nacional- y así comenzar el farragoso y larguísimo proceso de obtención del estatus de refugiado de guerra, asilo político o como le quieran llamar a unos papeles que permita a estos migrantes residir en nuestro país, buscar un trabajo y empezar una nueva vida.

Estaban sobre cartones, tirados en el suelo, con lo puesto y alguna bolsa o pequeña maleta donde, intuí, guardaban su pasado y sus parcas esperanzas.

Les pregunté si les hacía falta comida -¡comida!!!- y me dijeron que sí, que por favor, que algunas vecinas les daban algún café o fruta… quizás como respuesta a unos carteles que vi pegados en las paredes del barrio invitando a ayudar a “los nuevos vecinos”. Antes de que las neuronas se me hicieran gelatina empezaron a hervir. Como soy de impulsos –y así lo he pagado toda mi vida- me acerqué a una señora que iba con unas barras de pan repartiendo latas de sardinas y bananas. Poca cosa, -lo que le cabía en el carro- y le pregunté y me contó y me quedé espeluznada.

Parece ser que el Ayuntamiento “no sabe no contesta”, los municipales vienen día sí y día también por las quejas de los vecinos, el servicio de limpieza los desaloja a las ocho de la mañana con sus chorros de agua y a los diez minutos ya vuelven a poner sus colchones, mantas, sillas rotas y apaños diversos en su sitio.

Desde que comenzó este verano, el que está siendo hasta ahora el peor de mi vida, colaboro con una serie de personas voluntarias del barrio, en la pequeña tarea de llevar a esta plaza el desayuno todos los días, sin faltar ni uno.

Empezamos rascándonos el bolsillo propio; enseguida apoyaron amigos y familiares. Los vecinos, unos sí y otros no, pero el caso es que llevamos ya entregados una media de 300 desayunos a la semana, unos 42 desayunos al día; no gran cosa, media barra de pan, una lata de sardinas, leche, una pieza de fruta… lo que buenamente se puede.

A base de protestar, de echar quejas en el buzón del ciudadano del Ayuntamiento; a base de que se nos viera, se han unido otras manos a ayudar, como el Banco de Alimentos que nos da lo que tiene después de surtir a las “Cenas Solidarias” que existen en esta ciudad desde hace años.

Pero el “fondo” para los desayunos, esa carterita que llevo en el bolso como oro en paño, se llena con donativos personales, individuales, de personas humanas que pasan por allí, nos ven, se acercan, preguntan y acaban dándonos un billete para “colaborar”. Nada oficial ni institucional.

Se constituyó una plataforma compuesta por varias asociaciones del barrio para intentar buscar una salida burocrático/política a esta vergonzante situación. Sé que van a reuniones, hablan con personas, aporrean puertas.

Pero lo que también sé es que la situación sigue igual: los malienses en la calle, al fresco de la madrugada, al relente de la noche, al viento que mueve la lluvia cuando no deja de llover.

Después de tres meses que llevan en situación de calle…he leído en los medios unas cuantas noticias falsas, sí, eso que se llama “fake news”: que si se han llevado a treinta y se van a llevar a todos, que si la Delegada del Gobierno ha dicho que va a intentar algo, que si en la Diputación están tomando conciencia, y sobre todo, que el Ayuntamiento “está en ello” aunque nadie sepa qué puñetas significa eso.

Este verano está siendo feo, feísimo para mí y para tantas personas que conforman la red solidaria ciudadana, personas voluntarias que están ayudando a los migrantes en todo lo que pueden, en todo lo que podemos.

Y es cansado, frustrante y comienza a ser desesperante.

La indignidad de la situación está comenzando a polarizar al barrio: unos quieren que “se los lleven” y otros queremos que se les dé la oportunidad de reivindicar su dignidad y accedan a los Derechos Humanos frente a la emigración vigentes en este país y en este, nuestro barrio.

Estoy cansada, cansadísima, de “pelear” contra la desidia, la indiferencia, las mentiras y el postureo que rodea esta situación “de calle”. Vinieron los medios a filmar y entrevistar cuando se hizo una comida solidaria y otro día los malienses dieron un concierto en la plaza. Unos cuantos titulares para rellenar las noticias… y nada más.

Aquí seguimos, aquí siguen, con la tristeza plantada en sus ojos, la depresión aflorando por todas las esquinas de su malvivir. Están empezando a enfermar -¡cómo no!- y excepto situación grave, que ha producido una hospitalización de urgencia, no tienen más atención médica que los paracetamoles e ibuprofenos que les damos los vecinos cuando se quejan de…que les duele todo.

Este es mi desahogo y al que no le guste que no lo lea. Pero también tengo derecho a contar el que está siendo “el peor verano de mi vida.”

Y lo de “felices los felices”…es una tontería como la copa de un pino, por lo menos en este caso.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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