Me ocurrió en el mercadillo semanal de “mi otro mar”, al que soy fiel por lo menos dos veces al año. Soy de reciclar con cabeza: entrego la ropa que ya no voy a utilizar y adquiero otra de segunda mano porque soy presumida y me gusta variar. Pero no soy “consumista” así que de esta manera acallo mi conciencia, que no es poco en estos tiempos que corren.

El caso es que estaba tan feliz en uno de mis puestos “vintage” favoritos echándole el ojo a un plumífero de marca cuyo único defecto es que le faltaba la capucha, cosa que para mí es un plus porque las capuchas y mi melena no han hecho nunca buenas migas. Para probármelo me quité la cazadora vaquera que llevaba, la colgué en la percha libre del plumífero y pasé a mirarme en el espejo por los cuatro puntos cardinales.

Diez euros, ¡diez euros! ¡Y de marca norteamericana! Así que decidí hacer “tamaña inversión” de cara al próximo invierno para verme chula y reguapa con una prenda blanca, acolchada, calentita y moderna.

Se me subió la adrenalina cuando fui a recuperar mi cazadora vaquera –comprada hace pocas semanas en el centro de Donostia a precio de vellón por aquello de rellenar mi fondo de armario- y vi que se la llevaba puesta una mujer joven, tan campante.

Pegué un grito de los míos para detenerla y le increpé: – “Oye, guapa, que esa cazadora que llevas es MÍA…!”

-“!De eso nada, señora, que acabo de pagar 10€ por ella…!”

Enseguida se hizo la luz en mi cerebro y cambié mi gesto agrio por una sonrisa de disculpa mientras le explicaba la movida. Ella se echó a reir y fuimos juntas donde el “espabilao” que había tomado tranquilamente el billete de 10€ de manos de la mujer que le dijo: -“Cóbrate, que me llevo esta cazadora tan bonita (y tan nueva)”.

Como la situación parecía surrealista, aporté la prueba contundente de mi propiedad haciendo salir del bolsillo interior un pañuelo de papel usado que había guardado ahí un ratito antes. Deshecho el entuerto, recuperé mi cazadora, a la otra le devolvieron sus 10€ y yo me fui con viento fresco y mi plumífero de segunda mano. Luego después, cuando se me pasó el susto y la risa, me quedé pensativa, muy pensativa.
¿Por qué soy tan descuidada con mis pertenencias, que las dejo tan tranquila ahí aparcadas creyendo que nadie me las va a quitar?

Quizás haya llegado por fin el momento de darme cuenta de que toda la vida he sido así: confiada y confiadísima. Y así me ha lucido el pelo, claro está. Que gracias a esa tranquilidad de espíritu he conseguido que los que son más listos que yo se hayan podido aprovechar de mí. Que igual ya va llegando el momento en no quitar el ojo a lo que es mío y poner barreras o líneas rojas a quienes van por la vida de “aprovechateguis”.

Por confiada, me embargaron una propiedad que tenía a medias con un ciudadano que dejó de pagar sus cuotas. Por confiada, me encontré en mi cama a personas que no habían sido invitadas. Por confiada, me quedé atada a la pata de la mesa profesional dejando que otros “se me colaran”. Por confiada, voy por la vida creyendo que no me va a pasar nada malo…y cuando me ocurre, me digo: “bueno, esto también pasará”.

Ahora ya sé que el mundo es de los listos, de los que están a la que salta, de quienes empujan para colarse o pisan para llegar los primeros. Ahora ya sé que me las daba de lista mientras cantaba y bailaba como la cigarra.

Ya no hay tiempo para cambiar la piel, así que tendré que seguir confiando en el Universo, pero, eso sí: con un ojo puesto en donde dejo mis cosas, mis ideas, mis ilusiones. Por si las moscas.

Felices los felices.

LaAlquimista

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