Desde el hotel de Puerto Madryn, en la Patagonia Argentina, veo el mar. Es tan hermoso que quiero disfrutarlo, si bien no puedo bañarme porque la temperatura es gélida, sí puedo pasear por sus playas, sentir su aire austral y dejar que mi pensamiento flote un poco a la deriva, que es cuando tomo las mejores decisiones.
La de hoy es renunciar a una maratoniana excursión de 12 horas. Ya sé que he venido a esto, aviones en la madrugada y horas de autobús por carreteras, que ni son carreteras al uso, para ver pingüinos, lobos marinos -de los de verdad- y ballenas australes.
He venido a eso, he pagado por eso… pero me he despistado en un recodo del camino… así que hoy renuncio a los “planes perfectos” compartidos y voy a intentar hacer un plan perfecto conmigo misma. Me suele pasar siempre: de repente, para estar a gusto con la gente, tengo que alejarme de ella.
Ayer caminé durante kilómetros bajo un cielo juguetón: chaparrones de agua helada movidos por vientos de más de 30 nudos.-casi 60 km/h-. El océano salvaje y los pingüinos de Magallanes aguantando la invasión de su territorio mientras cuidan sus huevos.
Por eso, hoy me voy de verso libre… Y sobre todo porque estoy agotada de no superar el maldito jetlag.
Felices los felices.
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