Si Madrid me reconcilia conmigo misma es por las personas con las que puedo compartir horas de entrañable cariño y amistad. Siempre cuento que echo en falta a mi familia, a mis hijas y hermanas –unas lejanas tan solo en lo geográfico, otras perdidas en los entresijos de la vida- esa familia “de verdad”, a la que queremos y necesitamos. Es por ese motivo que en Donostia soy una funambulista con los afectos y ando mitad solitaria, mitad rodeada de amigas y amigos que me ayudan a eso que nos ayudamos las personas que nos respetamos y queremos.
También me gusta Madrid como gran urbe en comparación con mi pequeña ciudad de provincias que no llega todavía a los 200.000 habitantes y donde “todos nos conocemos” –aunque eso sea una exageración y ni se aproxima a la verdad-. (“La verdad”, qué será eso que creíamos saber distinguir de “la mentira” y que se ha convertido en una charca inmunda).
Madrid: arte, espectáculos –carísimos-, exposiciones, edificios singulares, barrios eclécticos, barrios costumbristas y esos otros barrios fuera del circuito que nunca vamos a visitar los turistas porque no queremos más que oler perfumes y ver hermosura; pasamos de lo que hay detrás del telón, quién se atrevería a negarlo, excepto quienes investigan sociológicamente en qué se ha convertido esta humanidad deshumanizada en las grandes urbes.
Me queda un último día en Madrid y me dedico a caminar el centro casi de punta a punta: del barrio de Palacio al barrio de Salamanca, transitando por calles limpias, ordenadas y sin delincuencia marginal a la vista, que la de guante blanco creo que se practica en el interior de los excelsos edificios decorados en mármol que voy fotografiando a mi paso.
Mi prima Concha me ha citado en el cogollo de los “cayetanos”, quiere invitarme a comer en un lugar abarrotado de “trabajadores” con chaleco acolchado, corbatas descorbatadas –es viernes- yalgunas mujeres en traje de chaqueta, corte “bob” y bolso auténtico de Michael Kors. La comida es justita por los pelos, no ponen ni un mantel de papel en la mesa y hay tanta gente que tenemos que hablarnos casi por gestos, ya que los demás lo hacen a gritos. Así es como se hacen los buenos negocios en hostelería: decorando bien un local y escatimando en materia prima todo lo posible. Con no volver, listo –dijo mi prima, decepcionada-.
Ya mediada la tarde, consumidos los abrazos y un buen café y una no menos intensa conversación, se me ocurre la absurda idea de meterme en El Corte Inglés –más que nada porque me encontraba en la calle Goya y porque en Donostia no tenemos esa tienda. Paseé entre marcas de lujo y no quise subir a las plantas superiores donde –supuestamente- se hallarían ubicadas las prendas al alcance de mi bolsillo –andaba con ganas de un sombrero de invierno-.
nen en mi barrio los domingos y este “templo para los pijos” buscaré el término medio que me permita cubrir mi cabeza con un complemento por el que no me pidan 200€ porque es de tal o cual famosa marca.
Cogí un taxi porque estaba hecha polvo y ya eran las seis de la tarde y llevaba sin parar desde el punto de la mañana. Hay que atravesar la ciudad por la M30, en veinte minutos y por veinte euros. De la otra forma, en bus o metro cuesta tan sólo 1,50€, pero se tarda el doble y yo tenía prisa para acudir a la cita de despedida con dos de mis sobrinas madrileñas. ¡Qué distintos los bares de la Latina y cuánto más a gusto se está en ellos!
Otra vez a hablar de lo divino y de lo humano con dos “jóvenas” que tienen claro su camino, sus retos y bien perfilados sus proyectos a medio plazo. Les escucho hablar y recuerdo… Hablan de libertad, de humanismo, de derechos humanos… Me gustan Leyre y Elena.
Nos despedimos con abrazos “apretados” hasta la próxima –en Donosti o en Madrid- y vuelvo a paso ligero a mi apartamento ya que he quedado para pasear y cenar con “Perla” y su dueño. No hay nada como caerle bien a un Pomerania para caerle bien a su dueño.
Mañana toca zafarrancho de recogida y llegar a tiempo a la Intermodal de Autobuses. Espero llegar a Donosti antes de que cierren el bar de abajo o me quedaré sin cenar…
Felices los felices y ¡Adiós, Madrid!
LaAlquimista
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