Dicen que lo mejor de viajar lejos de casa es volver sano, salvo y enriquecido interiormente, ya que uno nunca vuelve siendo el mismo que partió. El cambio es continuo y cotidiano; a veces clamoroso, otras imperceptible, pero cada jornada vivida es un temblor interno que provoca una revulsión en las células, tanto a nivel químico como en lo emocional, que son valores que no salen en las analíticas, pero que están ahí, silenciosos y muy potentes.

He pasado un mes entero fuera de mi “zona de confort”, viendo otros rostros, respirando un aire diferente, alimentándome con “pienso” autóctono del lugar donde me toque estar. Me adapto, mi cuerpo se adapta rápidamente y saca provecho de todo lo que ingiero porque aprecia las proteínas y los hidratos por igual aquí que allí; al cuerpo le importa el “fondo” y no la “forma” de la alimentación; inteligente que es.

He vivido durante un mes a quinientos kilómetros del “campamento base” con la alegría inmensa de haber recibido la visita de personas que me quieren. ¡Es la prueba de fuego del cariño! Yo les digo que vienen por el marisco, pero me aseguran que no, que es por mí…y no sé qué más puedo pedirle a la vida. Que te quieran y te lo demuestren es más valioso que las Letras del Tesoro, aunque a veces haya que recorrer mucho camino para llegar a ese oasis placentero donde no tiene cabida el catálogo de pequeñas miserias que tan acostumbrados estamos a llevar a cuestas.

He descubierto que puedo estar un mes entero sin ver cine, ni televisión. No me ocurre lo mismo con la música, la lectura y la pintura que me son tan necesarias como el comer; de hecho, me alimentan de una manera que me es difícil explicar. Para qué lo voy a contar, digo yo, si cada uno riega sus adicciones, sus gustos y sus pasiones…

Otro descubrimiento –y nada baladí- ha tenido lugar al pesarme en la báscula de casa… ¡Tres kilos, tres!…pero a la baja! Claro, tanto caminar por la playa y por los campos y al no haber pintxos en los bares, pues tentaciones las mínimas. Y en vez de cuchipanda tres veces por semana tan solo he salido a comer fuera tres veces en un mes; así adelgaza la panza y engorda la cuenta corriente, todo un premio.

Ahora me queda todo el verano por delante; tres meses como tres soles para sacar a pasear de la mano a la nueva mujer que ha conducido de mar a mar sin dedicar un átomo de atención a nada que no fuera la carretera, los camioneros sacándole chispas al tacómetro, los moteros con prisas y los que pilotan un coche que supera los 200 kms./hora y se la juegan por llegar los primeros…a la meta final.

He regresado a casa feliz como una lombriz y agradecida por todos los dones recibidos (y las cerezas, las arbequinas, la mermelada casera, las rosquillas como “manualidades” y los “maracatones”). Y el regalo de la amistad, los abrazos, el cava a “txupitos”, la coca de cebolla y el vermú de Reus, que es algo que alegra lo que no está escrito y que se puede tomar a cualquier hora del día.

Hoy duermo en mi cama en la postura de la “mujer de Vitruvio”, con los cuadros de mis hijas en la pared y los pequeños fetiches que todos tenemos velando mi sueño.

Afuera, el mundo sigue convulso mientras unos pocos matan a muchos, -siempre serán demasiados-, mientras hombres malvados asesinan a mujeres y a niños con sus propias manos.

Afuera, el mundo es horripilante, pero todavía queda gente buena, honesta y pacífica. Afortunadamente, conozco a muchas personas así…y es el consuelo que nos queda, ya que no tenemos poder ni fuerza para detener a los malvados.´

Afuera, esta noche se celebra el solsticio de verano, “la noche de brujas y fuego”, la tradición universal de “quemar lo viejo” y librarse de cargas que no siempre son físicas. Los rituales los propicia el ayuntamiento para solaz y distracción –de otros temas-, pero también pueden ser íntimos, sin alharacas, pero con la misma fuerza si es igual la intención.

Así que felices los felices…malgré tout.

LaAlquimista

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