Han pasado ya tres meses desde que me dijiste que “necesitabas espacio” y te alejaste de mí pidiéndome –eso sí que te esperara en la medida en que me fuera posible mientras te aclarabas en tus sentimientos.
En ningún momento me mentiste ni he podido sentirme engañada por ti puesto que, desde el primer momento en que ocurrió lo inevitable, me informaste cumplidamente de que habías conocido a otra chica y que “creías” estar enamorado de ella aunque tenías dudas -¡cómo no tenerlas después de tres años compartiendo la vida conmigo!- de si era un capricho pasajero o habías encontrado –una vez más- a la mujer de tu vida.
A mí me dejaste hecha polvo y lo sabes. Más que nada porque ya habíamos empezado a mirar los papeles para casarnos puesto que, después de casi tres años de convivencia, ya sabíamos que éramos más que compatibles y que la felicidad compartida podía extenderse en el tiempo a poco que nos esforzáramos.
Pero tú no te esforzaste, no quisiste. Nunca me diste una explicación de por qué tenías que dejarte seducir por cualquier mujer que te guiñara el ojo un par de veces seguidas, supongo –y quizás no sea demasiado suponer- que todo provenía de alguna especie de complejo de inferioridad larvado o, más simplemente, de que nunca habías tenido éxito con las chicas en tu juventud y, ya cercano a los cuarenta, quizás, no lo puedo asegurar, quisiste recuperar las oportunidades perdidas.
Si no te hice ningún reproche cuando me diste el hachazo final no te los voy a hacer ahora amparándome en la distancia, la tranquilidad y un par de folios de papel; no me interesa ni siento la necesidad.
El motivo por el que te escribo esta carta después de tanto tiempo es para darte las gracias. Sí, nunca hubiera podido imaginar que el dolor de mis lágrimas desesperadas de hace un tiempo estuviera ocultando una experiencia benéfica para mí. Cuando creí que el suelo se abría a mis pies y que la vida me escondía cualquier oportunidad de felicidad por el hecho de sentirme abandonada por el hombre a quien tanto había amado, no era capaz de sospechar que me estabas haciendo un gran favor; un par de años más a tu lado, soportando tus infidelidades, probablemente me hubieran dejado la autoestima a la altura del barro para los restos.
Tenía razón mi madre cuando, viéndome caída en la miseria, me espetó con lo que yo pensé que era frialdad y que, luego me di cuenta, no podía ser más que cariño hacia mi persona: “De buena te has librado”. Así me lo dijo, con todas las letras y hoy suscribo su sabiduría de mujer experimentada.
También quiero decirte que los aparentes sacrificios que hice por ti, como aguantar desplantes, plantones, malos humores y el egoismo sempiterno de anteponer siempre tus intereses a los míos, no los hice por amor sino por miedo. Sí, miedo a quedarme sola o miedo a tener que empezar otra vez desde cero. Miedo al qué dirán de amigos y familiares, miedo a que se me escapara el último tren donde yo creía que viajaba el amor. Así que si yo misma me he dado cuenta –aunque tarde, claro está- de que no te quise tanto…es preciso que lo sepas, que no sigas creyendo que me destrozaste la vida ni que mataste en mí la capacidad de amar…¡cuán lejos de ello estoy ahora!
Aunque no me he vuelto a enamorar todavía, todo se andará y para pasar página adecuadamente te escribo esta carta con estas pocas palabras adjuntando también las fotos que nos hicimos juntos, y en una caja que te llegará al mismo tiempo, los regalos que me hiciste y que devuelvo a su procedencia por carecer de interés para mí conservarlos. Tirarlos a la basura hubiera sido un gesto superfluo, estoy segura de que tú les encontrarás mejor destino puesto que algunos de ellos son valiosos…aunque ya solamente en lo material. Pero no para mí.
Sin más.”
LaAlquimista
Por si alguien desea contactar:
apartirdeloscincuenta@gmail.com