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Cecilia Casado

A partir de los 50

Kioto y su bosque de bambú. Japón (IX)


Arashiyama es este lugar tan espiritual estaba escondido hasta que alguien lo viralizó en redes sociales y se organizó todo el circo actual alrededor de este húmedo cañaveral. Aquí vivía y sigue viviendo gente, en sus lindas villitas y a todos ellos se les ha acabado la paz sin proporcionarles ninguna gloria.

(Empiezo a estar harta… de mí misma, y de todo lo que me he solido quejar de cuando invaden desde fuera mi pequeña ciudad.)

El paseo por el bosque de bambú ha sido un auténtico viacrucis -acorde con la época del año-. Ni sensación de paz ni elevación del espíritu, ni niño muerto. Tan sólo la pelea por salir en la foto dándose de codazos con la multitud: un desastre total y absoluto. Una sensación deleznable.

! Cuántas contradicciones hay todavía en mi vida! Digo que busco la paz y me tiro de cabeza contra las piedras de un jardín zen imaginado. Precisamente uno de los países adalides del silencio y la meditación, un lugar donde hallar el ansiado “satori” siquiera por unos instantes, se ha convertido en el epítome del desenfreno turístico, a la altura de las mayores histerias urbanitas como NY (adonde nunca he querido ir). Salgo del bosque a paso ligero y me preparo para el siguiente encontronazo/esperpento turístico.


El templo Kiyumizu y su conjunto de edificios, en lo alto de la colina que toma el nombre del monte adyacente, es sencillamente espectacular. Pero para llegar hay que sufrir el atasco de tráfico de autobuses y coches particulares y taxis mayor del mundo, aunque eso sí, sin bocinazos, que aquí es de muy mala educación tocar el klaxon.

La marabunta me ha superado, no he entrado en el templo -desperdiciando mi entrada – ni paseado la colina hasta la lejana pagoda, sino que he huido cuesta abajo -como un viejo Correcaminos – con los pelos tiesos del susto. No podía más, comenzaba a sentir esa agorafobia histérica tan difícil de comprender por quien no la siente.

En una callejuela, he comido mi almuerzo a la sombra de unos pinos sentada en una piedra que me ha parecido almohadón mullido; prefiero poco y en silencio que mucho y en medio del gentío rugiente.

Como camino apoyada en el bastón de monte -para afrontar cuestas y escalones- he percibido una cierta deferencia hacia mi persona por parte del público japonés. (El occidental te arrolla igual aquí que en las Ramblas o la Gran Vía) Parco consuelo el mío, pero la verdad es que en este tipo de viajes mis expectativas van encogiéndose con el paso de los días como jersey de lana metido en agua caliente. Comienzo a percibir un runrún interno que me es familiar; suele ser el aviso del consiguiente rechazo visceral.

Voy a visualizarme esta noche en un lugar ideal de descanso. O ver si soy capaz de que mi próximo viaje sea a un lugar menos famoso y menos “mítico”, porque en vez de “encontrarme a mí misma “ en Oriente siento que me estoy despistando de mi camino occidental que tampoco estaba tan mal… A tiempo estoy.

Felices los felices. Un helado de matcha me ofrece parco consuelo, pero consuelo al fin y al cabo.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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