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Carlos Rilova

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Alemania, la crisis del euro y algunas porciones de Historia. El proyecto de la Unión Monetaria Latina (1865-1927)

Por  Carlos Rilova Jericó

Hoy pensaba hablar en esta página de Siria, de las raíces históricas de todo lo que está ocurriendo allí, pero, a decir verdad, me resulta difícil atenerme a ese plan.

La razón principal para, en cambio, hablar de Alemania y la crisis del euro y algunas porciones de Historia, etc… es porque me he fijado en las noticias de esta semana pasada y todas ellas -por lamentable que nos pueda parecer- daban un segundo puesto a la matanza que ahora mismo se perpetra en Siria. Siempre muy por detrás de las complicaciones económicas que -se dice pronto- llevamos arrastrando desde hace ya unos cuantos años por aquí, en Europa, sin que se tomen nunca las medidas que todo el mundo sabe que hay que tomar, pero que siempre abortan en el último momento por una razón que parece cada vez cada vez más evidente: sencillamente porque la canciller de uno de los estados miembros de la Unión Europea quiere que esto sea así.

En efecto, la última gran jugada de esa ruleta rusa en la que se ha convertido la supervivencia de la Unión Monetaria europea, se ha visto con mucha claridad en esta última semana de lunes a viernes: primero Mario Draghi, el presidente del Banco Central Europeo, dijo que haría todo lo necesario para salvar al euro y hacer de él algo irreversible. Los mercados se ilusionaron, las bolsas subieron, la prima de riesgo bajó y durante unos días fuimos felices.

Después, a pocos días -un par, no más- de que el señor Draghi anunciase las medidas que se iban a tomar para detener los ataques especulativos contra la tercera y cuarta economía de la Unión Monetaria -es decir, Italia y España-, la canciller alemana dijo que el BCE no estaba para comprar deuda de países en apuros, que era justo lo que esperaban oír los mercados -al parecer ya satisfechos con la cota de ganancia lograda merced a una especulación incontrolada durante cerca de un año- junto con los principales interesados en que esto acabe: Italia y España y también grandes potencias mundiales como China o Estados Unidos, que llevan meses temiendo el deterioro de la Unión Monetaria a causa de esa obcecación alemana con el tema de una deuda cada vez más difícil de pagar debido, precisamente, a ese juego especulativo que la señora Merkel se ha negado -sistemáticamente- a detener, vetando, desde hace ya más de un año (revisen, por favor, los periódicos del verano pasado), toda intervención eficaz del BCE…

De todo esto se deduce que la Alemania de la canciller Merkel no debe estar muy a gusto con el euro… O debe querer imponer una serie de condiciones sencillamente incompatibles tanto con la letra como con el espíritu de ese acuerdo de unión monetaria…

Una situación que, como bien sabemos, se está tornando cada vez más difícil de soportar y amenaza con provocar un estallido económico de proporciones incalculables… ¿Podemos encontrar algún consuelo, algún conocimiento útil en los libros de Historia para hacer frente a un momento tan crítico?. Normalmente se supone que la Historia, como ciencia, no debe usarse como “maestra de vida”, como experiencia de la que aprender, pero, estando como están las cosas, resulta casi imposible no echar con ese fin -aunque sea con disimulo- un vistazo a cierta porción de nuestra Historia no muy conocida aunque últimamente se han prodigado algunos artículos sobre ella, en ABC, “La aventura de la historia” y otras publicaciones: la Unión Monetaria Latina que realmente existió entre 1865 y 1927.

¿En qué consistía ese curioso proyecto?. Veamos, fundamentalmente -no lo idealicemos- parece haber sido, en gran medida, producto de la frustración francesa por el hundimiento de su breve primer imperio en el año 1815 del que ya hablé aquí el 18 de junio pasado. Pocas décadas después de esa debacle se elevaron voces muy autorizadas en Francia que hablaban de crear unos Estados Unidos de Europa. La más conocida, la del escritor Victor Hugo, que en 1849 hará un bello discurso en el que propondrá una Unión Europea basada en la armonía y la adhesión libre y solidaria y no en la imposición militar. Tal y como lo había pretendido Napoleón Bonaparte…

El discurso de Hugo cayó en un saco bastante roto. Sin embargo, parece que uno de sus grandes enemigos, el sobrino del fallido emperador le prestó un oído atento. Sí, aquel mismo Luis Napoleón que se haría coronar como Napoleón III tras dar un golpe de estado el 2 de diciembre de 1851 contra la Segunda República francesa de la que había sido elegido presidente, precisamente, en ese año 1849 en el que Hugo hace su discurso proeuropeísta ante un congreso internacional sobre la Paz, celebrado en el París que acaba de salir de la revolución de 1848.

Parece claro que Luis Napoleón no quería repetir los errores de su tío y buscó una pauta de acción que permitiera a Francia tener un Segundo Imperio que no acabase en un fiasco apenas una década después de ser proclamado. Hay que reconocer que lo consiguió. El suyo duró casi veinte años, entre 1851 y 1870…

¿Cómo lo consiguió?. En primer lugar evitó meterse en guerras en Europa, y cuando lo hizo fue contando con  el apoyo, o la aprobación, de los principales enemigos de su tío. Por ejemplo el de una Gran Bretaña que, al principio, lo mira con recelo, pero a la que convierte en su mayor aliada, especialmente contra Rusia, a la que Carlos Luis Napoleón hace pagar muy cara la derrota de su tío en 1812 con una expedición conjunta contra ella entre 1854 y 1856.

Observará la misma actitud frente a España, aunque en muchas ocasiones la prensa que controla con mano de hierro -en esto no diferirá mucho de su tío- mire con desprecio y condescendencia hacia el país al Sur de los Pirineos en el que se desangraron en centenares de batallas en regla los mejores ejércitos del Primer Imperio. En esas páginas, en efecto, se ignorará o desvirtuará, por ejemplo, la presencia de agregados militares españoles en las líneas de combate de la Guerra de Crimea -un tal Juan Prim, que les sonará del callejero de alguna que otra ciudad- o el hecho de que la emperatriz de ese Segundo Imperio -seguramente no por casualidad- era una española: Eugenia de Montijo…

Esas inteligentes maniobras también se manifestaron en la búsqueda de una Unión Monetaria, voluntaria, de las naciones latinas europeas. Así, en 1865, a instancias del nuevo emperador de los franceses, se creó un acuerdo por el que varias naciones latinas -Francia, Italia, Bélgica…- crearían una base monetaria común para facilitar una mayor cohesión -comercial, política…- entre ellas.

La idea debió parecer tan buena que incluso -asómbrense- se unieron a ella países como Luxemburgo y Suiza, naciones latinas al fin y al cabo, de habla francesa, italiana. Después vendrían también España, Grecia…

Los que no parecieron tener mucho deseo de unirse a ese acuerdo fueron los alemanes, convertidos en nación unificada precisamente gracias a la derrota del Segundo Imperio francés en 1870, que demostraba que no había rival para la superioridad militar prusiana…

Hoy, quizás, dadas las circunstancias que hemos vivido sobre todo esta última semana, puede que algunos se pregunten si éste sería un buen momento para convertir a la Europa del euro en una Unión Monetaria Latina rediviva y, por supuesto, mejorada.

Es una pregunta difícil de responde para un historiador, pero lo que sí parece seguro es que con ella la situación económica podría mejorar bastante y que la Alemania de Angela Merkel se sentiría mucho más a gusto volviendo al marco, o al nombre que quisiera dar a su nueva moneda.

Aunque puede que la canciller, tal vez, ante ese nuevo panorama, se sintiera despechada y tentada a repetir la estrategia de algunos de sus predecesores en el cargo -Otto Von Bismarck, por ejemplo- por aquello de “ni conmigo, ni sin mí”.

En ese caso, antes de tomar ninguna decisión basada en la ignorancia y la cerrazón mental tal vez debería echar un vistazo a algunas fotos con Historia como la que cierra este artículo, en la que vemos el estado en el que estaba Berlín en el año 1945, destruida y tomada por los rusos del mariscal Zhukov, despertando, abruptamente, de aquel otro sueño de hegemonía alemana que sumió a Europa en décadas de atraso y pobreza. Empezando por una Alemania que fue dividida en dos y que -hasta hace muy poco tiempo- ha arrastrado esa penosa herencia a nivel político, económico… sin que, por cierto, ninguno de los demás estados de la tan ansiada Unión Europea -ansiada para evitar cosas como las que ocurrieron entre 1914 y 1918 y entre 1939 y 1945- tratase de aprovecharse despiadadamente de esa situación de debilidad de uno de sus miembros, que hoy haría bien, en efecto, en recordar ese bonito detalle y que hubo uniones monetarias -como la latina- de las que, por una u otra razón, estuvo excluido y a las que sólo pudo destruir autodestruyéndose. Es decir, sembrando sal, calcinando los campos de Europa, incluidos los de la propia Alemania…

La Historia, sin duda, debería ser útil sólo como ciencia y no como “maestra de vida”, pero algunos líderes políticos harían bien en mejorar sus conocimientos en esa materia. Por el bien de todos…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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