Hondarribia, el Alarde y el Gran Condé. Historia de una reputación mal adquirida (julio-septiembre de 1638) | El correo de la historia >

Blogs

Carlos Rilova

El correo de la historia

Hondarribia, el Alarde y el Gran Condé. Historia de una reputación mal adquirida (julio-septiembre de 1638)

Por Carlos Rilova Jericó

Este fin de semana Hondarribia celebró su fiesta grande. La que comúnmente ha acabado quedando reducida al nombre genérico de “Alarde”. Quizás este lunes de resaca postfestiva sea un buen momento para reflexionar, desde el punto de vista de la Historia, sobre algunos detalles del acontecimiento que dio origen a esa fiesta.

En principio los registros documentales de 1638, el año en el que tiene lugar el asedio de la plaza que comienza en julio y acaba en septiembre, y posteriores son escasos, pero nos dejan claro que los hondarribiarras decidieron hacer un voto en acción de gracias a la Virgen de Guadalupe -ya entonces su patrona- por la protección y ayuda que les había proporcionado durante esos cerca de dos meses de feroz asedio.

El voto, según dice las reducidas actas posteriores al fin de ese asedio de 1638, consistía, principalmente, en un desfile por el casco urbano de esa población -que pronto se iba a convertir en la primera ciudad guipuzcoana- de todos los vecinos en edad militar. Esto es, de 18 a 60 años según el Fuero en vigor. Ese fue, en definitiva, el origen remoto de lo que ahora se llama “Alarde”.

¿Podríamos, o siquiera deberíamos, preguntarnos cuál fue el peso real de aquel acontecimiento, el asedio de 1638, que llevó a contraer la obligación de ese voto de acción de gracias cada septiembre?.

Consideremos tan sólo un aspecto de esa desconocida batalla de la Guerra de los Treinta Años que tuvo como escenario Hondarribia y sus alrededores durante la mayor parte del verano de 1638.

Entre los muchos regimientos que formaban parte del contingente de más de 20.000 hombres enviados por el cardenal Richelieu a rendir esa plaza para su rey Luis XIII, había uno de Caballería denominado Enghien. O, más simplemente, “regimiento Enghien”. Ese título, el de duque de Enghien, era el que ostentaba el heredero de la casa Condé, rama bastarda, pero legitimada, de la dinastía Borbón y, por tanto, con posibilidades más que fundadas de alcanzar el trono de Francia y de Navarra algún día…

Ni que decir tiene el coronel, el jefe de ese regimiento, era el propio duque de Enghien. En esos momentos un muchacho de 17 años que ya había hecho sus primeras armas en la frontera Norte de Francia, como correspondía a cualquier caballero que se preciase de sus títulos y no pensase dedicarse al servicio de la Iglesia.

Las crónicas y documentos disponibles sobre el asedio de Hondarribia en el verano de 1638 no dejan muy claro si el joven Luis II de Borbón, el duque de Enghien, se hallaba realmente presente al mando de esas tropas en esos momentos. Sólo podemos establecer conjeturas a partir de lo poco que nos dicen esas fuentes.

No hay duda de que el Condé que lleva en esos momentos la voz cantante es el padre del duque de Enghien, Henri de Borbón. Sin embargo su mala salud, y las intrigas de otros altos caballeros, celosos de su mando supremo sobre ese ejército, dejaron en entredicho, en bastantes ocasiones, esa autoridad de comandante en jefe. Como lo demuestra tanto la crónica de Palafox -encargada por el Conde-Duque de Olivares para hacer propaganda de esa gran victoria-, como algunos correosos estudios históricos del siglo XIX, caso del firmado por Édouard Ducéré, que tratan de demostrar, por todos los medios a su alcance, que la derrota de 1638 se debe no tanto al aplastante poder militar de Felipe IV, como a esa mala salud del viejo príncipe de Condé que desmoraliza a su ejército y le impide explotar a fondo sus posibilidades de victoria.

A pesar del sesgo un tanto chauvinista de ese estudio de Ducéré sobre el asedio de 1638, parece cierto que el príncipe de Condé no resultó ser un gran jefe militar y mucho menos ante las murallas y bastiones de Hondarribia.

De hecho, si nos guiamos por un artículo de Philippe Erlanger sobre el nacimiento de Luis XIV, que ocurre el 5 de septiembre de ese año 1638, es posible que el príncipe de Condé, el viejo y achacoso Condé, no estuviese ni siquiera al frente de las tropas el 7 de septiembre en el que serán batidas en desbandada por el ejército de socorro al mando del almirante de Castilla que trata de levantar el asedio de Hondarribia.

En efecto, según Erlanger, entre los altos nobles franceses invitados a presenciar la venida al Mundo del futuro rey sol -más que nada para demostrar que era hijo legítimo de la reina- estaba el condestable de Montmorency, título que en esas fechas ostentaba la familia de Henri, príncipe de Condé y comandante en jefe de las tropas de asedio de Hondarribia…

De lo que no hay ninguna duda es que aquel día 7 de septiembre de 1638 el nombre y el honor militar del hijo de Condé estaban presentes en el campo de batalla, representados por la bandera del regimiento de Caballería Enghien. Desde el punto de vista de la mentalidad barroca eso significaba tanto como si el propio Gran Condé -en esas fechas tan sólo el heredero del viejo Henri- hubiese estado allí.

La crónica de Palafox es clara en ese detalle, que ni siquiera contradice Édouard Ducéré en ese estudio que ya he mencionado y en el que ese historiador intentaba restar méritos a la derrota sufrida por el ejército francés enviado a apoderarse de Hondarribia.

El regimiento Enghien tratará de presentar resistencia cuando las líneas y las defensas del campamento fortificado francés en la ladera de Jaizquibel son rotas por el ejército de socorro y la mayor parte de los soldados franceses corren hacia el Bidasoa, ladera abajo, presas de un pánico incontrolable a quedar cogidos entre la tenaza de la fortaleza de Hondarribia y sus defensores, que continúan haciendo fuego sobre ellos, y las tropas recién llegadas en socorro de esos irreductibles defensores de la plaza.

El gesto del regimiento del futuro Gran Condé, será inútil. La carga de la Caballería del ejército de socorro es devastadora y deja prácticamente aniquilado ese regimiento que ostenta el nombre y el honor del que, con el tiempo, se convertirá en el Gran Condé, tras derrotar a los tercios españoles en la batalla de Rocroi.

Ese detalle, el de esta humillante derrota del Gran Condé en, prácticamente, su primera batalla -bien en persona o bien simbólicamente a través del estandarte del regimiento Enghien que lo representa-, es algo que fue rápidamente borrado de la memoria colectiva francesa de la época.

El cardenal Mazarino, discípulo aventajado del maquiavélico cardenal Richelieu, se encargará de que así sea, cuando desate una abrumadora campaña de propaganda que inaugura un verdadero culto al duque de Enghien tras la victoria de Rocroi que, como muy acertadamente señalaba un artículo de Juan L. Sánchez, fue sacada de contexto y convertida en un hito definitivo en el ascenso de Francia como potencia militar que estaba muy lejos de ser verdad.

El mismo Gran Condé se encargó de demostrarlo poco tiempo después, cuando traicionó la confianza que Mazarino había depositado en él al convertirse en el líder supremo de la facción de nobles que querían sacar a Luis XIV del trono francés antes de que pudiera llegar a la mayoría de edad.

En efecto, en 1652 el Gran Condé ha sitiado París, ha convertido en una guerra civil abierta lo que sólo había sido en principio una revuelta nobiliaria y ha traicionado de tal modo al incipiente estado francés que, tras su derrota militar ante las tropas del legítimo rey, no tiene más remedio que huir con la cabeza puesta a precio a, nada más y nada menos, que territorio del rey de España -concretamente a Bruselas-, donde trabajará para ese antiguo enemigo con tanta devoción como para reconquistar para las armas de Felipe IV, nada más y nada menos, que la plaza de Rocroi…

No hay duda de que el Gran Condé era un formidable general. Todo un mito en cualquier caso, como siempre lo quiso la Historia francesa más o menos áulica (que no tardará nada en rehabilitarlo como gran héroe “francés” tras el perdón que obtiene, gracias a la  Paz de los Pirineos, en 1659).

El derrotarlo, como ocurrió en las laderas de Jaizquibel a principios del mes de septiembre de 1638, casi hasta borrar su nombre de la faz de la tierra aniquilando aquel regimiento de Caballería de Enghien que lo representaba, quizás era, en efecto, por sí solo, una buena razón para hacer un voto como el que prometieron cumplir los hondarribiarras a partir de aquel día. A pesar de que, como vemos, la reputación del Gran Condé, muchas veces, no fue precisamente de las más acrisoladas…

 

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


septiembre 2012
MTWTFSS
     12
3456789
10111213141516
17181920212223
24252627282930