Por Carlos Rilova Jericó
Ha sido difícil no enterarse de que el resultado de las elecciones italianas no había gustado a quienes marcan, hoy por hoy, el paso en nuestra Unión Europea. Todavía ayer periódicos, telediarios, etc… ardían con indignaciones de distinto signo con lo que había ocurrido en Italia.
Ha habido, realmente, broncas reacciones ante esos resultados Por ejemplo el jueves pasado uno de los líderes del partido socialista alemán metía la pata llamando “payasos” a Silvio Berlusconi y a Beppe Grillo, dos de los candidatos a presidir la Italia que ha dicho “no” a los gobiernos de tecnócratas -llorosos ante el desaguisado que han tenido que perpetrar o más bien impasibles ante el mismo- y a los programas de recorte sistemático de los presupuestos públicos que algunos economistas -la mayoría más cuerda de ese gremio hoy tan atribulado- han definido -este historiador cree que correctamente- como políticas de austericidio.
Realmente lo que ocurre en Italia no es para estar tranquilo. Es una de las siete primeras potencias económicas mundiales y uno de los principales pilares de la Confederación europea, una nación desarrollada, a la cabeza en muchos campos como el cultural o el del diseño industrial.
Sin embargo, su articulación política parece pésima si se tiene en cuenta que la gente de ese país que en tantas cosas se parece a España -y así al resto de Europa- ha preferido votar a un humorista millonario -y por tanto demagógico defensor de los desheredados, como ya se ha señalado en más de una ocasión-, que, además, parece ser, ha jugado a asimilar su nombre con el de un personaje de cuento creado años ha por un escritor italiano, Carlo Collodi, y popularizado mundialmente por Walt Disney. El, para los italianos, “Grillo parlante” que actúa, en el cuento y en la película, de conciencia de la marioneta Pinocho. Ese que en España, casualidades de esas, tradujeron como “Pepito Grillo”. Justo el nombre de ese líder populista italiano: Beppe Grillo.
La cosa resulta aún menos tranquilizadora si se tiene en cuenta que otro de los candidatos más votados ha sido alguien como Silvio Berlusconi que, por decirlo de un modo diplomático, ya dio en años pasados muestra de sus alcances en todos los campos más delicados. Desde insultar con chistes racistas de dudoso gusto y aún más dudosa gracia al presidente de los Estados Unidos Barack Obama, hasta la organización sistemática de fiestas conocidas con un apelativo de resonancias atávicas, como de tribu de película de Tarzán -“Bunga-Bunga”-, que no parecían augurar la realización de ninguna actividad precisamente edificante en tal contexto. Además de dejar por los suelos la credibilidad de todo un presidente de gobierno de la séptima potencia mundial que, quizás, debería llevar con más discreción y menos bravatas asuntos de tipo personal.
No, el hecho de que se haya votado tanto a uno como otro, Beppe Grillo y Silvio Berlusconi, no es nada tranquilizador, pues ambos representan una opción política, definida como “Populismo” que el historiador generalmente conoce bien y sabe dónde empieza y también dónde termina.
Se trata de una alternativa política muy atractiva, pues apela a nuestra parte más informal y a la que tiende a identificarse con cálidos sentimientos de pertenencia a un grupo. Esos que se sienten, por ejemplo, animando a un equipo de fútbol -o acampando con el 15-M-, sólo que elevados a la máxima potencia y sostenidos en el tiempo, creando una sensación de borrachera colectiva en la que todo parece posible y que -como toda buena borrachera- elimina toda sensación de peligro. Así, hasta que es demasiado tarde y el demagogo que ha echado a rodar todo aquello se ha ido a un paraíso fiscal con las maletas llenas de patrimonio del Estado en forma de billetes de banco de curso legal, joyas, etc…, dejando en la estacada a sus enfervorizados seguidores, que suelen despertar de ese ensueño político con la misma terrible sensación que suele acompañar a las mañanas de resaca.
Para hacernos una idea más exacta del peligro de votar opciones como las representadas por Beppe Grillo y Silvio Berlusconi nos tendría que bastar con un sólo ejemplo, tomado del anecdotario que orbita desde hace años en torno a la vida del líder populista español Alejandro Lerroux. Aquel impagable estafador que llegó a presidente del gobierno de la Segunda República española narcotizando, a finales del siglo XIX y principios del XX, la inteligencia de buena parte de la clase obrera y media de ese país y al que nuestro colega historiador José Álvarez Junco describió en toda su amplitud en una magnífica biografía titulada “El emperador del Paralelo”.
Se cuenta que antes de que estallasen en la Barcelona de 1909 los graves disturbios que con el tiempo se conocerán como “Semana Trágica”, Lerroux, en uno de los muchos mítines que dio para exaltar a las bases del Partido Radical que él pastoreaba desde hacía años, alentó a éstas a sumarse a las barricadas que se alzarían para protestar por el envío de reservistas a luchar contra la resistencia de las tribus rifeñas en el recién adquirido Protectorado del Marruecos español.
Parece ser que uno de los asistentes más inteligentes de aquel mitin, viendo tan envalentonado a Lerroux, animando a sus adeptos a ocupar puestos en esas barricadas que se iban a levantar, le preguntó que dónde estaría él en esos momentos. A ello, sin perder la compostura, Lerroux, que no era precisamente un atleta, respondió categóricamente: “¡Yo estaré dónde más gente muere!”. Y así fue, pues, según todos los informes, cuando empezaron los disturbios el señor Lerroux estaba cómodamente instalado en su domicilio habitual, dentro de su cama… de la que sólo se levantó para cruzar la frontera y esperar a que se calmase tanto una Policía muy deseosa de encontrarlo como los ánimos que él había encrespado hasta hacerles incendiar, literalmente, Barcelona…
Bien, dicho esto, medido así con trazo grueso el nivel de desesperación política de nuestros conciudadanos italianos, suficiente para llegar a plantearse votar opciones políticas de ese porte como alternativa a un serio y aséptico gobierno tecnócrata, hay que señalar que los verdaderos y últimos responsables de semejante situación -Olli Rehn, por ejemplo, que, en calidad de portavoz de la Comisión Europea, ha amonestado a los italianos por tan mala elección- serían, desde el punto de vista histórico, quienes están imponiendo unas políticas de austeridad, de sacrificios sin más recompensa que nuevos sacrificios para la mayoría social.
Estos serían realmente quienes deberían reflexionar sobre qué están haciendo y dónde podría acabar esa actitud, a todas luces, tan irresponsable. Así, no les vendría nada mal meditar sobre el caso del presidente Hoover, que gobernó los Estados Unidos de la Gran Depresión.
Aquel caballero solía repetir que, con sus medidas económicas -principalmente no hacer nada, aplicando la doctrina de Adam Smith sobre la famosa “mano invisible” que regula el mercado-, “la prosperidad estaba a la vuelta de la esquina”.
Algo que, naturalmente, en un país donde la gente se moría, literalmente, de hambre, donde los banqueros -en una actitud verdaderamente ejemplar- saltaban por las ventanas de los rascacielos o se volaban la tapa de los sesos ante los teletipos que les informaban de su bancarrota, resultaba sencillamente intragable, pues era evidente que esas políticas económicas que consistían en no hacer nada, no estaban produciendo, como es lógico, ningún resultado. Haciendo así aún más desesperante la desesperación de los millones de desesperados de los que estaban llenas las calles de los Estados Unidos de aquella época oscura que podemos hoy ver reflejada tanto en las vanguardistas sátiras publicadas en el equivalente a “El Jueves” de aquel lugar y época -la revista “Americana”-, como en películas como “Bonnie and Clyde”, la última versión de King Kong con la incomparable Naomi Watts, “Cinderella Man”, “El emperador del Norte” o, sin ánimo de agotar la lista, la magnífica “El golpe”, de alguna de las cuales ya hablamos en su día en esta misma página.
En aquellas fechas de desesperación, en las que tras años y años de oír aquello de “la prosperidad está a la vuelta de la esquina” sólo se descubría, después de todo, que lo único que había a la vuelta de la esquina eran piojos, chinches, el Ejército de Salvación y su sopa de caridad, la Policía de Nueva York, a pie o a caballo, presta a disolver las amenazantes aglomeraciones de parados o de chabolistas en el Central Park y otros desastres similares, hubo tentaciones políticas del estilo de las de Beppe Grillo o Silvio Berlusconi en la mayor democracia del Mundo.
Desde un remedo del Partido Nazi en versión norteamericana hasta el padre Coughlin, un sacerdote católico que desde la radio se dedicaba a calentar las cabezas de miles de estadounidenses desesperados con recetas no muy diferentes a las de Beppe Grillo pero que acabó como abanderado de un ideario muy próximo al del Fascismo…
Naturalmente todo esto fue conjurado, pues de otro modo hoy estaríamos viviendo en eso que se llama una “realidad alternativa” Una de esas con las que se ha hecho millonario más de un escritor de novelas de ciencia ficción. El encargado de desactivar esa bomba de relojería social fue un político del partido demócrata, Franklin D. Roosevelt, que, llegado a la presidencia de Estados Unidos, se decidió a aplicar el único remedio conocido hasta ahora para evitar crisis como la de 1929.
Es decir, la de la intervención de un árbitro externo que evite excesos por parte de los agentes económicos guiados al despeñadero por ambiciones ciegas alentadas por la supuesta mano invisible que autorregula el mercado.
Esa misma “mano invisible” que conduce a timos piramidales como los tocomochos inmobiliarios, las acciones preferentes, los “empaquetados” de activos económicos que, desenvueltos, revelan ser poco más que una nube de humo y ese largo etcétera que nos ha llevado, otra vez, a los oscuros años treinta. Incluyendo en el lote también el regreso de populistas como opciones creíbles de gobierno en uno de los pilares fundamentales de la Confederación europea que, a su vez, es uno de los pilares fundamentales de la Economía mundial.
Esto es, precisamente, en lo que deberían pensar los que, como Olli Rehn, se lamentan del resultado de las elecciones italianas que ellos mismos ven como una respuesta -inadecuada, eso sí- a esas políticas de austericidio tan parecidas a las de aquel presidente Hoover que anunciaba una prosperidad que nunca terminaba de llegar… Esta es, al menos, la opinión de este historiador que, como otros historiadores, ya ha visto antes esa misma trama y conoce bien sus resultados y consecuencias y no acierta a comprender cómo es tan sencillo repetir en menos de setenta años errores tan monumentales, tan obvios…