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Carlos Rilova

El correo de la historia

“Ahora en su supermercado más cercano”. Unos apuntes sobre Historia, Literatura y propaganda. De Dante a Dan Brown pasando por Gustave Doré (1321-1861-2013)

Por Carlos Rilova Jericó

En contra de lo que se pudiera creer a fecha de hoy, con lo último de Dan Brown anunciado en los telediarios y colocado en las estanterías de los supermercados, debería ser evidente que la idea de vender libros dando golpes bajos a la humana curiosidad malsana por el misterio y por la intriga resulta ser un truco verdaderamente viejo.

Los especialistas señalan, en efecto, que era imposible, por ejemplo, vender un Atlas o un libro de viajes en la Europa de la Edad Moderna sin hablar de hombres de un solo ojo, monstruos marinos, sirenas, tritones y países donde la gente andaba sobre sus cabezas o sobre un único y gigantesco pie. Eso por no hablar de islas en las que sus habitantes eran mitad humanos, mitad perros…

Si echamos la vista al caso puesto de actualidad esta misma semana, “La Divina Comedia” de Dante Alighieri, podremos comprobar, sin mucha dificultad, que entre 1321 y 2013 la estrategia para hacer popular un libro ha girado, en efecto, en torno a lo mismo a pesar de que han transcurrido cerca de siete siglos entre una fecha y otra. Es decir, el libro a vender masivamente debe tener intrigas, símbolos, recovecos a descubrir en la trama del libro, la necesidad de poseer éste para estar a la altura de lo que un lector que se precie debe de poseer y saber lo que otros no sabe. Ser, en suma, un iniciado literario gracias al viaje, efectivamente iniciático, que supone la  lectura de cualquier libro. Desde una obra clásica hasta un best-seller vendido en los supermercados, junto al arroz y la pasta….

En efecto, vistas las cosas desde el punto de vista histórico, hay menos distancia de la que se podría creer, o desear, entre “La Divina Comedia” de Dante y su versión industrial perpetrada por Dan Brown y lanzada al mercado de manera masiva, y a escala mundial, esta misma semana. 

Así es, desde el año 1321 hasta el 2013, la obra de Dante, parece haber querido venderse siempre como un misterio, como un arcano para iniciados y para amantes de lo exclusivo, pero también como un medio para seducir a masas ingentes de lectores que quieren sumarse a ese grupo selecto. Como no tarda más de ochenta páginas en recordárnoslo un ufano Dan Brown en su “Inferno”…

Desde la fecha de las primeras ediciones de “La Divina Comedia”, a partir de la muerte de Dante Alghieri, en el año 1321, es sabido que ese largo poema alegórico es, entre otras muchas cosas, un instrumento de propaganda en clave con el que su autor combate a sus enemigos políticos. Y es que Dante, para aquellos que no hayan ido más allá del mito romántico tejido en torno a él por su amor imposible por Beatriz, fue, aparte de todo eso, un activista político involucrado en las luchas de bandos entre güelfos -es decir, partidarios de la supremacía papal sobre la del sacro romano emperador- y los gibelinos, que defendían justo lo contrario y que formaron así otra versión más -no la menos importante, desde luego- de los muchos bandos que desgarran la Europa de la Baja Edad Media. Los mismos que la ensangrentaron disputándose el control de la sociedad, de sus bienes materiales y espirituales. Eso que vulgarmente llamamos “Poder”…

Las alusiones más o memos claras, más o menos alegóricas a estas cuestiones son constantes en esa obra maestra de Dante, y han dado materia a muchos expertos para que se pasen años investigándolas.

Unos siglos más tarde “La Divina Comedia” volvió a conmocionar al público lector gracias a una edición muy especial, que levantó casi tanta expectación como la que esta última semana haya podido levantar la aparición del “Inferno” de Dan Brown.

El hecho ocurrió en el año 1861. justo cuando la industria de fabricación de libros se estaba convirtiendo en, más o menos, lo que se ha podido ver esta semana puesto en acción para vender -a escala mundial- la nueva novela de Dan Brown. Una situación que, curiosamente, fue descrita no hace muchos años por mano de otro novelista fabricante de best-sellers -Matthew Pearl- en “El último Dickens”. Autor que, casualmente (o tal vez no), escribió “El club Dante”. Una novela en la que “La Divina Comedia” es el eje sobre el que se mueve la historia de un asesino en serie en el Boston de mediados del siglo XIX.

En 1861, cuando aparece esa innovadora nueva versión de “La Divina Comedia”, se sugería a los lectores de “Le Voleur”, un periódico para la rampante burguesía francesa del Segundo Imperio -como ya sabrán los que leen esta página- que no podían dejar pasar la oportunidad de comprarse una obra como la que la casa que pagaba ese anunció -Hachette- acababa de editar. A saber: “La Divina Comedia” de Dante ilustrada con grabados del ya por entonces famoso Gustave Doré.

Hachette anunciaba que la traducción al francés de esa obra -hoy una verdadera, y cara, rareza en esa primera impresión del año 1861- se había hecho con el mayor cuidado a cargo de Pier-Angelo Fiorentino.

Eso y los 76 grabados de Doré que hacían palpable la atmósfera cargada de escenas “misteriosas y terribles” de ese que Hachette llamaba en su anuncio “poema apocalíptico” convertían la adquisición de esa obra -por cien francos de aquella época- en algo casi obligado para cualquier biblioteca que se quisiera considerar completa al poseer un ejemplar de esa nueva versión que inmortalizaría, siempre en opinión del anuncio de Hachette, tanto al autor como al editor de la misma…

Un mensaje no muy distinto al que nos han lanzado esta semana para promocionar ese “Inferno” de Dan Brown, que ya podemos encontrar incluso en los supermercados.

Esa serie de variaciones sobre el mismo tema a la hora de vender un relato -en este caso el contenido de “La Divina Comedia”- entre 1321 y 2013, pasando por 1861, debería hacernos reflexionar sobre la recurrente utilización de los mismos elementos para atraer lectores a lo largo de los, aproximadamente, setecientos años que van entre el de 1321 -en el que la Muerte hace que Dante dé por concluida esa obra en la que se venga de sus enemigos gibelinos- y el año 2013 en el que Dan Brown vuelve a utilizar esa misma historia como base para narrarnos su propio relato en clave. El mismo que, seguramente, muchos miles de lectores van a ir desentrañando en los próximos días, semanas, meses, años…

 Una vez que lo hagan, esos lectores deberían reflexionar sobre el proceso en el que se han involucrado al leer “Inferno”. Si les ha ido mejor que a los fieles que acudían aterrados a las iglesias a partir del 1321 tratando de evitar caer en uno o varios círculos del Infierno de Dante -como nos recuerda Dan Brown-, o a los burgueses del Segundo Imperio francés que acudieron, raudos y veloces, con cien francos en el bolsillo, a comprar la apabullante edición de 1861 de “La Divina Comedia” ilustrada por Gustave Doré.

Deberían juzgar si les ha merecido la pena haber sido más o menos víctimas de una operación de propaganda como la que llevó a cabo Dante Alighieri contra los gibelinos y de la que salió la obra que ha servido a “Inferno” de columna vertebral, o la que puso en marcha Hachette en 1861 para vender una magnífica reedición de la obra de Dante con una iconografía que aún persiste en nuestro inconsciente colectivo. Algo que, por otra parte, no le ha venido nada mal a Dan Brown para intentar reeditar su éxito con “El Código Da Vinci”…   

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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