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Carlos Rilova

El correo de la historia

Ingenuamente perversa. La Pornografía de la “Belle Époque” (circa 1890)

Por Carlos Rilova Jericó

En cierta ocasión me comentaba otro historiador que me pasaba la vida hablando de guerras, ejecuciones, muertes, piratas, brujas, etc… No le faltaba razón a mi colega. Más si tenemos en cuenta que él se dedicaba, y se dedica, a investigar la vida política de finales del siglo XIX en el País Vasco, donde, a decir verdad, las cosas estaban mucho más calmadas que en los siglos XVI, XVII, XVIII… y para los historiadores es más difícil -aunque no imposible- dar con brujas, piratas, guerras y otros episodios épicos similares que han llenado bastantes páginas del currículum del que cada lunes firma estas páginas.

Debo decir, en mi descargo, que esa clase de temas más que ser buscados por el historiador, le salen al encuentro. Desgraciadamente el 90% de la Historia de la Humanidad tiende bastante a la violencia, sobre todo bajo su forma más organizada -lo que vulgarmente llamamos “guerra”- y escribir Historia es, en gran media, escribir la Historia de muchas guerras y de los escasos intervalos de paz entre el fin de una y el preludio de otra. Una curiosa secuencia de hechos, tantas veces repetida a lo largo de varios siglos, sobre la que, la verdad, deberíamos pensar todos -no sólo los historiadores- más a menudo.

Pero también es cierto que con el 10% restante de la actividad humana se puede -y hasta se debe- escribir otra Historia. Por ejemplo la del sexo, el Erotismo, la Pornografía… que, al fin y al cabo, es escribir -cómo negarlo- la Historia de otra de las actividades favoritas del género humano. De hecho, los breves apuntes que voy a dar aquí este lunes no van a constituir, ni mucho menos, la primera vez que un historiador se meta en ese terreno, ni la última ocasión en la que el que esto escribe -o cualquier otro u otra colega- puedan decir algo interesante sobre esa cuestión histórica.

La gama de temas al respecto es verdaderamente infinita. Por sólo citar unos cuantos ejemplos podría aludir a la serie de artículos publicados en 1977 por Luis Alonso Tejada en “Historia 16” sobre la represión sexual en la España franquista -que para algunos, más que Historia, será recuerdo, incluidas excursiones maratonianas a los cines “X” de Perpignan como las que describe Tejada-, o el sesudo estudio de Emma Sánchez Montañés y Germán Vázquez Chamorro publicado en esa misma revista al año siguiente, que trataba sobre la cerámica preincaica en la que esos pueblos americanos, anteriores incluso al imperio que sojuzgará Pizarro, desplegaban un catálogo de habilidades que podría haber hecho palidecer al “Hustler”de Larry Flint o al “Playboy” de Hugh Hefner.

Lo que yo tenía intención de contar hoy es algo mucho más sencillo, pero que, creo, puede resultar relevante a la hora de reconstruir ese otro aspecto de nuestra Historia. Sobre todo de esa parte de la Historia que se ha dado en llamar “de las mentalidades”.

En este caso se trata de la que existía con respecto al sexo apenas dos generaciones anteriores a la nuestra, en la llamada “Belle Époque”. Generalmente identificamos -y ridiculizamos- a dicha época por estar caracterizada por una represión sexual que hace que nos doblemos de risa observándola desde la superioridad de un mundo posterior a la liberación sexual iniciada -junto con otras muchas revoluciones- en el no hace tanto tiempo famoso Mayo de 1968.

Hay varios episodios de la popular serie “Los Simpson”, por poner un ejemplo asequible, en los que, en efecto, se caricaturiza a mansalva esa época como dominada por una represión de los impulsos sexuales verdaderamente sofocante. En uno de ellos el señor Burns -recurrente fósil viviente de la “Belle Époque” en esa serie- trata de hacerse el millonario simpático y moderno -al estilo de Richard Branson- y para ello contrata un número de supuestas animadoras que lleva a una cancha de baloncesto. En lugar de un conjunto de “cheerleaders” muy ligeras de ropa, Burns presenta a un grupo de recatadas señoritas vestidas a la moda de 1900 -con sombrilla incluida- que se contonean modosamente al ritmo de un conocido “ragtime” de Scott Joplin -“Maple Leaf Rag”- para acabar mostrando de manera sugerente sus tobillos y pantorrillas… castamente cubiertos por botines y medias blancas que no dejan ver nada. Momento en el que Monty Burns las echa de la cancha tildándolas de desvergonzadas, ante un cada vez más estupefacto público…

Más allá de ese impagable chiste hay en esa escena, sin embargo, aspectos verídicos de la Historia del sexo. Para empezar hoy el “ragtime” no causa el menor escándalo, pero hacia 1900 era la música que se tocaba en burdeles o, como mínimo, casas de baile de moralidad dudosa. Scott Joplin o Tom Million Turpin, dos de los principales compositores de “ragtime”, eran, además de geniales músicos, personas con estrechos contactos con los bajos fondos de su época. De hecho, Joplin murió en 1917 a causa de la sífilis contraída en los turbulentos medios que frecuentó en su calidad, principalmente, de músico animador de esas llamadas casas “de mala nota”.

Por lo que respecta a la exhibición de tobillos y pantorrillas femeninas, por imposible de creer que nos parezca a fecha de hoy, es cierto que para la mayoría de los hombres de la época victoriana esa visión constituía algo sencillamente turbador. Casi tanto como la más brutal exhibición frontal de porno “hard” que la llamada “Sociedad de la Información” nos pueda proporcionar hoy día. Y las imágenes que ilustran este artículo son documentos gráficos que lo demuestran con total claridad. 

La primera de ellas es una bella panadera supuestamente seducida por una no tan bella colegiala -un clásico en estos asuntos, como ya es proverbial-  que forma parte de una serie de postales en las que se cuenta, como en una especie de fotogramas, las desdichas de la pobre panadera, enviada por su jefe a entregar una remesa de bollos y pasteles. Éste quedará interrumpido por la aparición de la glotona colegiala, que interpela a la panadera y acaba convenciéndola para que le autorice a comer todo el contenido de la cesta… tras lo cual la abandonará, dejándola burlada, desolada y expuesta a la venganza de su jefe. Éste, en efecto, la despedirá por el expeditivo recurso de una patada en el trasero por haber cedido a esa “primera seducción”, que es la que da título a esta serie de postales. Todas ellas cargadas de sentidos equívocos, insinuando una especie de relación sáfica entre ambas interpretes, que nunca llega a ser explícita, y exhibiendo la pierna de la panadera de arriba a abajo sin más obstáculo a la vista que un breve escarpín, una sutil media y un ajustado calzón. Elementos que, con toda seguridad, debían resultar sumamente perturbadores para cualquier eminente victoriano.

La última de las dos imágenes es “el otro lado del espejo” de la que da comienzo a este artículo y nos ofrece una idea más exacta sobre los límites que realmente podía llegar a traspasar la Pornografía de aquella época a veces, en efecto, tan remilgada, tan risible para nosotros. En ella -no hace falta dar muchas explicaciones- podemos ver ya sexo casi explícito entre un hombre y una mujer que se están desvistiendo mutuamente.

Más allá de esos gestos, lógicamente abrumadores para quienes se sofocaban con la vista de un tobillo femenino, aunque fuera enfundado en calzado y ropa, hay más partes de esa otra Historia de la Humanidad, por supuesto. Bastantes como para escribir otro día sobre ellas, una vez que ustedes hayan hecho la digestión de estas primeras breves notas sobre la, por otra parte, para nosotros, recatada y pacata Pornografía de la “Belle Époque”. 

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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