Por Carlos Rilova Jericó
Me gustaría que los donostiarras que leen este correo de la Historia y los visitantes que esa ciudad va a recibir en muy pocos días, se pasasen por la sala de exposiciones de Kutxa, en el boulevard de San Sebastián. Allí podrán ver hasta el 18 de agosto una exposición que, seguramente, les va a saber a poco. Se trata de “Gipuzkoako Pintore Erromantikoak-Pintores Románticos guipuzcoanos”.
La comisaria de la misma es la profesora Montserrat Fornells, que, voluntaria o involuntariamente, ha dado en alguna ocasión alguna que otra idea para este correo de la Historia.
De todos los magníficos cuadros que se exponen en los tres pisos hábiles de esa sala -desde el Historicismo más relamido de Isidro Gil, hijo del médico de Cestona, hasta primeras aproximaciones al Impresionismo del militar pasaitarra Pedro Venancio Gassis Minondo-, quiero que se fijen en uno de Antonio María Lecuona Echaniz, a quien podríamos considerar pintor áulico de Carlos VII, el pretendiente carlista al trono de España, al que ese pintor tolosarra, acérrimo defensor -como muchos otros vascos- de las fuerzas de la reacción, retratará en todo su esplendor en diversas ocasiones.
El cuadro que me interesa que estudien está en la planta –1 del edificio, se titula “Camino del molino” y data del período que va de 1839, fin de la primera Carlistada, a 1873, comienzo de la última, que es también el momento en el que se estaban tendiendo las primeras líneas de ferrocarril en el País Vasco.
. Se muestra en ese pequeño lienzo a dos aldeanos vascos que tratan, a palos y empellones, de que su burro, cargado con sacos de cereal que, evidentemente, se llevan al molino más próximo, salga de en medio de las vías férreas sobre las cuales se aproxima, amenazante, una locomotora resoplando y lanzando columnas de vapor que hubieran hecho las delicias de otro pintor, en este caso el británico Turner.
El tono del cuadro, podrán apreciarlo si van a verlo, es casi jocoso. De hecho, parece más uno de esos grabados satíricos, tan abundantes en la época, que un cuadro al óleo, formato reservado para asuntos, en general, mucho más serios que los destinados al papel de los grabados de gran difusión, o a la corrosiva prensa satírica de esas fechas.
Los aldeanos de “Camino del molino” parecen un compendio de los tópicos habituales entre los vascos urbanos que en esas fechas los han reducidos al estereotipo de “bato barragarri”. Es decir, de aldeanos graciosos, con sus anticuadas ropas, sus abarcas o alpargatas por todo calzado, su mal uso del castellano y otras lacras, pero la intención de Lecuona parece ser la de pintar una denuncia mucho más seria. De hecho, “Camino del molino” es todo un canto a uno de los principales puntos, más o menos ocultos, del programa político carlista. Es decir, detener la máquina del progreso industrial -y económico y social también- aparejado a ese mundo de chimeneas que vomitan humo y locomotoras cada vez más rápidas que están sacando del aislamiento a regiones como esa de la que parecen proceder los dos desesperados “jebos” del cuadro de Lecuona, que ven su trigo -o su maíz, o lo que sea- tan despedazado como su burro si la locomotora, representante del mundo urbano, industrial, finalmente lo alcanza.
No puede haber declaración de intenciones más clara. Habría que recurrir a algunos sermones de predicadores carlistas en los que se condenaba al mundo urbano vasco como representante del Liberalismo y, por tanto, de todas las nuevas ideas peligrosas que había que destruir por medio de un fuego purificador. Uno que se concreta, por ejemplo, en las baterías de asedio carlista que, entre 1875 y 1876, arrasan San Sebastián desde las cumbres próximas al barrio de Igueldo por medio de, paradójicamente, cañones de retrocarga “Krupp” verdaderamente modernos y mortalmente eficaces. Como lo experimentó en persona el poeta en lengua euskara “Bilintx”, liberal acérrimo y defensor de la ciudad durante ese asedio como ya señalé en estas mismas páginas en otra ocasión…
La guerra acabó, con la derrota de los carlistas, en la primavera del año 1876, sin embargo la polémica ante los nuevos medios de transporte sigue aún viva, de algún modo, que, probablemente, tiene que ver con la genealogía carlista de muchos habitantes del actual País Vasco. Hoy el problema parece estar en la llamada “Y” griega vasca, que es presentada por diversos movimientos aglutinados en torno al slogan “AHT Gelditu! (Paremos el Tren de Alta Velocidad)” que,.con unos mimbres ideológicos en apariencia distintos a los predicados desde tribunas carlistas como la de Antonio María Lecuona y otros, tratan de detener, una vez más, las locomotoras, las líneas férreas portadoras, según parece, de muchos males y ningún bien.
Desde la tribuna de la Historia uno se pregunta, sin embargo, qué motivos impulsan realmente ese rechazo. Básicamente parece que todo se puede reducir a que el Tren de Alta Velocidad es un proyecto destructor del medio ambiente y del patrimonio. Ante eso cabe plantearse la pregunta de, exactamente, qué parte de nuestro patrimonio ecológico está aún sin humanizar desde una Edad Media que creó -con fines de defensa del territorio ante los desmanes banderizos- una compacta red de núcleos urbanos comunicados por vías rápidas que, en cuestión casi de minutos, permitían convocar a toda la milicia urbana de cada una de esas villas para dar su merecido a los señores de la guerra y de la tierra y a sus siniestros esbirros allá por el siglo XV.
El historiador comprendería mejor la toma de postura de los que se escudan tras el slogan de “AHT Gelditu!” si las nuevas líneas de Alta Velocidad, la famosa “Y” griega vasca, fueran a masacrar, por ejemplo, la reserva de Urdaibai o el ominoso y sobrecogedor paisaje del Señorío de Bertiz. Como no parece que ese vaya a ser el caso, el historiador -el que esto escribe en concreto- piensa que, tal vez, lo que hay detrás de ese afán de prohibir la culminación de las líneas de Alta Velocidad vasca -a desarrollar, básicamente, sobre las que maldecía Antonio María Lecuona a mediados del siglo XIX en su “Camino del molino”- debe de ser más producto de prejuicios políticos que de preocupaciones ecológicas.
¿De qué prejuicios políticos se trataría exactamente, tal vez se pregunten ustedes?. Bueno, puesto que tengo que hablar como historiador, y no como adivino, les diré que gran parte de lo que veo subyaciendo a discursos como los que se barajan contra el Tren de Alta Velocidad, recuerda bastante a la política de los confederados durante la llamada Guerra de Secesión de Estados Unidos. Si quieren aclararse las ideas a ese respecto, les voy a recomendar, como ya he hecho en ocasiones anteriores, un par de películas sobre ese tema.
Las dos son “Western”. Una, “Kansas Pacific”, del período clásico, y otra, “Cabalga con el diablo”, más actual, y que podría encuadrarse en el llamado “Western crepuscular”. La primera de esas dos películas, del año 1953 y dirigida por Ray Nazarro, “Kansas Pacific”, no es ninguna maravilla, pero nos muestra las razones de los sudistas para oponerse al tendido del ferrocarril Kansas-Pacific, incluso a cañonazos si fuere menester. Fundamentalmente evitar que los nordistas se hagan fuertes en la zona que va del Medio Oeste hasta el Pacífico. Quizás esto no les diga mucho, sin embargo lo que apenas vemos dibujado en la irregular “Kansas Pacific” queda mucho mejor explicado en un sobrecogedor monólogo recogido en “Cabalga con el diablo”, de Ang Lee.
En esa película, también ambientada durante la Guerra de Secesión en la conflictiva frontera entre Kansas y Missouri, pasto de fuerzas irregulares desplegadas en la zona por ambos bandos, y con similares aficiones a la matanza indiscriminada -a ser posible de civiles desarmados-, un partidario de los esclavistas que ha dado refugio a la partida que protagoniza la película, deja totalmente claro por qué se debería impedir que los “yankees”, a los que califica de “invasores”, infesten el sagrado territorio sureño.
Hablando de la ciudad de Lawrence, en Kansas, lamenta que en ella, antes incluso de construirse la iglesia, los nordistas hubieran levantado una escuela. Lugar donde “educaron a todos los hijos de sastre y a todas las hijas de granjero de la región” en lo que ese emblemático personaje define como el “librepensamiento” que los invasores “yankees” estaban enseñando a todos “sin tener en cuenta ni clase, ni costumbres, ni decencia”…
Sobran más explicaciones. Esa ciudad y las vías de comunicación que la alimentan, como los ferrocarriles, por ejemplo, debían, por tanto, ser borrados del mapa para que notabilidades locales como el autor de ese monólogo puedan seguir respirando tranquilos, sabiendo que no se difundirán ideas que pongan en solfa su autoridad, basada, esencialmente, en el aislamiento rural de la población sobre la que dominan gracias a esa ausencia de “librepensamiento”. Y eso, justamente, es lo que tratarán de hacer los guerrilleros esclavistas en el clímax de “Cabalga con el diablo”…
Sin duda la militancia ecológica, incluso en su forma conservadora -que también existe, especialmente en Estados Unidos- es digna de admiración. Sobre todo si evita que el medio natural en el que vivimos acabe convertido en un siniestro, y letal, vertedero.
Sin embargo, resulta cuando menos inquietante pensar, siquiera sospechar, que tras la oposición a la mejora -que no nueva creación- de vías de comunicación más rápidas haya algo que no sea precisamente eso, sino, en realidad, evitar que aparezcan ciudades y escuelas que traigan el, para algunas mentes reaccionarias, maldito “librepensamiento” del que hablaba el esclavista acérrimo retratado en “Cabalga con el diablo”.
Un personaje del que deberíamos acordarnos cada vez que alguien nos proponga detener las nuevas líneas de Alta Velocidad que, en definitiva, aproximarán el territorio vasco a grandes centros urbanos de decisión política y económica como París, Madrid, Londres, Bruselas… evitando que caigamos en un aislamiento que podría ser explotado no por bienintencionados ecologistas, sino por personajes nada amables, como el que vomita su odio contra el “librepensamiento” en esa película de Ang Lee que no deberían dejar de ver, como no deberían dejar de ver el cuadro “Camino del molino”…