Por Carlos Rilova Jericó
Hoy comenzamos en este correo de la Historia, que ya ha cumplido su primer año, una serie de artículos que llegarán hasta el 9 de septiembre. Todos ellos tendrán un mismo denominador común: estarán dedicados a reconstruir los hechos históricos que tuvieron lugar, fundamentalmente, en territorio alavés y guipuzcoano hace ahora doscientos años, y tratarán de ofrecer información inédita, y de primera mano, sobre ellos.
Ese objetivo es producto tanto de la mera inercia del trabajo del historiador -se supone que eso, precisamente, es lo que debe de hacer-, como del preocupante horizonte que plantea el modo en el que, según los indicios disponibles, se ha decidido conmemorar alguno de los principales hechos históricos de esa penúltima campaña de las guerras napoleónicas liderada nada más, y tampoco nada menos, que por el general que acabará con Napoleón en Waterloo: sir Arthur Wellesley, desde 1809 conocido como Lord Wellington.
Para mí, quizás, habría sido más fácil pasar por alto un hecho fundamental. A saber: que hoy mismo todo apunta a que, si no hacemos algo para remediarlo, la conmemoración de esos hechos históricos no dejará un relato históricamente válido.
Sólo para centrarnos en un único caso, el título oficial de la conmemoración dirigida desde el Ayuntamiento de San Sebastián, y el enfoque de la misma, resultan terriblemente reduccionistas, localistas -un fallo que comparte con el otro gran hito de este bicentenario, la batalla de Vitoria- y, por lo tanto, terriblemente empobrecedores de ese relato histórico que, se supone, sería precisamente lo que deberían generar este tipo de conmemoraciones.
El título oficial de ese evento es “Bicentenario 1813-2013. 200 años construyendo San Sebastián”. Una afirmación excesivamente neutra, incluso aparentemente cándida vista desde el punto de vista del historiador -que algo, se supone, podrá decir respecto a algo que, se supone, es una conmemoración histórica– y que no mejora mucho con la explicación que da el programa oficial del Ayuntamiento de San Sebastián, donde se señala, literalmente, que lo que se pretende conmemorar es “la quema, destrucción y reconstrucción de Donostia/San Sebastián”. A lo que sólo se añade, para contextualizar ese hecho histórico, que dicha “quema, destrucción y reconstrucción” fue producto de “un trágico episodio de las Guerras Napoleónicas” perpetrado por tropas aliadas anglo-portuguesas…
Si seguimos leyendo dicho programa descubriremos que, básicamente, se pretende dar a conocer ese hecho, pero en ningún momento se habla de aprovechar esta fecha redonda para realizar la trabajosa -y necesaria- tarea de reconstruir aquellos hechos, ahondando en el conocimiento histórico de los mismos.
Así las cosas, a fecha de hoy, y ya sólo con ese punto de partida, entramos en un discurso histórico que, voluntariamente o no, deforma, y aliena, el recuerdo de esos acontecimientos. Para empezar se aísla ese hecho,“la quema, destrucción y reconstrucción de Donostia/San Sebastián”, del contexto histórico que lo generó.
Es decir, de una importante campaña militar que, como nos indica la obra clásica de José Gómez de Arteche, comienza el 26 de mayo de 1813 en Salamanca, donde se inicia una decidida marcha hacia el Norte con hitos como Osma, San Millán, Subijana… que culmina en la batalla de Vitoria el 21 de junio de 1813 y se remata -en territorio peninsular, ya que la última batalla se libra en Tolouse en abril de 1814- con la de San Marcial el mismo 31 de agosto en el que San Sebastián es tomada por las citadas tropas anglo-portuguesas. Algo que sólo se logra después de vencer la obstinada resistencia del general Rey, mantenida durante dos meses, y que hará pagar a esas tropas anglo-portuguesas un altísimo saldo de bajas, que superan los dos mil efectivos muertos ante la brecha por la que San Sebastián es tomada al asalto para desalojar a las tropas napoleónicas acantonadas en ella.
Se nos priva así de saber que la ciudad es un punto clave, estratégicamente hablando, en dicha campaña de la que depende en esos momentos el destino de toda Europa. El mismo que se está jugando sobre una mesa de negociaciones en Dresde, donde el emperador Napoleón se esfuerza por ocultar la derrota de Vitoria y la pérdida, ya casi definitiva, de toda la Península, a excepción de Pamplona y Cataluña.
Se nos priva así también con ese enfoque reduccionista de saber que el objetivo inicial de esas tropas organizadas para batir a los restos de la “Grande Armée” napoleónica en Portugal y España, era hacerse con un recurso estratégico de primer orden, fundamental para que el ejército aliado de España, Portugal y Gran Bretaña no sufriera un descalabro quizás definitivo. También se nos priva así de considerar que el fin oficial y declarado de ese ejército aliado -dejando aparte, de momento, desmanes aún por esclarecer- era, tal y como lo esperaban sus habitantes, liberar una ciudad invadida, tomada por un golpe de mano desde el año 1807, del mismo modo que, de acuerdo al designio de Napoleón para apoderarse de España sin disparar un sólo tiro, se toman otras plazas fuertes y depósitos militares estratégicos de esa monarquía.
Una ciudad, San Sebastián, que, partidarios de la causa bonapartista aparte -caso, por sólo citar un ejemplo, de José María Soroa, que, a la sombra de las bayonetas francesas, actúa como un verdadero tirano-, vive en una incómoda y tensa situación con un ejército de invasión que se mantiene, básicamente, esquilmando la Hacienda pública de esa ciudad como la del resto de las poblaciones de tránsito de la “Grande Armée” napoleónica.
Es éste un panorama nada alentador y que, a medida que nos acercamos a la recta final de esa conmemoración, quedaría reforzado -incluso se podría decir que definitivamente sellado- por la ausencia para el recuerdo, para el Futuro, de algo que explique realmente la Historia -no el Mito, ni la Leyenda o leyendas, o las omisiones deliberadas o no- de aquellos acontecimientos con el nivel y la calidad de las obras que vieron la luz en el año 1963. El año en el que se cumplió el 150 aniversario de esa que, con toda corrección histórica, podríamos llamar la batalla de San Sebastián, pues, salvando ciertas distancias, responde, en sus características básicas, a un esquema muy similar, por ejemplo, al de una de las más vastas operaciones de la Segunda Guerra Mundial. Es decir, la lucha por el control estratégico de la ciudad de Stalingrado por medio de un férreo asedio entre agosto de 1942 y febrero de 1943, que actualmente se conoce, precisamente, como “batalla de Stalingrado”.
Se han invertido cantidades notables en organizar multitud de pequeños actos para recordar esos hechos de esta penúltima campaña de las guerras napoleónicas en el País Vasco a través de esa conmemoración histórica -“Bicentenario 1813-2013. 200 años construyendo San Sebastián”- tan mal enfocada desde el punto de vista del historiador. Unos han sido populares -como el Carnaval de este 2013-, otros más académicos, como visitas guiadas, ciclos de conferencias, algún que otro curso de verano y un largo etcétera que ha abrumado, o aún va a abrumar, la agenda de los donostiarras y los turistas que han visitado, o visitarán, la ciudad.
Sin embargo, pese a esa nutrida agenda, un historiador no podría -de hecho, no debería- cerrar los ojos ante el hecho, fundamental, de que no hay, de momento, ni un sólo libro de Historia similar a esa “Historia de la reconstrucción de San Sebastián” firmada en 1963 por el profesor Miguel Artola, que nos explique, correcta y documentadamente, de qué circunstancias históricas reales sale esa “quema, destrucción y reconstrucción de Donostia/San Sebastián”.
Desde luego incógnitas en torno a la destrucción de la ciudad -según los indicios documentales disponibles, sistemática, y probablemente intencionada- no parecen, a fecha de hoy, ir a quedar resueltas -ni investigadas- en una monografía similar a la escrita por Artola por lo que se ha puesto hasta ahora al alcance de los lectores a raíz de esta conmemoración. La misma que parece pretender reducir unos hechos diversos y complejos únicamente a “la quema, destrucción y reconstrucción de Donostia/San Sebastián”, aislando todo eso del resto de acontecimientos históricos de los que fue el sobrecogedor producto final.
La aportación de información documental completamente inédita sobre ese asunto, ha sido, hasta este momento, poco más que irrelevante y no ha servido, desde luego, para esclarecer los hechos del incendio de ese mismo 31 de agosto de 1813, ni para situar esos hechos de armas claves en el desarrollo de la fase final de las guerras napoleónicas que se luchan, casi simultáneamente, en Vitoria o San Marcial, sí, pero también en Lützen y Bautzen, donde Napoleón aún cree posible derrotar la coalición de potencias -Rusia, Prusia, Portugal, Suecia, Gran Bretaña, España…- que lo van acorralando, poco a poco, en el hexágono francés, obligándole a retroceder a sus fronteras anteriores incluso a las guerras revolucionarias.
En ese panorama tan desolador para el historiador y para los que quieren leer Historia, ha habido, en el caso de San Sebastián, además, reclamaciones verdaderamente estrambóticas por parte de algunos colectivos y asociaciones culturales acerca de la necesidad de una mayor investigación sobre esos hechos.
Algo verdaderamente chocante teniendo en cuenta que algunos productos de esa conmemoración, avalados por dichas asociaciones -y, lo que es más preocupante, financiados con dinero público-, han ignorado -sistemáticamente- las más recientes aportaciones historiográficas sobre ese tema. Como podría ser el caso -por sólo citar los ejemplos que mejor conozco- del artículo “Cuatro años de traición” -firmado por el que estas líneas escribe-, donde se aclaraba, con documentos a la vista, hasta dónde había llegado realmente la supuesta inquina de la Corona española contra algunos de sus súbditos guipuzcoanos por el conato secesionista de adhesión a la república francesa de 1789 que promovieron en 1794, al amparo de las tropas de esa Convención.
Un tema que quedaba oficialmente olvidado por un perdón real fechado en el año de 1798, dejando esa cuestión zanjada y el camino abierto a los antiguos traidores -vistos así desde la óptica de la Corona española- para redimirse, a partir de 1808, alistándose bajo las banderas españolas que combaten a un Napoleón igualmente antipático para esos antiguos revolucionarios, como los Echave Asu y Romero, -que lo ven como un traidor a los ideales de 1794- y, también, para acérrimos absolutistas.
Igualmente quienes tal afán investigador piden ahora, casi al final del bicentenario de esa que, por exactitud histórica, deberíamos acostumbrarnos a llamar la batalla de San Sebastián, parecen ignorarlo todo sobre las recientes biografías del general Gabriel de Mendizabal -también firmadas por el que estas líneas escribe- publicadas en la Enciclopedia vasca de referencia -Auñamendi- y en el Boletín de Estudios Históricos sobre San Sebastián, basadas, principalmente, en documentación inédita del Archivo Histórico Nacional y del Archivo Militar de Segovia.
Una circunstancia, como decía, chocante, teniendo en cuenta que dichas asociaciones reclamantes de “investigación histórica”, y lo que ellas pretenden dejar como relato histórico homologado -¿quizás definitivo?- de esos acontecimientos de 1813, otorgan al general guipuzcoano Gabriel de Mendizabal un papel de benefactor, casi mesiánico, de un entonces inexistente “pueblo vasco”-si acaso todo lo más vascongado, según la denominación de la época-.
Algo bastante difícil de atribuir -ese papel de benefactor casi mesiánico de ese supuesto pueblo vasco independentista- a un militar profesional al servicio de la Corona española desde sus veinte años en regimientos como el España, destinado a África, en el que se fogueará combatiendo contra los habitantes del Norte de ese continente. Los mismos que no ven precisamente con buenos ojos la presencia de plazas fuertes del imperio español en lo que consideran -en buena lógica- su territorio. Eso hasta que el futuro general nativo de Bergara es destinado a los frentes catalán y vasco en 1794, para combatir a los secesionistas guipuzcoanos que, en esas mismas fechas, pasan a sangre y fuego poblaciones como Ondarroa y Eibar por negarse a secundar su proyecto de separación de la corona española…
Brillan por su ausencia también -pese a tales reclamaciones de investigación tan gratuitas que, por lo que se ve, sólo ocultan ignorancia de la que ya se ha realizado- nuevos estudios y sondeos de archivos a fondo sobre figuras como la del general Castaños, que ha sido convertido en el eje de gran parte de la actualmente estéril -para la Historia- controversia en torno a quién dio realmente las órdenes de incendiar San Sebastián en 1813.
Así por ejemplo, ninguna publicación de las realizadas hasta hoy en el marco de este bicentenario en torno a esa cuestión -que se ha convertido casi en el eje único, obsesivo, de la conmemoración de esos hechos históricos de 1813- ha analizado seriamente la correspondencia inédita de Francisco Xavier de Castaños -ese general español de origen vasco- en el momento en el que entra en territorio guipuzcoano en junio de 1813 y se pone en relación con las autoridades locales.
Tampoco parece que se haya revisado su larga hoja de servicios, depositada como muchas otras en el Archivo General Militar de Segovia, o, siquiera, que se hayan sacado conclusiones acerca de su forzada obediencia debida a la Regencia de Cádiz. La misma disciplina militar que le obliga a él, un reaccionario, un partidario del Absolutismo al menos hasta la muerte de Fernando VII en 1833, a proclamar la constitución de 1812 en territorio guipuzcoano, pese a odiar cordialmente esas novedades políticas de corte revolucionario. Una ideología reaccionara que, por cierto, compartía con los oficiales al mando en el asedio de San Sebastián en 1813, el general escocés Thomas Graham y Lord Wellington, sirviendo de base a una estrecha amistad con este último. Tal y como lo señalaba, por ejemplo, alguna prensa británica del momento que, por lo visto, tampoco se ha investigado por esas asociaciones que ahora reclaman más investigación.
Ese poco optimista panorama en el que, según todos los indicios, una politización de hechos históricos a la que no se ha querido o sabido poner coto -a causa de querer dar voz a todas las opiniones, sin mirar si dichas opiniones cumplían con un mínimo de requisitos de seriedad científica, historiográfica…-, nos conduce, al menos de momento, a esa ausencia de libros de Historia a la altura del ya mencionado que firmaba Artola en 1963.
Esa carencia de verdaderos libros de Historia sobre hechos como aquella luctuosa batalla de San Sebastián, parte capital de esa penúltima campaña de las guerras napoleónicas, es lo que se tratará de subsanar a lo largo de esta serie de artículos que empieza hoy y seguirá el próximo lunes con una reseña sobre la batalla de Vitoria. La misma que empieza a cambiar el curso de la guerra en Portugal y España y, de hecho, el de esta penúltima campaña que conduce, directamente, a la abdicación del que ha sido el árbitro -y el tirano- de Europa desde el año 1800 en adelante -Napoleón Bonaparte- en la, para él, aciaga primavera de 1814.
Tengan listas pues las memorias de sus Kindle, sus Papyre, sus Ipad… porque, tal vez, no tengan otra oportunidad para reunir un conocimiento histórico sistemático contrastado y correctamente documentado sobre hechos históricos que aún siguen pesando, y mucho, en nuestro presente y, en cualquier caso, son un patrimonio cultural que nos pertenece y no deberíamos permitir que se perdiera, cayera en el olvido o fuera deformado hasta lo ridículo, hasta hacerlo simplemente absurdo, que es casi lo mismo que perderlo, que es casi lo mismo que olvidarlo…