Por Carlos Rilova Jericó
Hasta el miércoles de la semana pasada tenía yo intención de hablar de otro tema en este nuevo correo de la Historia. Sin embargo ese día piqué, una vez más, y le eché un vistazo a esa revista que casi tiene el monopolio -no sé bien por qué- de la publicación de semanarios de humor en España. Es decir, en breve, “El Jueves”.
Como todo ciudadano informado que conoce la revista prácticamente desde que salió a comienzos de la llamada Transición, la conozco bastante bien. He asistido a sus giros, a los cambios de dibujantes, a sus polémicas sonadas -no hará falta explicar aquello de la famosa portada que acabó hace unos años en secuestro judicial de la revista- y a otros asuntos que han ido tejiendo más la leyenda que la Historia de esa revista que hoy representa en España lo que en su día representó “Punch” para Gran Bretaña, “MAD” para los Estados Unidos o, sin irnos tan lejos, “La Gorda”, y su rival “La Flaca”, o posteriormente “La Codorniz” o “Hermano Lobo” para la España, respectivamente, del siglo XIX y XX.
En fin, el caso es que este miércoles, leyendo, otra vez, “El Jueves”, asistí a otro episodio que demuestra que la Historia de ese país, España, constituye un grave problema. Especialmente cuando es contada de manera divulgativa para un gran público
En este caso el ejemplo lo ha proporcionado la historieta puesta este 25 de septiembre en los kioskos por “El Jueves” con la firma de Pallarés. Este dibujante publica en la revista, o ha publicado, series con bastante ingenio. Por ejemplo la de Baldo, un cuarentón intelectual frustrado, que no da palo al agua y (sobre)vive de sablear a quien se le pone por delante. Empezando por sus propios padres, con los que sigue viviendo. Un personaje entre trágico y cómico, que Pallarés maneja con bastante habilidad, dándole una profundidad y una fuerza literaria importante. Lo mismo se puede decir de “4º de E.S.O.”, especie de “spin off” de una serie anterior, “Olegario Gandaria”, que cuenta con bastante realismo los avatares de ese profesor de Educación Secundaria en un instituto público.
Antecedentes que hacen aún más sorprendente la historieta que el mismo Pallarés publicaba este miércoles en la última edición de “El Jueves”, en la que pretendía hacer un resumen de cuál había sido, según él, la Historia de España, que, naturalmente, es lo que lo ha traído hasta este correo de la Historia.
En menos de un par de viñetas Pallarés nos decía que la Historia de España es la de un país de pobres que han intentado simular que eran ricos y que durante un breve espacio de tiempo, desde el llamado “Desarrollismo” de los años sesenta del siglo XX hasta el “boom” inmobiliario que explota en el 2007, sí fue realmente un país de ricos. O de gente que hacía algo más que aparentarlo…
Todo ello sencillamente asombroso desde el punto de vista histórico. Es más, Pallarés afirmaba para desarrollar esa idea en el resto de su historieta, cosas tales como que España había perdido, una vez tras otra, “todos los trenes del progreso” (?!). Un argumento que, por otra parte, parece formar parte de sus obsesiones más encanalladas, ya que en un número anterior de la revista dibujó a dos supuestos campesinos españoles de mediados del siglo XIX sencillamente inverosímiles. Lo primero porque hablaban de “España” con un conocimiento digno de un profesor de Geografía y, por oposición, de “el extranjero”… -algo imposible para la mayor parte de europeos de aquella época, con unos horizontes mentales que no iban más allá de su comarca y que no habían visto un mapa en su vida-, y lo segundo porque esos supuestos campesinos españoles del siglo XIX, o al menos uno de ellos, hablaban del tren como si fuera algo imposible, una fantasía que no podía existir. Ni siquiera en “el extranjero”…
Para ser consciente de lo inverosímil de esos personajes que él dibujaba para dibujar, a su vez, una supuesta “Historia de España”, a Pallarés le hubiera bastado con ver -ya ni siquiera leer- “Lejos del mundanal ruido”. Película del año 1967 basada en esa novela de Thomas Hardy donde se describe, aunque de manera bastante suavizada, la vida de los campesinos ingleses de esa misma época. Tan dura, tan mísera y tan ignorante como la de cualquier campesino español de las mismas fechas. Un mundo en el que era “normal” vivir diez familias en un mismo “cottage”, alimentarse sólo de queso y pan por no poder encender fuego y considerar que el ferrocarril, si es que existía, y funcionaba correctamente, sería algo que sólo usaban el emperador de China y, tal vez, la reina Victoria.
En resumen, por medio de viñetas como las de este miércoles y otras anteriores, Pallarés, cuando se pone -no sabemos con qué motivo o títulos- la toga de historiador para trazar las líneas maestras de la que él cree ha sido la Historia de España, siempre dispersa entre sus lectores la idea -verdaderamente equivocada y falsa- de que ese es un país anómalo dentro de Europa. Una especie de Somalia blanca a la que, en el mejor de los casos, durante unos sesenta años le tocó la Lotería… por error.
Para el historiador con conocimiento de causa ese brote de Hispanomanía -un complejo de inferioridad intelectual muy español, bien descrito hace unos años por Tom Burns Marañón- no puede ser más absurdo.
Pongamos unos pocos ejemplos, aparte de “Lejos del mundanal ruido”. Si Pallarés se hubiera leído “La odisea de la plata española”, del prestigioso historiador italiano Carlo Maria Cipolla, sabría que esa España que, según él, lleva siglos perdiendo “los trenes del progreso” controlaba todavía en el siglo XVIII las redes comerciales mundiales de China a Europa, pasando por África y América, por medio de los dólares de plata americana que, no por casualidad, Estados Unidos copiará como moneda nacional cuando se constituya como nación.
Si, intrigado por esa admiración de la actual potencia dominante en el Mundo por usos y costumbres españolas, se hubiese puesto a leer sobre la ayuda española a esa potencia emergente en 1776 -la lista de libros es larga, pero quizás le habría bastado con “Yo solo”, de la historiadora Carmen de Reparaz- se habría dado cuenta de que España estaba lejos de haber perdido ningún “tren del progreso” en esa fecha y, es más, que estaba en condiciones de sostener una guerra, por tierra y mar, que arruinó el imperio británico en Norteamérica.
Si ya animado por todos esos hallazgos, Pallarés hubiera decidido seguir haciendo averiguaciones, podría haber descubierto que en España se inaugura en 1848 una de las primeras redes de ferrocarriles del Mundo, pese a, sólo para empezar, el inmenso costo para ese país de la guerra contra Napoleón entre 1808 y 1815. Algo que sucede apenas treinta años después de haber acabado con esa rotunda victoria sobre las águilas napoleónicas y apenas pasados nueve de haber acabado una devastadora guerra civil. La línea, además, era la Barcelona-Mataró que, quizás, no sería conocida por todos y cada uno de los campesinos españoles de esas fechas, pero sí seguramente por un buen numero de “pagesos” entre los que, probablemente, hubo más de un Pallarés.
Ya puestos el dibujante Pallarés también podría haber descubierto, documentándose para su historieta de este miércoles sobre una supuesta Historia de España, que el primer tren de vapor del estado de Nueva York -inaugurado en 1831- se construyó en parte gracias a capitales españoles. Concretamente remitidos desde territorio guipuzcoano.
La lista de ejemplos así podría multiplicarse. Y la conclusión siempre sería que, desde el punto de vista del historiador, España, pese a arrostrar un siglo XIX cargado de enormes dificultades -la guerra contra Napoleón, tres grandes guerras civiles entre 1833 y 1876, cuatro si contamos la de 1823- y otra guerra civil en la primera mitad del siglo XX seguida por cuarenta años de una dictadura retrograda y aislacionista, ha logrado consolidarse como una nación históricamente muy diferente de ese estado fallido del que Pallarés hablaba en su historieta de este pasado miércoles y al que aludía como un país de pobres que quieren parecer ricos y han perdido “todos los trenes del progreso”.
En definitiva, ante datos como los que se han ido mencionando en este artículo el historiador no puede, en efecto, evitar pensar que, quizás, el principal problema de la Historia de España está relacionado no tanto con la pérdida de ningún “tren del progreso”, sino con quien se cree autorizado a contarla -sin mucha idea de ella, como, espero, habremos comprobado-, sentando cátedra sólo porque sí, porque, semana tras semana, tiene una tribuna con bula -al parecer- para contar lo que le dé la gana.
Algo que, a decir verdad, como se ha comprobado por episodios bastante tristes -ascenso del Nazismo, guerra de la Ex-Yugoslavia…- suele conducir a feos callejones sin salida en los que, también a decir verdad, no hacía maldita falta meterse ni tenían justificación histórica alguna.
Todo lo cual hace sencillamente absurdo no sólo afirmar tan rotundamente cosas como las que se podían leer este pasado miércoles en “El Jueves”, sino tratar de sostener sobre esa base, tan falsa como endeble, a saber qué líneas de acción política de las que, acaso, Pallarés se siente llamado a ejercer de profeta, para, como se suele decir, terminar de liarla parda, sin, insisto, necesidad alguna. Salvo satisfacer -según parece- a ambiciones políticas nada claras o al consabido atrevimiento que suele acompañar a la ignorancia. En este caso de la verdadera Historia de España que nada tiene que ver con un país de pobres que querían parecer ricos y perdieron todos los trenes del progreso.