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Historia del Gatopardo. Meditaciones sobre la tragedia de Lampedusa (1860-2013)

Por Carlos Rilova Jericó

A lo largo de toda esta semana pasada una conmoción ha recorrido Europa. En esta ocasión no se trataba de aquel famoso fantasma del que hablaban Marx y Engels en su “Manifiesto comunista”, pero sí de otros muchos espectros: los de los africanos muertos en el naufragio de una patera cerca de la isla italiana de Lampedusa.

Es una cruel ironía, de esas de las que la Historia está plagada, que esos fugitivos de África, de ese escenario que hace ya más de un siglo describió Joseph Conrad -buen conocedor del tema- como “el horror, el horror”, hayan caído ante esa isla de Lampedusa.

Lo es porque esa isla dio nombre, y feudo, a una familia de la más alta nobleza siciliana, uno de cuyos últimos vástagos, Giuseppe Tomasi precisamente apellidado “de Lampedusa”, escribió, entre 1955 y 1956, una de las mejores novelas históricas -de hecho, una de las mejores novelas, sin adjetivos- de la Literatura universal.

La novela, en cuestión, se titulaba “El Gatopardo” y seguro que a muchos les sonará de la película -del mismo título- que en 1963 Luchino Visconti llevará a las pantallas del mundo entero de la mano de grandes monstruos del llamado Séptimo Arte, como Burt Lancaster, Alain Delon y una espectacular Claudia Cardinale en la flor de sus encantos.

El caso es que, tanto la película como la novela, trataban de reflejar un convulso periodo histórico -la guerra revolucionaria italiana de 1859 a 1861, enmarcada en el llamado “Risorgimento”- que se ha hecho famoso resumido en una frase terrible que el avisado sobrino del protagonista de la novela, al que en la película pone rostro Alain Delon, lanza a su tío, el príncipe de Salina, en fin, el Gatopardo, señalándole que ante la revolución liberal que sacude toda Italia en esos mediados del siglo XIX en los que se desarrolla todo el asunto, hay que cambiar algo para que todo permanezca igual…

Frase que el príncipe de Salina paladea en la novela con verdadera gula, pasmándose ante la inteligencia de Tancredi, su sobrino, que sabe lo que hay que hacer para no dejarse arrollar por los nuevos tiempos en los que los príncipes de Salina -orgullosos dueños de media Sicilia, como lo reflejan las pinturas de distintos feudos que tiene en el despacho de uno de sus palacios el príncipe-, podrían verse reducidos a la nada más absoluta a manos de una burguesía tan feroz como agreste que, como Tancredi, saben perfectamente qué hay que hacer para estar en la cresta de la ola. Desde dar de lado a la dinastía borbónica con base en Nápoles, hasta amañar con un pucherazo digno de un libro de texto sobre el tema las primeras elecciones en el antiguo y extinto Reino de las Dos Sicilias, unificado ya al resto de Italia bajo la dinastía de los Saboya.

Acontecimientos vertiginosos ante los que el príncipe se pliega bastante tímidamente después de todo, agradecido porque a él, príncipe de Salina, se le deje seguir viviendo, aparentando ser quien dice ser, todavía.

La malvada intención de Giuseppe Tomasi de Lampedusa al escribir la novela era, al parecer, mostrar cómo sus antepasados, de hecho la generación anterior a él, habían “tragado” lo que fuera con tal de no ser descabalgados por eso que suelen llamar “la marcha de la Historia”. De hecho, el gatopardo que Lampedusa elige como divisa heráldica de su príncipe de Salina y título de la novela, reflejaba cruelmente esa circunstancia. En efecto, tal y como se explica en algunas ediciones de la novela, el gatopardo es una especie de felino de aspecto tirando a feroz, salvaje pero, en realidad, no mayor que nuestros gatos caseros y muy domesticable, fácil de someter…

Unas características estas del príncipe de Salina quizás más extendidas de lo que nos parece y que, irónicamente como decía, parecen manifestarse de nuevo con esa tragedia que ha vuelto a poner de actualidad el nombre de Lampedusa, la isla que dará el apellido al autor de “El Gatopardo”.

Ha habido un natural y comprensible horror ante el hecho, ha habido un también natural y comprensible escándalo, se han pedido responsabilidades, se han rasgado vestiduras y se ha pedido que esto no vuelva a ocurrir… Sin embargo, no es la primera vez que a la isla de Lampedusa, que dio nombre al autor de “El Gatopardo”, han llegado fugitivos de África. No es pues la primera vez que ha habido escándalo, murmuración, rasgar de vestiduras y pedir que esto no vuelva a ocurrir… y ya vemos que ha seguido ocurriendo y con unas consecuencias esta vez verdaderamente atroces.

Ha ocurrido en Lampedusa, en la isla que dio nombre a aquel genial novelista que, inspirado en su propio bisabuelo, creó el personaje literario, tan real, de aquel gatopardo de amplias tragaderas al que, al final, todo le daba igual con tal de que todo siguiera igual, con él en la cúspide de la pirámide, pese a cualquier clase de cambios…

Ahora que pensamos, al menos durante unos días, en el escándalo de lo ocurrido en esa isla de Lampedusa deberíamos tener muy presente a ese personaje y sus circunstancias, meditar, tal vez, sobre la caducidad de ese escándalo y sobre lo que realmente habría que hacer para impedir que eso volviera a ocurrir. Una y otra vez.

Quizás algunos de los más públicamente escandalizados por lo ocurrido -tal vez con toda la buena fe del Mundo- deberían tener presente no sólo la lección histórica que Giuseppe Tomasi de Lampedusa nos quiso dar con “El Gatopardo”, sino la de otra novela. Ésta es de ciencia-ficción, pero si no tenemos cuidado quizás algún día podría convertirse en Historia, en nuestra Historia. Se titula “¡Hagan sitio!, ¡hagan sitio!”. La firmaba en 1966 Harry Harrison y también fue llevada al cine, en el año 1973, con el título de “Cuando el destino nos alcance”, protagonizada por Charlton Heston y Edward G. Robinson.

La película con ser espectacular no es, quizás, ni la mitad de espantosa que la novela. En ella, en la novela, se describe un mundo de un futuro no muy lejano tan superpoblado que incluso las áreas que hoy pertenecen al llamado “Primer Mundo” se han convertido en lo que hoy es ese Tercer Mundo del que huían las víctimas caídas ante la isla de Lampedusa esta semana pasada. Tan sólo unos poco países, Dinamarca por ejemplo, se parecen a los Estados Unidos o a la Unión Europea que aún hoy conocemos. Y esa pequeña burbuja de prosperidad se mantiene a tiros, por medio de alambradas y guardias armados que, tal y como nos dice la novela, impiden que los cada vez más numerosos refugiados de otros países, otrora prósperos, se cuelen en ese último paraíso.

No les molesto más, por hoy al menos, les dejo con estas reflexiones históricas que, de verdad lo deseo, espero no les resulten demasiado molestas y sí estimulantes para que dentro de unos meses, un año… quién sabe, no tengamos que ver, otra vez, escenas como las que hemos sufrido esta última semana en la isla de Lampedusa, que dio nombre al autor de “El Gatopardo”.

 

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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