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Carlos Rilova

El correo de la historia

Fue hace dos siglos. El bulo de las bolas de nieve y la Historia del sitio de Pamplona (1813-2013)

Por Carlos Rilova Jericó

Esta semana volvemos, otra vez, sobre el tema de las guerras napoleónicas. Ese cataclismo histórico que apenas dejó piedra sin remover sobre la vieja y castigada piel de Europa.

Si la semana pasada hablaba de Leipzig y de la importancia que tuvo esa batalla en la estrategia continental contra Napoleón, esta semana no me he podido resistir a pasar por alto otro hito más en esa lenta, y sangrienta, descomposición del primer imperio francés. El hito en cuestión es el fin del sitio a la ciudad de Pamplona que tuvo lugar a finales del mes de octubre de 1813.

Con ello llovía sobre mojado, como se suele decir, tras victorias como la de San Marcial o Leipzig de las que hablaba la semana pasada. Mylord Wellington conseguía asegurar así, aún más, su retaguardia peninsular y desmoralizar a un enemigo que desde el 8 de octubre, e incluso antes, ya había visto las puertas del corazón del imperio traspasadas por tropas de invasión. En este caso las del mismo ejército aliado hispano-anglo-portugués que llevaba meses cercando Pamplona como una verdadera tenaza de acero. Tal y como se vio durante la llamada batalla de Sorauren de la que hablé en otro artículo de este correo de la Historia.

Eso, por sí solo ya haría memorable para el historiador ese hito, la reconquista de Pamplona, que habría que contar dentro de la lista de desgracias -compartidas por víctimas civiles y militares- que -a lo largo del año 1813- van cayendo sobre el emperador de los franceses: Salamanca, Vitoria, Tolosa, San Sebastián, San Marcial, Leipzig, Saint-Pée…

Sin embargo hay otra circunstancia que hace aún más memorable para el historiador ese acontecimiento que se ha conmemorado, y reconstruido, multitudinariamente este último fin de semana en las calles y la ciudadela de Pamplona.

Se trata de un curioso bulo histórico, como muchos otros que corren por ahí -por ejemplo la muerte del doctor Guillotin en la guillotina- y que parecen estar aquejados de aquello que dicen que dijo un magnate de la prensa sobre que la verdad nunca te debía estropear una buena historia…

El bulo en cuestión, como vamos a ver tiene una sólida base histórica que, sin embargo, se ha ido corrompiendo y tergiversando al ir pasando de boca en boca. La cosa se resume en que la plaza fuerte de Pamplona habría sido rendida en 1813 porque los centinelas franceses empezaron una pelea de bolas de nieve con los centinelas aliados que la estaban cercando desde hacia meses. Otra variante de la misma que corre de boca en boca, como pude comprar yo mismo este fin de semana, es que, en realidad, la plaza fue tomada en 1808 por ese mismo método puesto en práctica a la inversa. Es decir, por medio de una pelea de bolas de nieve entre franceses y centinelas españoles.

Ciertamente estas dos versiones de los hechos tienen sus virtudes. Entre ellas la principal es la de explicar cómo la ciudad de Pamplona no se toma tras una considerable matanza, que es lo que se hubiera producido al asaltar unas defensas que representan lo mejor de la tecnología militar europea del momento y son sencillamente formidables. Como lo sabían, desde que se construyen en los últimos años del siglo XVII, los espías del rey Sol, que siguieron la evolución de esas impresionantes obras con verdadera preocupación.

Sin embargo, esa historia, con ser buena y tener sus virtudes, no se sostiene como Historia con “H” mayúscula. Es decir, como un hecho que realmente ocurrió.

Así es, en esa historia sobre batallas de bolas de nieve que permiten tomar la ciudad de Pamplona con cierta facilidad, la versión para el año 1813 difícilmente encaja con lo que sabemos de aquel momento histórico tan amargo para Napoleón Bonaparte.

Es cierto que en febrero de 1808 hubo un intercambio de bolazos de nieve que comprometió tanto al futuro invasor francés -hasta esos momentos aliado- como a los centinelas españoles que aún quedaban en la ciudadela de Pamplona. Se trata de una historia de la Historia que ya narró muy documentadamente, por ejemplo, Germán Ulzurrun en el “Diario de Navarra” el 3 de febrero de 2008.

En realidad todo se redujo a que los soldados franceses acantonados ya dentro de Pamplona como aliados del rey Carlos IV de España -que en eso también se había fiado de Napoleón Bonaparte- se pusieron a tirarse bolas de nieve con el fin de distraer a los soldados españoles que vigilaban la ciudadela, último reducto de Pamplona libre de la presencia de ese supuesto aliado que no dejaba de dar motivos para desconfiar de él.

Gracias a esa distracción, se dice, otros soldados franceses especialmente escogidos por su comandante en jefe, se apoderaron del cuerpo de guardia de la ciudadela y del resto de esa fortaleza de la que, en buena medida, dependía, como suele ocurrir con las ciudadelas, el control sobre el resto de la plaza fuerte.

Lo sorprendente para el historiador es oír de boca en boca que la rendición de Pamplona cinco años después, el 31 de octubre de 1813, que es lo que se ha conmemorado este fin de semana, fue producto de ese golpe de mano en el que, en realidad, la batalla de bolas de nieve, como vemos, no fue más que un mero accesorio con bastantes visos de no haber sido decisivo.

Lo inverosímil, lo imposible, de ese episodio de la batalla de bolas de nieve que habría abierto las puertas de Pamplona en 1813, pasa por cuestiones tan fundamentales como que la disposición de las fortificaciones de esa ciudad podía permitir sorprender a un pequeño grupo de centinelas -como ocurrió en febrero de 1808- pero, obviamente, la integridad de la defensa francesa, como la de cualquier otro ejército sitiado en una fortaleza como Pamplona, no dependía de que un único puesto de centinelas cayese por culpa del bromazo de una supuestamente inocente batalla de bolas de nieve.

Plazas fuertes como la de Pamplona, una vez controladas desde la ciudadela hasta los reductos exteriores como ocurría en 1813, estaban pensadas para ser defendidas baluarte a baluarte. Cuando uno de ellos caía por la razón que fuera, las tropas asaltantes debían volver a empezar con el siguiente, y el siguiente y el siguiente… y después, una vez dentro de la ciudad, repetir el mismo sangriento proceso de tomar baluarte a baluarte la ciudadela que, en tales condiciones, por supuesto, no iba a dejarse sorprender por una batalla de bolas de nieve entre soldados gracias a una nevada temprana a finales del mes de octubre.

En efecto, si visitan las fortificaciones de Pamplona desde la zona del portal de Francia mirando hacia el barrio de La Chantrea o desde el círculo interior de la ciudadela, se darán cuenta de que cada grupo de baluartes va aumentando de altura desde el exterior de la plaza hasta el centro exacto de la misma, situado en la ciudadela.

El objetivo de esa disposición era dificultar la puntería de la Artillería enemiga y, asimismo, permitir a la guarnición sitiada aniquilar desde las posiciones más elevadas a las tropas asaltantes que hubieran llegado a tomar uno de los baluartes exteriores. Esa era la razón que llevó a Napoleón en febrero de 1808 a dar aquel golpe de mano en el que sí hubo una batalla de bolas de nieve. Y es que el ogro corso sabía muy bien -como buen artillero- que incluso soldados inválidos, como los que habitualmente formaban la mayor parte de la guarnición de fortificaciones como la ciudadela de Pamplona, podían desalojar a cañonazos a todas las tropas acantonadas dentro de la ciudad…

Así las cosas, aún en el caso de que en octubre de 1813 el oficial al mando de un piquete de guardia se hubiera dejado llevar por una nueva hipotética batalla de bolas de nieve -algo bastante difícil de creer y más teniendo en cuenta que el truco ya era viejo-, la toma del puesto exterior hubiera valido de bien poco a los graciosos soldados sitiadores que, supuestamente, se habrían servido de esa artimaña a lo troyano -ya bien conocida desde 1808- para tomar de nuevo Pamplona.

Y sin embargo… sin embargo, de algún modo lo ocurrido realmente en 1808, se ha convertido en el bulo de que esa batalla de bolas de nieve tuvo lugar en octubre de 1813 y fue la que abrió las puertas de Pamplona a los ejércitos aliados contra Napoleón.

Y es algo que se dice y se cree, y corre de boca en boca, como he comprobado en varias ocasiones. Y es así contra evidencias como la imposibilidad casi material de pasar más allá de los baluartes exteriores de Pamplona con ese gastado truco de los bolazos de nieve, o que -en el inverosímil caso de que eso hubiera ocurrido- no se hubiera producido capitulación alguna firmada entre las tropas ocupantes y las tropas sitiadoras, como se ha representado en la reconstrucción histórica puesta en escena este último fin de semana.

Así las cosas, como última reflexión, habría que felicitarse porque el actual Ayuntamiento pamplonés haya hecho notables esfuerzos -entre otros el de la reconstrucción histórica y el ciclo de conferencias que se inicia esta semana- para recuperar la Historia real de lo sucedido entre el 31 de octubre y el 1 de noviembre de 1813. Algo que, como vemos, poco tiene que ver con la que hubiera sido la batalla de bolas de nieve más exitosa de la Historia mundial, después de la que un joven cadete de la Escuela Militar de Brienne, llamado Napoleón Bonaparte, organizó un lejano día de finales del siglo XVIII. La misma que, tal vez, evocó con una de sus inquietantes sonrisas cuando supo cómo se habían cumplido sus órdenes de tomar la ciudadela de Pamplona un ya lejano día de febrero de 1808.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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