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Carlos Rilova

El correo de la historia

Pero ¿dónde narices estaba un sitio llamado “Jullunder”?. Un paseo por Londres y por la Historia y una visita a la tumba de un soldado desconocido (1863-1940-2012)

Por Carlos Rilova Jericó

Lo que voy a contar ocurrió durante la última visita que hice a Londres. Fue en el verano de 2012. Tiempo bastante para echar de menos una ciudad que, aunque parezca extraño en un sureño, echo mucho de menos por razones que, supongo, tienen que ver, por ejemplo, con mis lecturas intensivas de Robert Louis Stevenson y, entre otros más, Arthur Conan Doyle.

El caso es que llevado un poco a mi pesar hasta la Abadía de Westminster una templada y apacible mañana de fines del verano de 2012, descubrí cerca, muy cerca, de allí, en la iglesia de Saint Margaret -también llamada parroquia de la Cámara de los Comunes-, la materia de la historia que voy a contar hoy.

Esa pequeña historia de la gran Historia estaba contada en una placa de mármol muy bien trabajada -la que se ve en la foto- en una nota bastante escueta pero que, a su manera, ofrecía un sentido relato de la vida de aquel a quien había sido dedicada esa lápida conmemorativa.

Esa mañana de fines del verano de 2012 estaba yo, por tanto, ante un documento histórico de primer orden en el que se me mostraban, sin duda, los primeros pasos para arrancar al pasado un pedazo más de Historia y volverlo legible.

Lo que me decía aquella voz grabada en piedra en plena Inglaterra victoriana era que un joven capitán británico de 25 años había muerto prestando servicio en las Indias Orientales en el año 1863.

A partir de ahí empezaban las preguntas del historiador a aquel pedazo de mármol que lo había sorprendido al entrar en una iglesia, una apacible mañana de fines del verano de 2012.

Por ejemplo ¿quién era aquel capitán de apellidos inequívocamente escoceses -Hamilton y Elliot- que, a poco que se averiguase, resultaba estar emparentado con la alta nobleza de ese reino, con los lores de Minto?.

La respuesta era, y es hoy por hoy, que el capitán Hamilton era alguien querido por los otros oficiales de su regimiento. Lo bastante como para que le pagasen esa placa conmemorativa, a exhibir en una de las principales iglesias de Londres. También deduje de ese fragmento de mármol -y de otras fuentes- que el capitán había muerto en servicio, pero que apenas había tenido ocasión de destacar lo bastante como para figurar en ese caldero -en constante ebullición- de rumores, Historia e historias que llamamos “Internet”. Justo lo contrario de lo que había pasado con uno de sus parientes, el caballero sir Charles Elliot, que jugó un papel relevante en la colonización imperial de Oriente en las mismas fechas en las que el capitán Hamilton dejaba una vacante en su regimiento de Infantería nº 94, destinado a una población india de resonancias tan exóticas como Jullunder (también escrito en esa época como “Jullundur” y hoy “Jalandhar”).

Del capitán poco se nos dice en ese lugar digital donde tanto importa dejar huella hoy. Dos páginas de genealogía -rootsweb y familysearch- señalan que era vecino de Westminster y que murió soltero. Otra -cemgroupie.blogspot.com- recoge una foto de su lápida junto a la de otros enterrados en esa parroquia. Finalmente hay reproducida una página de la “London Gazette” donde se habla de que era noble y de que en 1855 tenía grado de alférez, obtenido por mérito propio en lugar de pagando por él, como solía ser habitual en el Ejército británico de la época .

Ni siquiera los libros, esa fuente hoy tan olvidada pero mucho más fiable, nos dicen mucho sobre lo que pudo pasar para que esa lápida llegase a existir. “The History of British India”, escrita, lo que son las causalidades, por John F. Riddick, sólo nos dice en su página 65 que en 1863 los administradores británicos en la India lanzaron una campaña militar, llamada de Umbeyla, contra los que ese libro define como “fanáticos musulmanes” de Sitana.

El libro habla del brigadier Neville Chamberlain como jefe de esa nueva guerra para doblegar a los “nativos” y terminar de imponer el imperio británico sobre ellos, pero nada dice del capitán Francis Hamilton Elliot.

Por lo tanto, para desentrañar el misterio de la placa hoy depositada en los muros de Saint Margaret, sólo nos queda establecer una serie de deducciones razonables a partir de los pocos datos de que disponemos. Jullunder, hoy Jalandhar, está en el Noroeste de la India, en el Punjab, y fue allí precisamente donde en 1863 los casacas rojas británicos escribieron una de esas páginas de Historia que luego hemos visto repetidas hasta la saciedad en novelas y películas como, por ejemplo, “Kim” “El hombre que pudo reinar”, “Rebelión en la India”, “Tres lanceros bengalíes” y un largo etcétera.

En efecto, el brigadier Neville Chamberlain llevó en ese año, más allá de la frontera del Punjab, una fuerza de 6000 hombres que tuvo que enfrentarse a una coalición de varias tribus afganas de más de 15.000 efectivos.

El resultado fue que los británicos dieron a aquellos molestos pashtúnes un brutal escarmiento. Uno de manual gracias a la brecha tecnológica de su superior potencia de fuego que, como a otros europeos -los españoles de esas mismas fechas en Marruecos, por ejemplo- les permite desbandar enormes masas de combatientes “nativos” armados con equipos muy inferiores.

Así las cosas, es muy probable que si la disentería -u otro mal- no se llevó al capitán Hamilton de este Mundo, fuera una bala, o un sablazo, pashtún lo que acabó con él, haciéndolo destinatario de esa emotiva aunque sobria lápida que un buen día del verano de 2012 llamó la atención de un historiador. Uno que quedó asombrado de que la lápida hubiese sobrevivido todos aquellos años, pasando intacta por los brutales bombardeos alemanes sobre Londres durante el llamado “Blitz” de 1940, para seguir contando, un día tras otro, un año tras otro, aquella historia de un soldado desconocido que hoy he tratado de reconstruir. Algo que he hecho, probablemente, porque desde el día en el que vi esa placa conmemorativa sentí que estaba, de algún modo, obligado a contar la desconocida historia del desconocido capitán Hamilton, muerto a los 25 años en aquel exótico lugar -deletreado por sus compañeros como “Jullunder”-, lejos, muy lejos de Inglaterra y de la civilización que aquellos arrogantes -y también ingenuos- victorianos decían estar dispuestos a llevar a aquellos que habían construido el Taj Mahal o escrito el Mahábharata.

 

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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