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Historia para el Día de Reyes o ¿por qué los roscos de Reyes llevan un haba dentro?

Por Carlos Rilova Jerticó

Sí, ya les advertí hace no mucho que todo lo producido por esa multitud doliente, exasperante, a veces cruel, a veces magnífica, que llamamos “Humanidad”, tiene su Historia, y el roscón de Reyes -para los argentinos “rosca”-, del que estamos dando cuenta hoy con regocijo, también, como no podía ser menos.

Lógicamente es una costumbre medieval, por aquello de que conmemora una efemérides del calendario cristiano y eso implica, sobre todo, Edad Media, mucha Edad Media, para asentarse como costumbre extendida y universal que ha llegado hasta nuestros días hasta el punto de ser una noticia -casi obligada- en los telediarios prime time, que así llenan una parte de su escaleta de contenidos los días 5 y 6 de enero de cada año.

Sin embargo, como suele ocurrir, los orígenes de la costumbre de hacer un roscón, o pastel, o algo parecido, para celebrar estas fechas y causar con él un efecto similar al del haba guardada en el interior de nuestros roscones, podrían remontarse a los tiempos del paganismo, a la que en Historia llamamos “Edad Antigua”, al momento en el que Roma domina sobre los países -España, Francia, Italia…- en los que hoy se celebra el día de Reyes comiendo ese roscón o algo parecido… Pero eso igual mejor lo dejamos para otro Día de Reyes, porque explicar la costumbre medieval y su significado ya va a ser bastante por ahora.

Hoy día hay versiones divergentes sobre qué pasa con quién encuentra el haba en el Roscón. Desde hace años he oído decir, y parece que es la versión más extendida, que el que encuentra el haba es el que paga el Roscón para beneficio de los demás consumidores del mismo. Sin embargo, también he oído, y sé por otras fuentes, que el que se encuentra el haba es persona afortunada y ese día es el rey de la casa o algo parecido.

Las dos versiones de lo que le ocurre al descubridor del haba tienen  su razón de ser y las dos nos demuestran cómo el recuerdo colectivo de ciertos hechos -lo que llamamos Historia- se va deformando, con el paso de cada generación, hasta constituir una costumbre asentada, tradicional, que muchas veces nada, o poco, tiene que ver con el verdadero significado original del asunto.

Tienen razón los que hacen pagar al descubridor del haba el Roscón. Y también tienen razón los que lo consideran un ser afortunado, regio. Son las dos caras de la tradición original asentada a lo largo de la Edad Media.

En esas fechas, en torno al Día de Reyes, se elegía algo que era llamado “el rey del haba”, un personaje que, de hecho, sale incluso en algún drama de Shakespeare, como nos lo recuerda sir James Frazer en su apabullante recopilación de datos antropológicos e históricos -en varios volúmenes- a la que puso el bonito título de “La rama dorada”.

¿Quién era el rey del haba?. Normalmente era un personaje insignificante, incluso grotesco, al que se autorizaba a reinar por un día, a dictar lo que se debía hacer ese día en el que todo se volvía del revés y se abría una válvula de escape para dar salida al resentimiento acumulado durante todo un año en una sociedad tan jerarquizada como lo era la de la Europa de la Edad Media. Ni que decir tiene que, pasado ese día en el que el hermano lego mandaba más que el abad, en el que los caballeros tenían que soportar estoicamente burlas y bromas propinadas por pícaros inferiores que aprovechaban a fondo la carnavalada, todo volvía a su ser para demostrar cuál era el orden querido por Dios según la intelectualidad medieval. Ese que dividía la sociedad en una mayoría de “laboratores”. Es decir, de gente que trabajaba para mantener a clérigos y guerreros -léase “nobles”- a cambio de que los primeros les ganasen el Cielo con sus oraciones y los segundos les librasen de todo mal durante su existencia terrenal.

Eso, por supuesto, significaba que el rey del haba dejaba de ser rey, volvía a su humilde puesto y, probablemente, tenía que endosar unas cuantas “facturas” atrasadas de aquellos superiores jerárquicos a los que había embromado desde su efímero puesto de rey del haba. Algo que da pleno significado a considerar hoy al descubridor del haba en el Roscón no como un afortunado sino como un tonto -el famoso “tontoelhaba” del que nos hablaba hace dos días Alfred López en su blog- que debe pagarlo.

Se han escrito unos cuantos estudios interesantes sobre esta cuestión, aparte del ya mencionado de Frazer, pero esos, claro, sólo -o casi sólo- los leemos los historiadores. Probablemente les suene mucho más la versión -magnífica como siempre- que de esta costumbre daba Victor Hugo en “Nuestra Señora de París”.

Recordarán así que otro 6 de enero, el de 1482, el pobre campanero de esa catedral, Quasimodo, es elegido como “Papa de los locos”, uno de los equivalentes al rey del haba, y todo lo que pasa durante y después de esa elección… Pues ahí lo tienen.  Un auténtico “tontoelhaba” el pobre Quasimodo que tiene que pagar un alto precio para que la sociedad feudal francesa -todo un prototipo- no saltase por los aires por acumulación de un exceso de vapores de resentimiento que encontraban su vía de escape gracias a ese ritual en el que se rompían todas las reglas, sin pensar en un mañana que para muchos, sobre todo para el rey del haba, podía ser bastante negro una vez restaurado el predominante clima opresivo de aquella sociedad.

Es así como todavía hoy llega hasta nosotros un haba dentro del Roscón de Reyes. Tengan mucho cuidado con ella y cómo van a manejar ese hallazgo. Ya ven que es una tradición nada inocente a pesar de que, como muchas otras cosas, perdió todo su significado a partir de la revolución iniciada un 14 de julio de 1789, consecuencia directa de aquel clima opresivo que ya no tenía remedio. Ni siquiera eligiendo por un día un rey de pega que volvía el mundo del revés.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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